Decenas de vagonetas abandonadas desde hace años se amontonan en el recinto exterior del pozo María Luisa, a unos cien metros del castillete, junto a vetustos edificios de techumbres rojas que antaño eran transitados almacenes y talleres de la explotación. La fina lluvia se entremezcla en el suelo con restos de polvo, barro y carbón. Parece una estampa sacada de un película post-apocalíptica, metáfora de una época que se va. Tampoco hay rastro de mineros por la zona. En la explotación, que al inicio de los años noventa, antes de la reconversión, tenía 1.600 trabajadores, apenas quedan 240. Serán todavía menos (medio centenar aproximadamente), a partir del 30 de diciembre, cuando María Luisa -quizá el pozo más famoso de España gracias a la canción "Santa Bárbara bendita", convertida en himno de los mineros- afronte su cierre técnico y deje de sacar carbón después de 158 años de actividad.

José María Camblor Cueto escarba con su paraguas en un charco a la entrada del pozo con gesto distraído, mientras mira pensativo hacia el castillete. Decir que María Luisa es su segunda casa no es una exageración. Pasó en el pozo langreano casi medio siglo, desde 1953 a 2000, la mayor parte de su trayectoria laboral como minero: "No quise prejubilarme porque yo, por edad, pasaba directamente al retiro y no me interesaba porque perdía dinero. En este pozo, menos picar carbón, he hecho de todo; he echado aquí media vida y he pasado por todas las categorías".

Una voz conocida que no escuchaba desde hace años interrumpe su reflexión.

-Hombre Chema, ¿no te acuerdas de mí?

-Como no me voy a acordar con les bronques que me echabes.

El recién llegado es José Ángel Fernández Coto, ingeniero de María Luisa entre 1983 y 1993, y jefe del pozo entre 1997 y 2000. "Este era un jefe exigente, pero nos llevabámonos bien. Los mandos no podían decirme nada porque conmigo todo el mantenimiento del pozo iba como una seda", expresa Camblor entre risas, mientras estrecha la mano a Fernández Coto.

Camblor relata, al echar la vista atrás, que "cuando yo entré en María Luisa la gente estaba muy oprimida porque se ganaba poco. Me tocaron todas las huelgas y movilizaciones, desde las huelgonas de los años sesenta hasta las de los noventa, antes de retirarme. Recuerdo una vez en la que los picadores se pusieron con los hachos delante del embarque y quedamos encerrados en protesta por las condiciones de trabajo durante dos días, sin comida y durmiendo cada uno donde podía", rememora este vecino de La Felguera de 84 años, que añade: "Siempre hubo mucha armonía entre la gente del pozo. En la época buena salían 1.800 vagonetas diarias cargadas de carbón, unas 1.800 toneladas".

Víctor Rivera llegó a María Luisa en 1960 y estuvo en el pozo hasta 1977: "Tenía 16 años, trabajaba de ferroviario para Duro Felguera y me ofrecieron entrar en la mina a cambio de librar la mili". Rivera aceptó. Fue vagonero, caballista, barrenista, electromecánico y vigilante, y vivió en primera persona la transformación experimentada por el pozo y por el sector extractivo en general. María Luisa ya se había empezado a explotar como mina de montaña en 1858. La profundización del pozo comenzó en 1918 y acabó tras la Guerra Civil. En 1967, cuando la explotación era propiedad de la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera pasó a integrarse en la sociedad estatal Hunosa, junto con la mayor parte de los pozos de la Cuencas.

La aparición de Hunosa supuso un progresivo avance en la mecanización del pozo y en los métodos de producción. "A mí todavía me tocó trabajar con tracción animal para la vagonetas. La mulas estaban dentro toda la semana hasta el sábado. Ese día salían como cohetes y el lunes no había quien volviera a llevarlas dentro. La gente llevaba gorras en lugar de cascos y era costumbre bajar la bota de vino a la mina, aunque yo nunca vi a nadie borracho trabajando. Después todo eso cambió", explica Camblor.

De las mulas se pasó a las máquinas alimentadas con benzol y gasoil, que en ocasiones generaban mucho humo y tuvieron que ser reemplazadas por las de batería. También se pasó del martillo neumático al martillo de columna y, después a la rozadora. "Fue fundamental" -relata Víctor Rivera, exconcejal de San Martín del Rey Aurelio, "llevar tuberías de agua a los tajos para humidificar la gran cantidad de polvo que se levantaba a la hora de barrenar. Antes de eso había una cuba que no duraba nada y a los barrenistas apenas se les veía la cara; eso hizo que mucha gente muriera por culpa de la silicosis".

Rivera tiene grabada la coplilla que circulaba entre los mineros cuando el pozo fue absorbido por la empresa pública: "Con tanta seguridad / desde que nació la Hunosa / el pozu de María Luisa / está de color de rosa". La intensa actividad de la mina langreana, en la que llegaron a trabajar casi 2.000 personas hizo que se creara un microcosmos en su entorno.

"Los chigres de alrededor no cerraban nunca porque había tres relevos y siempre tenían actividad. La gente pedía adelantos de 200 o 500 pesetas los sábados para tener dinero para gastar", rememora Rivera, para rescatar a continuación algunas anécdotas de su etapa a María Luisa. "Teníamos un compañero ya fallecido, Velinón, que una vez prendió fuego a una vespa que tenía en el aparcamiento del pozo porque lo había dejado tirado. En otra ocasión tuvo que quitar, por orden del ingeniero, un dibujo de cartón de dos guardias civiles que llevaba colgados boca abajo en la antena del coche porque era día de paga y había una pareja de la Benemérita que había venido a escoltar la caja", relata Rivera. "Me da mucha lástima que cierre María Luisa. Si viviera otras cincuenta vidas, en las cincuenta volvería a ser minero".

José Ángel Fernández Coto también reconoce que el cierre de María Luisa "me toca la fibra sensible porque aquí también trabajó mi padre como 'ferreru'; incluso me tocó ser jefe suyo. La mina crea unos lazos especiales entre la gente, quizá por la peligrosidad del trabajo, y en este pozo en particular siempre existió mucha camaradería y compañerismo". Fernández, que estuvo al frente de la explotación entre 1997 y 2000 reconoce que "lo más complicado era llevar a la gente y, sobre todo, la siniestralidad. Una vez estaba en casa con gripe cuando me avisaron de un accidente en el que se había matado un artillero; se me quitó la gripe de golpe porque son momentos muy duros cuando te pones a pensar en lo que estará pasando la familia".

María Luisa tiene la triste marca de haber sido escenario de la mayor tragedia de la minería moderna, que se llevó la vida de 17 mineros el 14 de julio de 1949 en una explosión de grisú.

Toni Tamargo y Virginia Jiménez, mineros en activo, están viviendo los últimos días del pozo María Luisa con la incertidumbre añadida de saber qué pasará con su futuro profesional. "A mí me toca prebubilarme en 2018, pero hay mucha gente joven que no sabe que será de ellos y la desaparición del sector va a ser un impacto muy fuerte para toda la comarca. Yo estuve en la marcha negra que llegó a Madrid y, como trabajador de María Luisa, fue muy emotivo ver cómo tanta gente que no tenía nada que ver con el carbón nos acompañaba cantando Santa Bárbara bendita".

En una situación parecida se encuentra Virginia Jiménez, que entró en María Luisa en 2006 y ahora, tras sufrir un accidente, está destinada en el exterior, en concreto, en la lampistería: "No sé si me enviarán a Carrio, Nicolasa o Santiago (las tres minas de Hunosa que quedarán en marcha en 2017). María Luisa es el único pozo en el que trabajé y todavía no me lo creo; me cuesta hacerme a la idea, es como si esperara que dieran marcha atrás en el último momento".