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Una vida entre gemas en Grado

Manolo y Tino Tarralva ponen fin a más de 50 años dedicados a la joyería y la relojería, la pasión de sus vidas

Una vida entre gemas en Grado

Carretillas de equipajes y bultos de la estación de tren al centro de Grado. Así fueron los inicios laborales de Manuel y Laurentino Álvarez Fernández con tan sólo 9 y 10 años. Un principio duro para dos niños que pronto se situarían entre los más reconocidos joyeros y relojeros de España. En 1959 abrieron la joyería Tarralva y durante más de cincuenta años han mantenido en funcionamiento el negocio en la villa moscona, que desde junio regenta la hija de Tino, Eva Álvarez. Una vida entre gemas, minerales y herramientas de precisión a la que se han dedicado en cuerpo y alma con jornadas de trabajo que comenzaban a las seis de la mañana y terminaban a las dos de la madrugada. "Nuestra fuerza vocacional dio lugar a una fuerte profesionalización que siempre nos valoraron los clientes", detalla Manolo.

Los hermanos Tarralva, junto al pequeño Aurelio, crecieron en el barrio de La Ferrería en la posguerra española. Un tiempo que recuerdan muy duro y con privaciones de todo tipo. "Fue tan difícil que empezamos a trabajar a una edad que ahora estaría prohibido", comenta Tino. Así empezaron con la carretilla, de la que tiraron hasta los 14 y 15 años. Crecieron en un tiempo complejo, pero siempre encontraron satisfacciones con las que alivar los pesares, y ahí entró la música en sus vidas.

Entraron en la banda municipal; Tino tocaba el requinto y Manolo, el clarinete. "Teníamos inquietudes por saber y aprender, y ganábamos un dinero, era una de las pocas formas de disfrute que teníamos", señalan. Había tanta necesidad que en una cena de Santa Cecilia, la patrona de los músicos, había gente que se metía la carne guisada en los bolsillos de la chaqueta para llevarse comida a casa.

A finales de los años cuarenta del pasado siglo, ambos mostraron interés por iniciarse en la joyería y la relojería, pero "era una profesión que se pasaba de padres a hijos, teníamos en Madrid unos tíos y yo les había pedido ir allí para estudiar en la Escuela de Artes y Oficios porque teníamos todas las puertas cerradas", explica Manolo. Fue la suerte, o la música, la que les hizo cumplir su sueño: "Se me rompió una llave del clarinete y la llevé a la joyería de Pepe Tarrazo; estando allí me encontraba fascinado y él me preguntó si me gustaba el oficio y le dije que sí. Al día siguiente estábamos allí de aprendices".

En 1951 se cumplió el sueño. "José María era un maestro, un autodidacta extraordinario que, además de enseñarnos la profesión, nos enseñó a ser personas por su ética fuera de lo común, nos puso en el camino de la dignidad", asegura Tino. Así, Manolo se hizo joyero y Tino, relojero. Un binomio de éxito, en su opinión, unido a su fama de serios y trabajadores.

En 1959 abrieron su primer negocio en la calle Cimadevilla junto a su mentor, de ahí el nombre de Tarralva, mezcla de Tarrazo y Álvarez. Aunque por poco no lo hacen, ya que Tino era un excelente jugador de fútbol y tenía una prometedora carrera deportiva en Valladolid, donde duró un mes por un enfrentamiento con los entrenadores. "Cosas de la edad, pero creo que ser relojero era mi designio", afirma Tino.

El negocio iba viento en popa y en 1961 abrieron en la calle Manuel Pedregal, donde hoy sigue el negocio, que ampliaron en 1980. "Empezamos a coger fama y los clientes nos mostraron su fidelidad, a la que se añadieron luego hijos y nietos", reconoce Manolo. Un crecimiento empresarial que se producía al tiempo que seguían formándose en Barcelona, Madrid y Suiza con los mejores expertos. Así se convirtieron en los primeros gemólogos del norte de España. "Fue un salto cualitativo muy grande, durante muchos años éramos los únicos gemólogos de Asturias y supuso un esfuerzo muy grande", dicen.

Los encargos llegaban desde todas partes de España y no era raro el mes que entregaban alguna pieza en Barcelona o Madrid. En ese tiempo, su hermano Aurelio aprendió con ellos hasta que emprendió su propio negocio. Ellos seguían estudiando y se convirtieron en gemólogos especialistas en diamante por la Universidad de Barcelona, entraron en la prestigiosa Asociación Gemológica de Gran Bretaña y recibieron la insignia de oro de la Asociación de Empresarios de Joyería, Platería, Relojería y Bisutería de Asturias en 2001. Un reconocimiento que les honra.

Tino y Manolo aseguran que su éxito se debe a sus esposas, Mari Carmen y Pilar, respectivamente, quienes son "las auténticas heroínas del negocio". También Manuel Ángel García y Emilio Argüelles, quienes empezaron con ellos y se jubilaron en su negocio. "Emilio era un excelente relojero y Manuel Ángel un manitas, hacía de todo y todo bien", destacan. La calidad, el sacrificio y la búsqueda de la perfección han sido las claves de su éxito empresarial, que ahora deberá mantener la hija de Tino. Una vida entre joyas que les ha hecho dos profesionales de oro.

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