Permítanme decir -en el nombre de mis padres, primero, ya fallecidos- y en el resto de mis hermanos, que Inocencio Urbina era un buen amigo de la familia, y muy especialmente de mi padre, Luis Fernández Cabeza, la persona que siempre confió en él, que le dio su apoyo incondicional cuando otros rechazaban sus primeras obras, que le promocionó en los tiempos más difíciles y quien le ofertó una sincera amistad.

Varios de sus cuadros presidían algunas estancias de nuestra casa, entre ellos, dos de sus incomparables cuadros de mineros, en los que la negrura y la dureza de las minas quedaban fielmente reflejadas en ellos. Pero también sus flores, bodegones y retratos. Crecimos con ellos y, en la actualidad, podemos seguir disfrutando de algunas de las obras de este prestigioso pintor, reconocido como tal más allá de nuestras fronteras y poseedor de numerosos y prestigiosos premios.

Al conocer su fallecimiento he mirado con una actitud distinta el cuadro que cuelga de una de las paredes de mi salón, un jarrón rebosante de maravillosas flores y he sentido que hoy tenían un «olor» especial, así que me detuve ante él más tiempo de lo acostumbrado para admirarlo y, a través de él, admirar y sentir más cercano a su autor que se nos fue.

Inocencio nos ha dicho adiós, pero el amigo y el artista siempre quedará con nosotros. Mis condolencias y un sincero abrazo a su mujer Ana Villanueva Cea y a su hijo Antonio.