"Sentí más vergüenza que dolor". Raquel Gándara tuvo que aceptar, a primera hora de la mañana de ayer, que su bebé no iba a esperar a llegar al hospital para ver el mundo. Iba a hacerlo en la calle Río San Martín, junto a la Comisaría de la Policía Nacional, con decenas de testigos y dos agentes de parteros. El coche en el que cubría la escasa distancia que existe entre La Carriona, donde reside, y el San Agustín tuvo un pequeño accidente, cuando su conductor, un vecino de la familia, intentaba hacerse hueco entre el denso tráfico matutino para llegar a Urgencias. Y el niño decidió que no esperaba más. Jonathan Ríos Gándara -lleva el mismo nombre que su padre- pesó 3,6 kilos y ya ha cumplido sus primeras horas de vida acurrucado entre mantas, recibiendo las primeras visitas. Esta vez sí, en el Hospital.

Cuenta Raquel Gándara que le empezaron las contracciones por la mañana, y entonces su marido fue a dejar a sus otras hijas con familiares para llevarla a ella al San Agustín. Sin embargo, los dolores comenzaron a ser ya muy frecuentes y un vecino se ofreció a trasladarla. La mujer iba de copiloto, pidiéndole que se diese prisa. Eran las nueve y diez de la mañana. Tanta era la urgencia que en Río San Martín se produjo el pequeño accidente, al intentar hacer un adelantamiento. El primero en acudir fue Antonio García, el policía que estaba justo en frente, en la entrada de la Comisaría.

"Salí a ver qué pasaba, no parecía grave porque los coches no tenían casi desperfectos. Pero uno de los ocupantes salió pidiendo una ambulancia porque había una mujer que iba a dar a luz", explica García. El agente ordenó apartar el vehículo para situarlo en la acera, justo a la entrada de la Comisaría. Y acudió su compañera Gloria Rodríguez para atender a la mujer.

A esas alturas, Raquel Gándara ya no podía más: "Sentía la opresión de la cabeza del bebé, estaba naciendo". En vez de una camilla, tuvo que apañarse con el asiento delantero del vehículo, con medio cuerpo fuera. Gloria Rodríguez confirmó que la madre no deliraba, y que la cabeza del niño ya se estaba haciendo hueco. Así que no hubo más remedio que disponerlo todo para recibir al pequeño Jonathan. La agente ayudó a la parturienta a liberarse de la ropa, y con esas prendas y su propia chaqueta arregló el sitio. Raquel Gándara lo recordaba horas después casi como un delirio: "Se portaron muy bien conmigo, me ayudaron en todo, pero ya no hubo manera. El niño nació allí, y yo ya no sentía dolor, pero sí mucha vergüenza".