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El final de la pesadilla americana de una familia de Mieres

Trasladan a Madrid a una joven turonesa que pasó más de 3 años apresada en Perú

La madre de Patricia Calviño, arrestada en el aeropuerto de Lima con 3,5 kilos de cocaína, inició una batalla para traerla: "Quise quitarme la vida"

Fátima Mesquita, ayer, en Pola de Lena. J. R. SILVEIRA

Tres años y medio. 42 meses. 1.275 días con sus respectivas noches. Es el tiempo que Patricia Calviño, una joven de 25 años de Turón, ha pasado en la cárcel de Santa Mónica de Lima (Perú). En septiembre de 2013, la detuvieron en el aeropuerto de la capital peruana. Llevaba 3,5 kilos de cocaína. Su madre, Fátima Mesquita, inició entonces una batalla para traerla a España: abogados, embajada, llamadas a Perú y malas noticias. "Hubo momentos en los que pensé en quitarme la vida". El pasado viernes, esa losa que le apretaba el pecho desapareció: el Gobierno peruano permitió el traslado de Patricia Calviño, junto a otros treinta reos, a España. Ahora cumplirá el resto de su condena (tres años y dos meses) en la prisión de Soto del Real (Madrid). Su familia aún no ha podido verla, pero cuentan las horas para abrazarla.

Fátima Mesquita llegó a la redacción de LA NUEVA ESPAÑA de Mieres el 19 de noviembre de 2013. Tenía los ojos cansados y llevaba un archivador lleno de papeles. En la mano que tenía libre, arropaba a una bebé de cuatro meses. "Esta es mi nieta. Su madre, mi hija mediana, está en una cárcel de Perú", explicó. Estaba acusada de tráfico de drogas, pero Mesquita no sabía entonces si su hija había cometido el delito.

Fátima Mesquita ya no llevaba ayer el archivador. "Patricia está en Madrid", sonrió, ni rastro de los ojos cansados. Un viaje de 9.000 kilómetros, un vuelo de doce horas y mil noches en vela. "Estoy que no me lo creo, de verdad...", dice, mirándose las manos. Manos cansadas de trabajar. Más de 30.000 euros gastó en abogados y en ayudar a su hija, presa en una de las cárceles más conflictivas de Perú. "Tenía que pagar por todo". La comida, un colchón ajado y las llamadas a España.

El teléfono sonaba casi a diario. "Yo quiero que la nena (su nieta, hija de Patricia Calviño) sepa quién es", explica. La pequeña, de tres años, cree que su madre está trabajando fuera y que pronto vendrá a buscarla. La custodia la tiene Mesquita, a la que llama "mani", "tata" o "abu". "Me da mucha pena el tiempo que ha perdido de estar con ella, pero doy gracias de haberla tenido conmigo. Estoy aquí por ella". Un ancla a tierra cuando ella quería irse al fondo: "El padre de Patricia y yo nos divorciamos. Entonces sentí que todo estaba roto, quise quitarme del medio".

La esperanza llegaba a veces, pero seguida de una dolorosa decepción. "A ella le dijeron varias veces allí, en Perú, que la trasladaban a España. Hacía la maleta, me llamaba, pero luego no la iban a buscar". Así que en febrero, cuando Patricia Calviño volvió a llamar con la noticia de su traslado, su madre tenía reticencias: "Me dijo que sí, que era verdad. Que esta vez era la definitiva". Diecisiete días antes de coger el avión, trabajadores de la embajada entregaron a Calviño la documentación para su viaje.

"No veo la hora de llegar"

"Estos diecisiete últimos días fueron eternos". Para Fátima Mesquita y para su hija. Patricia Calviño, en declaraciones a la agencia The Associated Press, afirmó que "no duermo, me siento estresada, no veo la hora de llegar". Lo dijo horas antes de ir al aeropuerto en el que, en 2013, la arrestaron. Habían contactado con ella en una discoteca y le ofrecieron 10.000 euros por "pasar" 3,5 kilos de cocaína. "Muchas hablamos de que lo hicimos por necesidad económica, pero es en realidad por carencia de valores", confesó. "Quiero abrazar a toda mi familia".

Un deseo que tendrá que esperar. Fátima Mesquita se trasladó el viernes a Madrid, pero no pudo ver a su hija: "Me dijeron que tenía que estar aislada un mínimo de cuarenta y ocho horas para comprobar si tiene alguna enfermedad, que no podía ver a nadie". Se le encogió el corazón, pero ya es experta en decepciones y esperas. Otras madres sí pudieron ver a sus hijas: "Estamos en contacto, porque nos pasaban los teléfonos de unas y otras cuando estaban en Santa Mónica".

No guarda rencor a su hija por estos años de angustia. "Cometió un error de juventud que ha pagado muy caro. Ahora ha madurado, sé que no volvería a hacerlo", afirma. Percibe que la sociedad no pasará página tan rápido: "Me he sentido muy sola, poca gente quiso escucharme". Espera visitar a su hija el viernes, aunque tendrá que llamar hoy a Soto del Real para pedir una cita. "¿Cuándo llegará el día?", se pregunta, casi en un susurro. Pronto, el día ya está cerca.

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