Cada año se celebra en una mañana festiva del corazón del invierno el homenaje a Manuel Llaneza. En torno a su tumba del cementerio civil de Mieres, los oradores -siempre los mismos- analizan como ha ido la vida política en los meses que han transcurrido desde la cita anterior y hacen cábalas sobre como van a discurrir las cosas hasta la próxima; tampoco falta nunca el anuncio de alguna novedad para las Cuencas, que se reserva el secretario del SOMA, en la que seguramente es la intervención más esperada, pero de lo que ya no se habla desde hace años es del propio Llaneza, que debería tener algún recuerdo en los discursos además de las flores que se colocan sobre su lápida.

Yo acudo siempre que puedo. Les confieso que lo hago por el respeto histórico que siento por el personaje y también porque me gusta recordar otros tiempos en los que era más joven y sentía la obligación de sumarme a quienes se negaban a aceptar que se borrase por decreto uno de los capítulos más importantes de la identidad de nuestro pueblo.

Este año se me acercó un hombre, seguramente el de mayor edad de los que estaban allí, al que ya conocía porque su familia siempre tuvo amistad con la mía, y después de saludarme me dijo que su padre siempre había mantenido que si Llaneza hubiese estado vivo en el 34, no se habría llegado a la revolución. Recordé entonces que ya había escuchado lo mismo en otra ocasión y también de alguien con muchos años, y decidí escribir una reflexión sobre este tema.

Quienes me han leído otras veces conocen mi opinión sobre el líder minero, que aunque es estrictamente personal y puede estar equivocada, les aseguro que está suficientemente documentada por los años que llevo estudiando el asunto. La figura de Manuel Llaneza tiene luces y sombras y quien diga que su comportamiento político fue siempre intachable se queda algo en el bolsillo, pero en la balanza de la historia pesa bastante más el platillo de lo que hizo bien que el recoge sus errores y por eso sigo teniéndole mucha consideración.

Finalmente, creo que es imposible conocer cual habría sido su postura ante los hechos de octubre, pero creo que él también se habría dejado arrastrar en aquel momento por la misma ilusión de sus compañeros, aunque, de cualquier forma, lo seguro es que aunque se hubiese opuesto, todo habría seguido su curso.

La idea de un Llaneza cerrado a las aventuras revolucionarias nace de dos asuntos concretos. El primero es su colaboración con el directorio militar del dictador Miguel Primo de Rivera, cuando las otras organizaciones obreras fueron prohibidas; el segundo la forma en que defendió su posición contraria a la III Internacional.

Con respecto a sus conversaciones con el general, los historiadores socialistas las justifican diciendo que únicamente se trataron «las cuestiones mineras de índole inaplazable» y que merecieron la pena porque Primo de Rivera atendió la mayor parte de las reclamaciones formuladas por el líder del SOMA. En cuanto al asunto de la Internacional, vamos a ver lo que pasó.

En marzo de 1919, Lenin fundó en la URSS la III Internacional haciendo un llamamiento al proletariado mundial para que se avanzase hacia el comunismo. Hasta Moscú fueron llegando delegados de muchos países para observar in situ qué posibilidades tenía la nueva organización (entre ellos el mierense Jesús Ibáñez, en la delegación de la CNT, como ya les he contado en otra ocasión). En el seno del PSOE se produjo entonces un vivo debate entre los partidarios de adherirse y quienes pensaban que el socialismo ya tenía su propia Internacional, la II, y nada que ver con lo que estaban haciendo los rusos.

En el debate, la juventud socialista se manifestó a favor de la tendencia tercerista expresando su discrepancia con los dirigentes de su partido, Besteiro, Largo Caballero, Saborit y el mismo Manuel Llaneza, salvando sólo de sus críticas al venerable Pablo Iglesias, quien por su larga vida de sacrificios inspiraba el respeto incluso de los más exaltados que a los pocos meses tomaron la decisión de formar el Partido Comunista Español. Aunque la mayoría decidió esperar hasta el 19 de julio de 1920 para saber que hacer.

Aquel día se inició en la casa del Pueblo de Madrid un Congreso extraordinario con la presencia de representantes de todas las regiones. Las sesiones se abrieron en medio de una gran expectación cuando se formó la mesa que tenía que dirigirlas y se rechazó una propuesta para que se admitiese a una comisión informativa del partido comunista. Pero lo que marcó todas las reuniones fueron las constantes interrupciones a los oradores, entre ellos Isidoro Acebedo, uno de los primeros en subir al estrado para declarar en nombre de los socialistas asturianos que, aunque manifestaban sus simpatías con los elementos rusos, eran partidarios del cumplimiento disciplinado de los acuerdos que adoptase la asamblea.

Manuel Llaneza intervino en varias ocasiones, siempre oponiéndose a cualquier cambio, pero vivió unos momentos especialmente tensos el día 21. Aquella mañana, le tocó hablar después de varios defensores de la nueva Internacional, la papeleta era difícil pero se mantuvo firme en sus argumentos: «Lo que urge es obtener las reivindicaciones obreras antes que pensar en un cambio de régimen?Hay que ser sinceros y reconocer que la clase obrera aun no está capacitada para las funciones de Estado, sin preparación tampoco para vivir en las altas esferas sociales».

Estas afirmaciones fueron recogidas con algunos murmullos, que aumentaron cuando explicó la situación en Asturias y los logros conseguidos por el SOMA, pero al pasar a criticar a los oradores que le habían precedido, uno de los asistentes le interrumpió a voces iniciando un escándalo formidable.

Costó poner orden entre los asistentes, claramente divididos, pero por fin el alborotador fue expulsado del local; acto seguido, Indalecio Prieto acusó a quienes protestaban de ser provocadores anarquistas, lo que no hizo más que prolongar el escándalo. Otra voz del público gritó dirigiéndose a Llaneza: «Para hablar así es preciso tener callos en las manos», y otro más: «No puede hablarse así conservando la vara de alcalde». Entonces varios mineros asturianos, que habían acompañado al líder desde Asturias, secundados por otros asambleístas intentaron agredir a sus contrarios.

Finalmente, Llaneza, dominando el tumulto, pudo continuar su discurso diciendo que había trabajado en las minas desde los once años y que después de veinte de trabajo no había podido jubilarse, y que si desempeñaba la Alcaldía de Mieres era por mandato del pueblo; una gran ovación cerró sus palabras.

Aquella fue la tónica de todos los días, con sesiones interminables en las que se cruzaron insultos personales entre los oradores e incluso se llegó a las manos en varias ocasiones en las calles próximas a la Casa del Pueblo, y mientras tanto en la Montaña Central las noticias que llegaban por la prensa indignaban a quienes querían sentirse representados de otra manera.

El día 24, fiesta de San Xuan, los delegados que habían asistido al Congreso Extraordinario de la Federación Socialista Asturiana en Oviedo y la mayoría de los afiliados de la Agrupación Socialista de Mieres dirigieron sendos telegramas al Congreso Nacional de Madrid desautorizando a sus representantes por «haber quebrantado el acuerdo tomado por gran mayoría de defender el criterio para ingresar incondicionalmente en la Tercera Internacional».

Aquello le acabaría costando a Manuel Llaneza perder temporalmente el control del sindicato minero en agosto de 1921, que pasó a ser dirigido por los comunistas; aunque el susto duró poco y pudo recuperarlo, pero seguramente tuvo razón Andrés Saborit en sus memorias al escribir: «Todas estas batallas dentro del propio campo de la clase trabajadora, ¡Como quebrantaron la salud de Llaneza! Su gran corazón no estaba hecho para sufrirlas sin peligro!».

Finalmente, el día 26 se clausuró el Congreso con la decisión de los socialistas de pedir la baja en la II Internacional y enviar una comisión a ver lo que pasaba en Rusia antes de tomar una decisión para el ingreso. Cuando volvieron los dos delegados, cada uno traía una visión distinta: Daniel Anguiano pidió el ingreso inmediato en la III y Fernando de los Ríos se opuso. Por otro lado, la propia Internacional Comunista instó al PSOE a definir su posición y se tuvo que convocar un tercer Congreso Extraordinario. Allí se votó mantenerse al margen de la III Internacional, pero un sector minoritario, anunció su escisión del PSOE para fundar el Partido Comunista Obrero Español. Al poco tiempo éste se unió con el Partido Comunista Español: había nacido el Partido Comunista de España.