Cuando la venerada imagen del Ecce-Homo atravesaba ayer las puertas de la iglesia de Santa María de Noreña, completado ya su tránsito por la "milla santa" que separa el templo de la capilla de la Soledad, los fieles de la zona, aquellos que se citan para participar en la "bajada del santo" año tras año, coincidían en señalar que acababan de participar en la procesión más multitudinaria de los últimos años. Una marea humana que flanqueó a la venerada imagen en su sagrado tránsito, que dio al tiempo inicio a los actos religiosos vinculados a las fiestas del Ecce-Homo.

Instantes antes de que diese comienzo la procesión, un grácil orbayu se posó sobre Noreña, flotando en torno a las disminuidas luminarias dando un aspecto brumoso, casi de luz de gas, a las calles de la localidad. Pero allí donde no llegaba la luz de las farolas aparecían los cirios de los fieles, señales que marcaban la ruta del Ecce-Homo como si se tratase de boyas flotando en el mar.

En esos momentos previos, la multitud colonizó la Soledad, ascendiendo en silencio desde la Villa Condal por unas calles tornadas en peatonales. Apenas un conductor despistado, a lomos de una furgoneta, trató de reivindicar su lugar en el asfalto sorteando a la marea humana, pero hubo de claudicar y hacerse a un lado.

La salida del Ecce-Homo de la capilla fue recibida con un reverencial silencio, el de una multitud atenta a cada movimiento de los costaleros. Con puntualidad británica, la procesión dio comienzo. Para entonces ya se intuía la formidable participación, pero fue en la calle de La Mata donde se pudo constatar: cuando el Ecce-Homo atravesaba esa vía, aún había fieles saliendo de la capilla de la Soledad.

El orbayu fue ganando en grosor a medida que la comitiva avanzaba por las calles de Noreña, pero ni así claudicaron los fieles que, paraguas al cielo y paso ligero, completaron el trayecto en menos de una hora.