La fiesta del Carmen de Torazu, declarada de interés turístico regional, es una constante en la historia de la localidad. Durante el último cuarto de milenio, los vecinos se han congregado cada año en torno a la venerada imagen de la Virgen, con una única excepción, durante la Guerra Civil, para celebrar la singularidad local.

Los asistentes a la edición de ayer, especialmente relevante porque se celebraban esos 250 años, se contaron por cientos, pese a la coincidencia con otras celebraciones y la a persistente amenaza de lluvia. Y es que el Carmen de Torazu tira. Tira mucho.

"En estos 250 años, la fiesta sólo se interrumpió por la guerra", relata Nieves Huerres, hermana mayor de la cofradía. Aquel verano del 36 no estaba el país para celebrar nada, pero los de Torazu recuperaron la tradición al año siguiente, con fuerzas renovadas: "Se subastaron más de 40 ramos. Hubo muchas ofrendas de la gente que volvió con vida del frente", explica Huerres.

Precisamente, la superación de los traumas del pasado y el trabajo conjunto para hacer un pueblo mejor fueron temas centrales en el sermón del párroco, Rubén Pulido. "Tenéis que estar muy orgullosos de lo que hoy es Torazo, y lo que era hace unos años", afirmó el sacerdote, que dio una sencilla receta para seguir mejorando el pueblo: "cerrar las heridas, cultivar una visión positiva de los demás, tener una voluntad de hierro para que nadie desvíe a los vecinos de sus objetivos comunes, y tener un proyecto claro y realista de trabajar fuertemente por el pueblo". "Si seguimos estos cuatro pasos haremos un pueblo perfecto. Estamos cerca de ello", añadió el sacerdote.

Una receta, en todo caso, a la que el alcalde de Cabranes, Gerardo Fabián, añade un último detalle: "Es importante ver que los niños y los jóvenes mantienen las tradiciones porque eso asegura el recambio generacional". Algo indispensable para poder mantener viva la tradición, al menos, otros 250 años.