Mieres del Camino,

Leticia G. HUERTA

José Luis González se tuvo que ir de Asturias por razones políticas hace muchos años. Estableció su residencia en Francia, donde permanece desde hace más de treinta años. Fue nombrado director de la compañía parisina de marionetas «Champs Élysées», un centenario espectáculo que desde 1918 recrea sus obras en los Campos Elíseos de la capital francesa y que el viernes triunfó en Mieres. A José Luis le fascina el mundo inerte de los guiñoles, entre otras cosas «porque coincido con ellos en que no tengo patria».

-¿Cuánto tiempo hace que se dedica al mundo del guiñol?

-Es un mundo que ya me llamaba desde pequeño. Lo conocí gracias a Ramón Hortensia, me descubrió que esto de hacer el tonto es lo propio del hombre. Ahora dirijo la compañía francesa desde hace más de 30 años.

-¿Qué es un guiñol?

-Un guiñol es materia inerte que va tomando vida con el público y la ayuda del guiñolista. Es algo que siempre está en constante devenir; los títeres no se hicieron para estar expuestos en un museo o una galería, necesitan de un público que los reviva.

-¿Qué significan para usted las marionetas con las que trabaja diariamente?

-Todo, pero el guiñol no pertenece a nadie, no tiene derechos de autor, puede existir aquí y allá y en donde sea; eso es lo que lo hace realmente especial.

-¿Por qué le gustan las marionetas?

-Para mí son muy importantes porque, aunque lo haya hecho miles de veces, siempre hay emoción. Es todo gracias a la frescura y originalidad que desprenden los niños. Además, tienen calidad física. Los titiriteros jugamos con la emoción del público, no actuamos.

-¿En España hay mucha cultura del guiñol?

-El guiñol no tiene patria, no pertenece a nadie, como yo. Existe aquí y allá, pero hay un gran linaje de guiñoles; por ejemplo, en Rusia, es la petrusca. En el caso de España, tiene que sentirse privilegiada porque posee uno de los primeros títeres con movimiento articulado del mundo. Se trata de una estatua que cogían los artistas y hacían como si hablara con ellos; es la «Venus de Carambolo», que está localizada en un pueblo de Sevilla y data del año 700 antes de Cristo.

-¿Prefiere el público español u otro?

-He actuado en muchos países y cada público es diferente. Los niños son uno de cada mundo, pero todos tienen dulzura, algo especial y, sobre todo, ganas; eso es lo que más me gusta de ellos, porque la vida son ganas. Así que, mientras estén, da igual de dónde sean.

-Aparte de jugar con los guiñoles, ¿enseña a otros guiñolistas el oficio de titiritero?

-Sí, desde hace tiempo trabajo con varias mujeres, les enseño a manejar este mundo del guiñol. Y creo que con esta enseñanza puedo contribuir a introducir a las mujeres en el mundo de la titeretería física, donde tienen muy poca tradición, no como en la narrativa, donde ya tienen mucha experiencia.