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Un patrón de altura en Candás

José Viña, el último capitán de grandes buques que queda en la villa, sueña con recuperar los años dorados de la Alborada y reactivar el sector pesquero

José Viña, ayer, contemplando la fotografía del puerto de Candás que tiene en el salón de su casa. M. G. S.

José Viña Serrano recuerda con añoranza aquellos viejos años en los que Candás vivía por y para la mar, las penas se ahogaban cantando y la camaradería rebosaba por cada esquina. Eran tiempos en los que este hombre, de 86 años y amigo de la tertulia, navegaba por medio mundo en busca de bancos de merluza, chicharro y besugo. Viña es de hecho el único patrón de altura que queda con vida en la villa marinera. "Soy el último, todos los demás murieron", recalca sentado en el salón de su casa, ubicada en la céntrica calle Rúa. Sus paredes están vestidas con todos tipo de títulos y fotografías. La más grande, la de su Candás del alma.

-La foto parece bastante reciente.

-Sí, es del último temporal que azotó Carreño (febrero de 2014). La compré porque es muy difícil ver tanto oleaje por aquí. Mire, el muelle, el cementerio, el instituto... La capilla no sale, porque en ese momento la estaban reconstruyendo.

A José Viña le gusta pararse en los pequeños detalles. Tan pronto está hablando de sus aventuras por la mar como se levanta del sofá para rebuscar en los cajones de uno de los muebles del salón. "Estos son los carnés que tengo. De marinero, de capitán de barcos y de yates, de patrón de altura... Con este último puedo pescar por todo el mundo. Fui subiendo escalones por mérito propio", detalla. En sus tiempos mozos eran frecuentes las aventuras a Irlanda. "Echábamos por allí unos veinte días. Lo pasábamos bien", dice.

-Pero imagino que también hubo momentos malos. ¿No vivió ningún naufragio?

-Claro, mocina. Uno gordo fue hace cincuenta años, cerca del Cabo Peñas, a unas cincuenta millas. Había un temporal tremendo y el barco en el que iba, el Santa Cruz de Jove, partió a la mitad. Tuvimos suerte porque una embarcación que pasaba por allí nos recogió. Ninguno murió. De todas formas, yo llevo muy dentro todas las tragedias que sembró la mar. No falto ningún 14 de enero a la misa de los náufragos. Y es una pena que la tradición se esté perdiendo. Cada año vamos menos.

Aunque asegura que no quiere cabrearse, Viña no puede evitarlo. Se cabrea y mucho cada vez que piensa en el deterioro de las raíces marineras. "No podemos seguir así. Todos los candasinos tenemos gotas de salitre en las venas. Hay que ayudar a la cofradía de pescadores. Son sólo dos familias las que quedan, y en cuanto esas lo dejen, se acabó todo", lamenta. Antes, sin embargo, no había otra opción. "Era eso o morir de fame. Así que yo siempre estuve vinculado a la mar. A mi padre casi no lo conocí, murió cuando tenía un año. Pero mi madre y mi hermana trabajaron toda su vida en las fábricas de conservas de la villa. Claro, cuando las había, que ahora ya no queda ni una. Mi abuela era sardinera, vendía pescado por todos los pueblos", cuenta con entusiasmo.

Ese entusiasmo pierde fuerza cuando se refiere a la transformación del puerto de Candás, ahora otra vez en el punto de mira por las obras que prevé hacer la consejería de Infraestructuras del Principado de Asturias. "El muelle ha cambiado mucho. Los yates están acabando con él y creo que eso no aporta dinero al pueblo", opina indignado, aunque sin querer profundizar más en el tema. "No me gusta hablar de ello. Pero es verdad que cuando bajo a pasear por el puerto ya no conozco a nadie. Todos son de fuera; que si de Gijón, que si de Oviedo... Y antes paraba hablar con todo el mundo, éramos igual que una familia. Preguntaba qué habían pescado, si el besugo era grande o pequeño... Todo eso se acabó. Llegó la industria y puso un pisín allí y un cochín aquí", confiesa sin pelos en la lengua.

-¿Y Candás? ¿Qué significa para usted?

-Todo, soy un enamorado de Carreño. De su corazón, la plaza La Baragaña, de Santarúa y del muelle. También de la iglesia de San Félix. Soy amigo del Cristo. Creo en Dios y dos o tres veces al mes voy a misa. Hablo con él, para mí el cura allí está de más.

Aunque José Viña también tuvo sus épocas de rebeldía. Así lo refleja un poema, sacado de su puño y letra, que dedicó a su mujer Belarmina Castro, quien falleció en el año 1988. "Aquí estoy solín desde hace 27 años, no tengo hijos. Y cuando ella murió me sentí muy mal. También había fallecido mi hermana", aclara. Pero Viña no es un hombre de penas, todo lo contrario. Es un hombre de juergas, como él mismo reconoce. Y por eso rápidamente deja aparcados los llantos y se pone hablar de la Alborada (la madrugada del 14 de septiembre) y de la peña "Resaca", integrada por 19 marineros "todos casados con mujeres de bendición".

"Aquello era impresionante. Venían barcos de guerra de la Armada Española y el paseo marítimo se llenaba de gente. El Cristo era llevado en procesión por hombres de la Marina. Nada que ver con lo que hay ahora. Yo siempre voy y seguiré yendo hasta que me muera. Pero somos cuatro los que madrugamos. Y es una pena que con la cantidad de yates que hay en Candás, que el club náutico no movilice a los suyos para recuperar la Alborada".

Y lo dice uno de los grandes marineros de Candás, con anclas grabadas hasta en sus zapatillas, con el timón de su último barco (Isla Deva) colgado en la pared, con la fotografía de boda enmarcado en el interior de un viejo flotador y con el retrato del Cristo de Candás colocado en la cabecera de su cama. José Viña desprende mar y salitre por los cuatro costados.

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