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Oles espanta la lepra

Los vecinos de Argüeru organizan en la iglesia de la Lloraza una representación del ritual de apartamiento social de los enfermos en la antigua malatería

José Luis Costa explica algunos detalles de la iglesia de la Lloraza, de estilo románico y bajo la advocación de Santa Eulalia. M.M.

-Hermano, estás muerto en vida.

Era la frase que tenía que escuchar quien enfermaba de lepra en la Edad Media mientras le echaban encima tres paladas de tierra. Después le enterraban y al poco le sacaban. Eran algunos de los momentos de la imposición que denominaban "vida en muerte" , porque precisamente significaba eso. Aunque siguieran viviendo, habían fallecido para la sociedad al ser completamente aislados. Le apartaban por miedo al contagio, explicó ayer en Oles (Villaviciosa) el historiador José Luis Costa Hernández, que ha realizado un trabajo sobre la malatería de la Lloraza.

La asociación de vecinos de Argüeru pensó que era buena idea dar a conocer la historia de esta iglesia, que sólo se abre al público una vez al año -el día de la fiesta-, y la del hospital de leprosos. Así que organizaron una visita guiada, que tuvo lugar ayer, y cuatro miembros de la Asociación de Recreación Medieval Asturiana representaron cómo eran aquellas ceremonias que suponían el aislamiento social de los malatos. Juan Flórez encarnó a un miembro de la orden de San Lázaro y fue quien protagonizó la imposición del leproso al que dio vida Rafael Amago, que llegó al templo acompañado de dos familiares, que eran Íñigo Álvarez y Maite Blanco.

En este ritual le dejaban claro al enfermo que no podía tener ningún contacto con personas sanas, y si le hacían alguna pregunta tenía que hablar en dirección del viento. Ni siquiera podían lavarse en arroyos o fuentes, y tenían que tocar los setos con guantes. Tampoco podían abandonar el hábito o ir descalzos excepto por su nueva casa. Les colocaban una túnica blanca e imponían un colgante con un cencerro.

A partir de este momento tenían dos opciones. Si eran pobres, su destino era una casa de leprosos aislada, que se identificaba por la cruz, tela roja y limosnero que había en el exterior. Vivían de las dádivas y su esperanza de vida era de entre dos y tres años. No había tratamiento para la lepra, de la que no se supo hasta el siglo XIX que "es la enfermedad infecciosa menos contagiosa", destacó Costa. Si el leproso tenía hacienda, donaba sus tierras y bienes para ser atendido en el hospital como el que hubo en la Lloraza. Se desconoce exactamente dónde se ubicó y la primera vez que se tuvo testimonio de él fue en 1274, y la última, en 1850. Esta leprosería estaba dentro de la red asistencial que había en la región. Se cree que albergaba sólo a enfermos de la zona.

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