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De aquí a Lima

Pactos por encima de las siglas

El acuerdo en Siero de PSOE y Foro es un ejemplo de lo que se exige en la atomizada política actual, que debe ser refractaria a los personalismos y el sectarismo rancio

Eduardo Martínez Llosa y Ángel García, sellando el acuerdo presupuestario de Siero para 2016. LNE

Las viejas formas de hacer las cosas se están muriendo. Y las nuevas maneras de actuar aún no están preparadas para nacer porque no las conocemos. En ese periodo de transición, en ese claroscuro, surgen morbideces, síntomas de enfermedad; "monstruos". El pensador italiano Antonio Gramsci, encarcelado por Mussolini, incluyó esta reflexión en sus "Cuadernos de la prisión" en 1929. Y su redefinición de un interregno describe casi de forma profética el panorama sociopolítico actual.

La capacidad de penetración y respuesta social de las nuevas formaciones políticas, fundamentalmente Podemos con todos sus seudónimos, pero también Ciudadanos y otras, nacionalistas o no (en Asturias sucedió antes con Foro), ha alterado el clásico marco estratégico de confort de la alternancia política. Y las cataplasmas inveteradas ya no son remedio; se muestran incapaces de frenar una hemorragia masiva de nuevos axiomas, exigencias y prioridades.

Uno puede sentirse más o menos cómodo en el nuevo escenario, pero eso es lo de menos. No importa. Despreciarlo es obviar la realidad. Vivimos un momento político marcado por la confusión de quienes se afanan en construir un nuevo edificio con los escombros del anterior, obcecados además en que tenga una fisionomía parecida. Y la arquitectura ha cambiado.

Los últimos procesos electorales -nacional, autonómicos y municipales- han atomizado el panorama político de una forma insospechada hace cuatro días. Hemos pasado de un bipartidismo casi endémico a una flamante y desconocida pluralidad que se ha presentado en nuestra puerta con un ramillete de miedos contemporáneos. Cuando precisamente la coexistencia en diversidad es la existencia misma de la democracia.

Los partidos políticos están obligados a entenderse, y los ciudadanos lo estamos a no perdonar que no lo hagan. Discutir de forma apriorística sobre si determinadas alianzas son más o menos perversas ideológica, moral o conceptualmente es tanto como cuestionar la capacidad humana de progresar entendiéndose.

Resulta falaz escudarse en asociar gobiernos basados en acuerdos multicolor con inestabilidad política, o asemejar pluralidad en la gestión con ausencia de compromiso ideológico, travestismos aparte. Del mismo modo que no cabe afirmar de antemano si lo que vale aquí no sirve para allá o, por el contrario, que la misma llave abre todas las cerraduras. Cada entente tiene su afán y ha de ser valorada y juzgada de forma individual. Los acuerdos permiten gobiernos de los que se benefician los ciudadanos.

Siero necesita estabilidad política de una vez por todas. En doce días se cumplirán seis años de la noche de Comadres que convirtió la del despacho de la Alcaldía en una "silla caliente". El concejo ha sufrido y padecido cinco cambios de regidor desde 2010, que podrían haber sido seis. Casi uno por año. Ni el Real Madrid de Florentino Pérez.

Juan José Corrales (PSOE) dimitió apenas 24 horas después de su accidente ebrio conduciendo el coche oficial y lo sucedió, en funciones, Ángel García "Cepi", pero no cuajó sino que, ante las desavenencias entre los entonces ocho concejales socialistas para ratificarlo, fue elegido alcalde José Antonio Noval, del PP. Un año después los comicios de 2011 elevaron al socialista Guillermo Martínez, desbancado apenas doce meses más tarde por una moción de censura que -tránsfugas mediante- sentó a Eduardo Martínez Llosa (Foro), a quien también hubiese desalojado luego el TSJA si Guillermo Martínez no se hubiese ido, tras perder la Alcaldía, a ocupar la Consejería de Presidencia. El último relevo salió de las elecciones del pasado mayo, con Ángel García de nuevo al frente del Ayuntamiento. Basta leer la secuencia de un tirón para comprobar la fatiga.

Ahora parece existir un entendimiento en lo esencial entre el PSOE y Foro (con otros apoyos ocasionales, ya que entre ambos no tienen mayoría) que ha permitido, sin ir más lejos, que el concejo tenga presupuesto en 2016. Bienvenido sea ese y cualquier acuerdo que se firme en beneficio de un concejo que lleva años arrastrando los pies y acumula un carro de cuentas pendientes en materia de movilidad, ordenación urbana, integración de la ruralidad, diversificación y servicios, por citar algunas.

La miscelánea política sierense, con ocho partidos con representación en el Pleno, es un buen banco de pruebas de la nueva política de alianzas. El mundo actual, como el Bilbao de Unamuno, es un Siero más grande, y cualquier acuerdo político debe tener como única línea roja que, al igual que a un matrimonio, se llegue a él libre y voluntariamente, sin injerencias estratégicas -personalistas o no- que lo encorseten. En este nuevo interregno el escorpión tiene que aprender a controlar su naturaleza porque los ciudadanos estamos hartos de ver cómo al final pica a la rana y, junto a ellos dos, nos ahogamos todos.

Se equivoca de nuevo la política rancia cuando obvia la idiosincrasia territorial y ofrece acuerdos municipales y autonómicos como chorizos en ristra, por mucho que piensen que de ellos va a depender la -malentendida por sectaria- estabilidad política nacional. Causa estupor la exhibición de la actitud patrimonialista que muestran algunos dirigentes de uno y otro bando con sus propios partidos. Olvidan la democracia representativa que luego cuando les viene bien cacarean, y trasladan la sensación de que, como niños malcriados, sólo comparten cuando no tienen más remedio.

El profesor de Teoría Política de Cambridge y columnista de "The Guardian" David Runciman bautizó como "la trampa de la confianza" aquélla en la que caen las democracias por un exceso de orgullo y arrogancia que les impide percibir la inmediatez del desastre que se avecina. Mientras se sube, el exceso de confianza estimula energías que creía dormidas, pero al llegar arriba provoca la ceguera que conduce al fracaso.

España está en un momento álgido de su democracia, pero no debe ser en ningún caso un punto de inflexión. Y la única vía para no iniciar el descenso -la repetición de elecciones no resolverá el problema mientras no se reforme la ley electoral- es la de un acuerdo que no tiene que ser de gobierno, basta con que sea de gobernabilidad. Lo que los británicos han definido como "include me out" (inclúyeme desde fuera). Lo mismo que han alcanzado y ahora disfrutan en Europa, con fórmulas diferentes, Alemania, Francia, Italia, Portugal, Grecia, Bélgica, Suecia, Croacia, Austria o la República Checa.

De nuestros dirigentes y representantes depende que el pesimismo poético de Gil de Biedma no se revele tan profético como los textos carcelarios de Gramsci y no tengamos que lamentar sus versos: "De todas las historias de la Historia / sin duda la más triste es la de España / porque termina mal".

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