Señor Ministro de Educación del Reino de España. Usted aseguró en una de sus alambicadas intervenciones que la reforma educativa propuesta por su Ministerio no es ideológica, aunque no explicó por qué. Sin embargo, me encuentro entre las personas que la entendemos en sentido contrario al que usted expone, es decir sencillamente ideológica. Si hacemos una lectura detenida del anteproyecto está fuera de duda que el mismo parte de prejuicios ideológicos viejos en la «su» derecha española, adobados además con reflujos eclesiásticos, y que usted ha establecido como criterios aplicables a la educación en España. Esta su reforma, obedece al modelo añorado por los ricos para que sólo sus descendientes puedan llegar a los puestos más altos: másters y doctorados; el resto, es decir, la gran mayoría, será dirigida hacia el estudio que la acerca a la precariedad permanente para un mercado laboral flexible y también precario.

De tal manera se está fraguando la reforma educativa, que se puede decir sin exageración, que estamos entrando en el túnel negro del «no futuro». A él nos empujan las decisiones de políticos, entre los que usted se encuentra, de una simpleza y cretinez exponencial, de palabra tan fácil como su incumplimiento y mendacidad. Hace apenas unos días nos decían que había cosas intocables, como la salud y la educación; ambas se han tocado y cómo señor Wert. Decían que la educación era garantía de futuro y aún lo repite usted: «La educación es el futuro de la sociedad desarrollada, es la formadora de la juventud del mañana». Es, en fin, la savia que verdece las hojas de la cultura, de la honestidad personal, de la sociedad. Invertir en educación, decían, era apostar por la salida de la crisis. Ahora, en este momento, le digo que todo eso yace bajo tierra, todo huele a podedumbre.

Si lo dicho hasta aquí muestra su mentira y la del partido que usted representa, más y peor es cuando pretende convencernos de que las medidas que toma en educación no afectarán a la calidad educativa. Al decir eso no sé si es que está mintiendo o es usted un sonoro ignorante que desprecia no sólo la educación pública, sino también la inteligencia de los y las docentes, así como de la sociedad. Una sociedad a la que con su prepotencia y sordidez ideológica empuja al abismo de la ignorancia.

Si usted entiende que fomentará la «calidad moral de nuestra democracia» con los principios de eficiencia, competitividad y autoridad es usted o un aficionado o un torpedo en la línea de flotación de la escuela pública, o ambas cosas a la vez, además de no haber entendido nada.

Alrededor de esta reforma educativa todo se hace irrespirable como los recortes educativos en un país donde la Iglesia Católica se ve libre de determinadas, o todas, las obligaciones fiscales y a la que se le da la prebenda de mantener una religión católica en la escuela pública impartida por un profesorado que además de no ser funcionario ni interino, es designado por el obispo de turno costando al erario público 500 millones de euros al año estimando que con ellos se están dejando de contratar a 7.000 interinos.

La claridad de esta reforma ideológica es diáfana: incendiar la escuela pública y dinamitar las conquistas educativas alcanzadas con el esfuerzo por parte de todos y todas. Potenciando de paso la enseñanza privada concertada. Es, sencillamente, una estrategia tendente al desmantelamiento de uno de los fundamentos básicos de la precaria democracia española: la escuela pública, la escuela de todos y para todos. Ni la pretendida reducción del déficit ni el supuesto ahorro en las cuentas públicas justifican este despropósito. «Wergüenza» de ministro y de gobierno.