La verdad es que en las cuencas mineras de la posguerra hablar de la Legión era mentar la soga en casa del ahorcado. El recuerdo de su intervención, tanto para reprimir la revolución de octubre de 1934 como la posterior guerra civil, aún estaba muy presente. Sin embargo, antes de estos infaustos episodios, el Tercio había consolidado su leyenda de arrojo y valentía en la guerra de Marruecos y era fácil asociar su credo con la filosofía del vivir cada día como si fuese el último, que tan bien entendían los mineros. Por eso no fueron pocos los que prefirieron el sol y las palmeras africanas al orbayu y el carbón y eligieron voluntariamente la aventura africana.

Incluso uno de ellos, Senén González Roces, alcanzó la fama en los combates de Melilla y figura en el cuadro de honor de la Legión por decisión de su fundador Millán Astray, quien lo ascendió a sargento en el hospital donde convalecía tras su heroica actuación en la posición de Casabona.

Senén era natural de Pola de Siero, pero pasó en Mieres la mayor parte de su vida y se convirtió en un personaje popular volviendo a demostrar su valor como camillero de la Cruz Roja en las epidemias que se dieron en la villa a finales de la década de 1920. Ahora reposa olvidado en el cementerio de La Belonga.

En 1960, estas historias ya quedaban lejos y aunque el Tercio seguía utilizándose por la propaganda del régimen franquista como uno de sus mitos más aceptados, el hecho es que muchos jóvenes se alistaban más atraídos por la leyenda de vida canalla y el compañerismo del que hablaban los veteranos que buscando glorias militares y, desde luego, salvo excepciones, no les interesaban para nada las ideas políticas.

Luego, después de haber dejado en el cuartel los mejores años de su vida, volvían a sus pueblos para contar sus anécdotas y reunirse de vez en cuando con sus viejos camaradas en torno a unas botellas de sidra. Pero Mieres -y creo que toda la Montaña Central- siempre han sido diferentes. Aquí llevamos en las venas el amor por las asociaciones; es sabido que lo que en otros lugares solucionan las instituciones, entre nosotros lo asumen las plataformas. Les digo lo que sé: ya no puedo recordar de cuántas he formado parte y supongo que muchos de ustedes tampoco.

Por ello a nadie le extrañó que un grupo de veteranos decidiesen fundar el 20 de septiembre de aquel año una Hermandad de Caballeros Legionarios, lo que no habría pasado de ser una anécdota si no fuese porque nadie había tenido antes esa idea. La de Mieres fue la pionera de las españolas introduciendo a La Villa en el mapa de referentes del Tercio.

Su primera sede fue la misma barbería que regentaba su fundador, Manuel Casasola Piedra y puede suponerse que allí las reuniones eran informales, pero la idea acabó cuajando y unos años más tarde ya se abrió el Hogar del Legionario frente al edificio del ambulatorio, que por esta característica era una zona muy frecuentada. He encontrado no sé dónde una relación de sus primeros integrantes y se la transcribo tal cual por si encuentran entre ellos algún conocido: Rafael Madera Cueto; Sandalio Lavandera; Manuel Álvarez, de Ablaña; Ramón Álvarez; Beltrán; Cachorro y Herminio de Cenera entre otros muchos.

La Hermandad se integró pronto en las actividades de la villa, pero siempre manteniendo su espíritu. Ya en la procesión del Viernes Santo de 1961 los veteranos que aún no habían olvidado como se marcaba el paso, volvieron a colocarse su chapiri -aquel legendario gorrillo con borla roja que los caracterizaba- y desfilaron durante tres horas acompañados por una banda de trompetas junto a las dos cofradías que entonces existían en Mieres.

A imitación de lo que siguen haciendo sus compañeros de otras provincias, otros años desenclavaron el Cristo del Convento de los Padres Pasionistas y lo pasearon entonando su pegadizo himno. Ya conocen su estribillo: "Soy un hombre a quien la suerte / hirió con zarpa de fiera / soy un novio de la muerte / que va a unirse en lazo fuerte / con tal leal compañera". Lo hacían tan bien que acabaron siendo reclamados desde otras localidades y por mediación del capellán castrense José Arenas -capitán y párroco de San Pedro de Gijón, qué cosas- acabaron llevando la imagen del Cristo de la Buena Muerte en la procesión de la villa marinera.

Pero la Hermandad, lejos de lo que se esperaba, no se limitó a rememorar el pasado militar de sus integrantes y se dedicó también a otras actividades sociales, ayudó a algunos veteranos a encontrar trabajo e incluso prestó ayuda económica a los más necesitados. El 24 de mayo de 1965, el gran José María Pellanes lo resumió en una de sus columnas para la Hoja de Lunes:

"La Hermandad de Caballeros Legionarios de Mieres, va a comenzar su plan social para disfrute de las familias en excursiones colectivas. Esto ya nos lo había anunciado su presidente, Madera Cueto, y ahora lo ponen en práctica con una primera marcha para los antiguos soldados y los familiares de estos. Mas es preciso aclarar que las atenciones sociales ya vienen funcionando en el seno de la Hermandad desde el primer día en que empezaron a colocar aquellos hombres que llegan licenciados, buscándoles trabajo, vivienda y atendiéndoles en todo.

Con ser esta una de las más importantes funciones, no lo es menos la de ayudar también a los ex legionarios que han caído en desgracia, buscándoles consuelo y ayuda material y moral a sus esposas e hijos. Ahora, como decimos, la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Mieres proyecta una excursión al campo, próximamente, con salida a Collanzo por el ferrocarril Vasco-Asturiano, para disfrutar de un día en aquellos bellos parajes del concejo de Aller. El viaje es para cuantos lo deseen, acompañados de sus familiares o amigos, y sólo cuesta el simbólico precio de cinco pesetas cada billete. El resto lo pone la Hermandad de Legionarios de Mieres? la fiesta y romería estará amenizada por música del país, por conjuntos musicales y además llevarán un bar volante, que servirá bebidas frescas en el tren, a la ida, en el lugar de la fiesta y también al regreso".

La Hermandad vivió su mejor día el sábado 24 de junio de 1972, con un programa protagonizado por una compañía de la I Bandera del Tercio Gran Capitán con guarnición en Melilla, que se había desplazado para recibir el premio Asturias por su actuación en los sucesos de 1934 y la posterior guerra civil de 1936.

La jornada comenzó en Oviedo con una misa en la Plaza de La Gesta a la que asistió el gobernador militar en representación del Jefe del Estado, acompañado por el comandante militar de la provincia marítima y el delegado de Información y Turismo Francisco Serrano Castilla. Se rindió un homenaje a los muertos legionarios y siguió un desfile por el centro de la capital. Luego el general subinspector del cuerpo Antonio Maciá Serrano recibió el premio en el salón de sesiones de la Diputación y a continuación las tropas se desplazaron hasta Mieres.

Aquí se pronunciaron varios discursos. El primero fue el de Serrano Castilla, quien habría de pasar a la historia por su rigidez como censor y también por sus anécdotas en la salvaguarda de la moralidad y el recato de las artistas. Le siguió David Cubedo el primer presentador de los telediarios televisivos, más tarde redactor jefe de sus servicios informativos y cuya voz recordarán los mayores anunciando los discursos del dictador: "Españoles, les habla su excelencia el jefe de Estado, generalísimo Franco" y cerrando los diarios hablados de Radio Nacional de España: "caídos por Dios y por España ¡presentes!".

Luego le llegó el turno a Matías Prats Cañete, la voz del NODO, padre del periodista del mismo nombre que ahora nos machaca con insistencia para vendernos seguros de coches. Prats había sido elegido un año antes procurador en Cortes en representación del tercio familiar por la provincia de Córdoba y de vez en cuando también intervenía en este tipo de actos.

Los dos locutores fueron presentados por Ricardo Vázquez Prada y junto a Manuel Casasola Piedra fueron nombrados Caballeros Legionarios de Honor. No puedo dejar de contarles que Matías Prats y Ricardo Vázquez Prada -también periodista, camisa vieja y defensor de la canción asturiana- tenían algo en común: el primero llevaba gafas de sol porque durante la guerra civil había sufrido un balazo en un ojo, que le produjo fotofobia el resto de su vida y el segundo también había perdido la visión de un ojo en la batalla de Teruel, con lo que hubo que sentarlos adecuadamente para que pudiesen verse bien.

Seguidamente, todos se trasladaron al barrio de San Pedro para descubrir la placa que daba el nombre de La Legión a una calle (la que desde 1982 se denomina Rosalía de Castro) y en el mismo lugar se entregó a las tropas la primera medalla de oro de la Hermandad provincial de Caballeros Legionarios y a los homenajeados sus títulos de legionarios de honor y miembros del V Tercio de La Paz de Franco. Ya al término de la tarde, las tropas formaron frente al Ayuntamiento para arriar solemnemente la bandera nacional, que entonces presidía las casas consistoriales. Luego llegó el descanso.