Las termitas que han puesto en jaque a la iglesia nueva de Sabugo están a quince metros de altura. "Han llegado a la cubierta", subrayó Óscar Casamichana, el biólogo de la empresa Rentokil contratado por la parroquia para acabar con los insectos comedores de celulosa. La última batalla de esta guerra iniciada "hace años", según explica Reineiro Rodríguez, el cura de Santo Tomás de Cantorbery, precisó ayer de una grúa tipo oruga para comprobar restos sospechosos en el altar mayor.

Y estos restos son túneles terrosos levantados por las termitas obreras que abren el camino entre el termitero (su nido) y el lugar en el que encuentran la celulosa (su alimento). Los "cazadores de termitas" han encontrado hasta ahora restos de los insectos en el sótano de la iglesia, en la habitación de la caldera, y también en la sacristía. Además, en los jardines externos.

Para acabar con los bichos, los "cazadores" instalan trampas que, como explicó José Antonio Valle, comercial de la empresa, "permiten inhibir la síntesis de quitina, es decir, impide que la termita pase a edad adulta y, por tanto, muere".

Casamichana inspeccionó el altar mayor subido en la oruga. Desde esa altura, pudo descartar que las termitas hubieran atacado el corazón del templo. "Era una telaraña gigante con aspecto de nido", señaló el biólogo. "Los túneles de los cruceros, efectivamente, los han hecho las termitas y ya está todo listo para acabar con ellas", apuntó el técnico.

La iglesia de Santo Tomás de Cantorbery se levantó hace más de un siglo. La presencia de madera en su estructura es más que evidente. "Las termitas son la única especie de insectos sociales que, en condiciones adecuadas de humedad y de alimentación, puede ser eterna", advirtió Casamichana. Lo que hacen estos insectos es sorber toda la celulosa y dejar como chicle la madera. "Y eso es un peligro", recalcó el biólogo de la compañía.