El general colombiano Rafael Reyes Prieto fue todo un personaje en su época, no sólo dentro de su país, también en todos los territorios que se llamaban antiguamente Hispanidad porque defendió contra viento y marea la postura favorable a las alianzas política y económica con la Madre Patria -según su propia expresión-, cuando en otros países ya crecía la idea de culpar a los españoles de todos los males como herencia de los abusos cometidos tras el descubrimiento y la colonización de América.

Nació en diciembre de 1849 en un pueblo de Boyacá y siendo muy joven montó una empresa con sus hermanos para obtener y exportar quina, empleada para producir la quinina, el medicamento que aún se utiliza para prevenir y combatir la malaria. Un negocio excelente que al mismo tiempo le hizo explorar las selvas del Putumayo y del Amazonas buscando ese árbol y realizar algunos descubrimientos geográficos.

Luego, todo empezó a torcerse, los beneficios decayeron, las enfermedades tropicales afectaron a sus trabajadores y, como si un brujo hubiese lanzado una maldición sobre la familia, uno de los hermanos cayó fulminado por un ataque al corazón, otro por la fiebre amarilla y el tercero acabó devorado por una de esas tribus de caníbales cuya existencia niegan algunos antropólogos.

Ante ese panorama, Reyes, un hombre alto y de gran fortaleza, decidió hacer carrera en el ejército. Y acertó, ya que pronto destacó por su valor y, en consecuencia, su ascenso hasta llegar al generalato fue vertiginoso. En su historial de aquellos años figuran acciones en las guerras civiles de 1885 y 1895, y misiones diplomáticas para solucionar el conflicto que Estados Unidos estaba provocando en torno al asunto del istmo de Panamá. Resulta evidente que fue un hábil negociador y por eso fue nombrado ministro de Fomento; una oportunidad para rehacer su fortuna que no dejó pasar. Después tuvo otros cargos políticos; también llegó a ser ministro de Gobierno y por fin presidente entre 1904 y 1909.

Su lema "Menos política, más administración" se hizo famoso, pero no se quedó solo en las palabras. Bajo su mandato progresista Colombia mejoró los transportes, las finanzas y protegió las industrias y la minería, pero, como sucede demasiado a menudo con estos personajes, pronto derivó hacia la dictadura, fortaleció el ejército, clausuró el Congreso y creó una Asamblea Nacional Constituyente, metiendo en prisión u obligando al exilio a sus opositores, lo que lógicamente le trajo muchos enemigos e incluso un atentado fallido, cuando tres jinetes erraron al disparar contra él y su hija, que viajaban en el coche presidencial por el centro de Bogotá.

En 1909, para evitar una guerra civil después de que se hubiesen registrado muchas muertes cuando se celebraba una manifestación en su contra, optó por entregar en secreto la presidencia al general Jorge Holguín y exiliarse en Europa desde donde hizo pública su dimisión. Entonces se dedicó a viajar y residió en México, Francia y España, antes de regresar definitivamente a Colombia donde pasó sus últimos años antes de fallecer en 1921.

La anécdota que hoy les quiero contar sucedió durante su estancia en nuestro país, donde en su retiro el antiguo presidente se dedicó a escribir e impartir conferencias sobre una tesis que había defendido siempre ante la incomprensión de algunos de sus colegas: la idea de que España era el tronco común del que los países hispano-americanos no debían desgajarse , defendida en los libros que pudo publicar: "A través de la América del Sur", "Las dos Américas", "España y América", "Notas de viaje", "Viajes a España y Portugal", "Por Colombia, por Iberoamérica" y "Escritos varios".

En abril de 1915, el ilustre expresidente de la República de Colombia había anunciado su visita a Oviedo dentro de una gira en la que estaba promocionando un proyecto para establecer una línea de vapores a las costas americanas del Pacífico a través del estrecho de Panamá. En un principio se trataba de una charla a puerta cerrada en el edificio de la Diputación provincial organizada por los marqueses de San Feliz y de la Vega de Anzo con las personalidades y los empresarios más destacados de la región, pero el viaje, que debería ser de trámite se convirtió en una pequeña odisea cuando los elementos atmosféricos se confabularon con la mecánica para hacer que todo saliese mal.

Para empezar, el automóvil en el que viajaba el ilustre conferenciante, acompañado por el prestigioso financiero don Fernando Pimentel y su secretario, empezó a fallar desde la salida de Madrid y según contó más tarde con humor el propio viajero antes de llegar a la montaña leonesa ya se había producido mil paradas forzosas. No olvidemos que en aquella época la mayor parte de las carreteras que cruzaban el país aún estaban en un estado penoso y que en muchos lugares del país todavía no se había visto todavía un vehículo a motor.

Aunque lo peor esperaba a este lado de la cordillera. Cuando llegaron al límite de la provincia ya era noche cerrada y empezó a caer nieve, de modo que el chofer, que no conocía ni el terreno ni el clima asturiano manifestó sus dudas sobre lo que podían encontrarse en la bajada. Pero el retraso ya era importante, así que el general, que ya había luchado contra los elementos en el Trópico, decidió hacer lo mismo en esta tierra y ordenó seguir adelante. Fue un error. Al parecer fue un fenómeno localizado, pero la nieve cuajó de tal manera que el coche quedó atrapado en tierra de nadie y dicen las crónicas que en unas horas alcanzó en las cercanías de Pajares un metro y medio de espesor, algo que hacía mucho tiempo que no se veía por allí en primavera.

El bloqueo fue tal que los atrapados decidieron enviar hasta el pueblo un mensajero en busca de ayuda y, ante la imposibilidad de romper la capa de nieve y el temor de permanecer varios días en aquellos lugares, alquilaron una pareja de bueyes que después de mil fatigas los condujo hasta lugar seguro.

Según la prensa, el general y sus acompañantes fueron alojados en casa de un vecino llamado Lorenzo Pérez, quien al enterarse de la presencia del expresidente colombiano se apresuró a ofrecerle su hospitalidad, que aquél aceptó reconocidísimo y ya por la mañana se pusieron todos los medios para poder dejar expedito el camino hasta que el automóvil de Rafael Reyes pudo reiniciar su ruta, pero como era de esperar, aquellos motores no estaban preparados el esfuerzo que suponía avanzar de aquella forma y cuando se hallaba cerca de Fierros, tuvo que detenerse nuevamente a causa de otra avería.

Afortunadamente, la gran nevada de abril solo había afectado las alturas y finalmente, con la carretera despejada, la pequeña comitiva se desplazó a toda la velocidad que entonces podía alcanzarse, cruzando Lena, Ujo y Mieres en dirección a Oviedo, adonde pudieron llegar con un gran retraso sobre el programa que estaba previsto.

Ya en la capital, como era lógico, se dirigieron hasta su hotel -el Covadonga- para acicalarse antes de su presentación pública, pero quienes los esperaban decidieron que había que cumplir con el horario y sin tener en cuenta la fatiga que previsiblemente tendrían sus huéspedes, se presentaron uno tras otro en la recepción del establecimiento.

Como si fuese la escena de una película de los hermanos Marx, todos fueron pasando a la habitación para desesperación del general colombiano: primero las autoridades locales, después el presidente de la Diputación y otras personalidades y finalmente los dos aristócratas anfitriones, que sin dejarle hacer más aguas que las menores, se lo llevaron hasta el palacio del marqués de San Feliz donde le esperaba una comida íntima que habría sido deliciosa si los manjares perecederos, preparados para el consumo desde hacía horas, no estuviesen ya algo pasados y las prisas no hubiesen impedido una pequeña sobremesa.

Tuvieron que levantarse rápidamente porque a las cuatro de la tarde les esperaban para enseñarles las instalaciones de la fábrica de armas y la visita se cumplió. En el periódico de la mañana siguiente escribieron que "después de visitar detenidamente dicho establecimiento fabril, se trasladó a la capital, que también, visitó con detenimiento, elogiándola cumplidamente". La verdad es que a mí no me salen las cuentas ni para concluir una visita de médico, porque en el programa estaba incluida la Catedral, la sede de la Diputación provincial y otros edificios importantes de la capital y el general aún tuvo que volver al hotel para preparar la conferencia que debía dar a las siete y media en el Paraninfo de la Universidad.

No cabe duda de que Rafael Reyes Prieto era uno de aquellos hombres de hace cien años con una fortaleza templada a fuego, ya que cumplió perfectamente con su deber. Ante la expectación que había despertado su presencia, se decidió abrir el acto a todo el publico en el salón de la Universidad y allí ocupó la tribuna en presencia de las autoridades, claustro de profesores y a sala llena y desde el principio de su intervención encandiló a la audiencia que rompió en aplausos cuando comenzó elogiando la hospitalidad de los payariegos y reclamando el título de asturiano, diciendo que se sentía muy orgulloso de descender de aquellos gloriosos antepasados suyos de la raza de Pelayo.

A continuación habló con su voz autorizada y elocuente sobre el acercamiento de los pueblos de América latina con España y del ideal de la hermandad hispana y dijo que muy pronto debía inaugurarse una línea rápida de vapores modernos entre la República de Colombia y España, que beneficiaría a ambos países afianzando aún más su unión, ya que en ambos vivía la misma raza.

Pero por si las razones patrióticas no fuesen suficientes para convencer al auditorio de las ventajas de este plan, traía preparados dos documentos que garantizaban sus beneficios económicos: la primera era un memorándum dedicado a los Reyes y la segunda una carta que lo apoyaba y que estaba firmada por el empresario que más sabía de estas cosas, ya que venía controlando el tráfico marítimo interoceánico desde hacía décadas: el marqués de Comillas, admirado por los empresarios asturianos por su enfrentamiento formal a los sindicatos obreros y el éxito de la práctica paternalista que había puesto en marcha en la Sociedad Hullera Española.

Cuando concluyó, el público lo acompañó hasta el Hotel Covadonga como si fuese un torero sacado de la plaza por la puerta grande, en medio de una manifestación espontánea en la que se repitieron los vítores a Colombia.

Demasiadas emociones para un solo día. Una vez a solas, el general Rafael Reyes miró hacia el cielo nocturno por la ventana de su habitación y cuando estuvo seguro de que no amenazaba nieve, se puso su pijama y la redecilla que guardaba las guías de su bigote en las horas del sueño, luego se acostó agotado. A la mañana siguiente debía madrugar para seguir viaje hasta Santander.