En Semana Santa, en San Antonio, en San Juan, en San Roque, en el Cristo... En cualquier fiesta, ya sea bailando o cantando, ahí está María Esther Vega, siempre con su traje de sardinera, desbordando alegría. Esta candasina de 75 años es el alma de la tradición en Carreño. Gracias a ella todavía hoy sigue viva la danza prima y todas aquellas canciones que un día se entonaron en las fábricas de conservas. «Está bien que aparezcan cosas nuevas. Pero hay que preservar lo antiguo. Y para ello necesitamos gente joven, porque sería una pena que esto se perdiera... Y no, no puede perderse», dice completamente absorta en la conversación, a pesar de que ya al inicio confiesa que no le gustan las entrevistas: «preferiría cantar antes que hablar». Pero lo cierto es que a medida que va avanzando la tertulia, María Esther Vega se siente más y más cómoda a la vez que se va volviendo locuaz, como en verdad es ella.

Así, habla primero de la danza prima, luego de su grupo de canto y a continuación de la jota de Carreño. De repente, retrocede al pasado y se detiene en sus años de juventud. Aquellos durante los que trabajó en las fábricas de conservas de la villa marinera. «Trabajábamos muchísimo. Sabías la hora de entrada, pero nunca la de salida», afirma. Pero ni por esas perdían la sonrisa y ni mucho menos las ganas de cantar y de divertirse. «Madre mía, íbamos corriendo al baile hasta la Nozaleda, en Perlora, aún habiendo que madrugar al día siguiente... Fueron años muy felices y yo creo que si tuviéramos otra vez 20 años volveríamos a ir a la fábrica», apunta. Porque, como dice, en esa época las muchachas «nos conformábamos con nada. Todo era trabajar para llevar perres a casa. Así que cuando veíamos a un paisano tocando la trompeta ya estábamos más felices que unas castañuelas».

Pero al margen de eso, no cabe duda de que María Esther Vega siempre fue una mujer muy jovial o como ella misma declara, «muy animosa». Nunca se perdió una fiesta en el pueblo. Y ahora continúa con esa misma energía, bailando y cantando en cada esquina. Tanto en su casa como en la calle, en La Salve como en la Alborada. Y todo por conservar esos años en los que Candás rebosaba de alegría. «A pesar de las necesidades, todo el mundo canturreaba en los bares. Y encima lo hacían muy bien, porque los candasinos siempre tuvieron mucho oído», afirma.

Esos cánticos de los que habla son los de «toda la vida» de Candás y que interpreta cada miércoles junto a su grupo en el centro polivalente La Baragaña. «La marinera», «Somos hijos de Candás», «Mi madre fue una mulata», «Candás pueblo marinero». Todos le gustan ya sea para cantarlos ella misma o para escucharlas en boca de otros. «Me encanta la música y se me cae la baba cada vez que veo cantar o tocar a algún niño sobre el escenario. Si tuviera unos cuantos años menos, me apuntaba a la Escuela de Música y tocaría hasta el piano», reconoce.

¿Y de su pueblo, qué puede decir una candasina de pro? Pues como era de esperar, maravillas. «Habralos más guapos y más feos, pero para mí Candás es lo más hermoso de España. Y no permito que delante mía hable nadie mal de él, porque le digo: "váyase por donde vino". Candás es el pueblo donde nací y donde también quisiera morirme», asegura. Por sus calles pasea todos los días, haciendo pequeñas paradas en el parque de Les Conserveres, San Antonio, la Fuente de Santarúa y ese muelle desde el que puede ver el mar al que se entregaron su abuelo, su padre y también su marido. Los tres son sus rincones favoritos, junto a la calle José González Muniello, cerca de la iglesia de San Félix, donde vivió durante muchos años. Pero esas apasionadas caminatas por la villa no las hace sola. A su lado van sus incondicionales amigas. «Lo paso muy bien con ellas. Echamos unas parrafadas, nos reímos y salimos de excursión», sostiene. Precisamente hoy María Esther Vega pondrá camino a Covadonga para pedirle probablemente a la Santina que las tradiciones de su pueblo nunca lleguen a borrarse.