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El quinto aniversario de la última gran revuelta de la minería

Cinco años en negro

Participantes en las movilizaciones mineras de 2012 relatan sus recuerdos un lustro después de las protestas y ven el sector en una constante agonía que no pudieron frenar

El sector de la minería del carbón en España sigue relamiéndose las heridas de las puñaladas que las decisiones políticas le han ido asestando los últimos años. Pero, aunque aferrado a un pequeño hilo, sigue vivo. La agonía de un sector que llegó a ser capital en la economía de las Cuencas y que dio trabajo a decenas de miles de personas está siendo larga y complicada. Pero la minería del carbón se resiste a morir. El pasado día 11 de julio se cumplieron cinco años desde que más de 200 mineros de Asturias, Castilla y León y Aragón llegasen a Madrid después de una marcha de 21 días. Las del año 2012 fueron las últimas grandes movilizaciones del carbón y aunque el resultado no fue el esperado, aquellas protestas de unos trabajadores que no iban a regalar su piel al Gobierno de Rajoy fueron el germen de un movimiento social en otros sectores. Un lustro después de aquellas huelgas, acampadas, encierros, cortes de carretera y de la marcha minera, los protagonistas siguen teniendo bien presente cada uno de sus pasos. Cada uno de los recuerdos de aquellos días difíciles. Cinco años después, LA NUEVA ESPAÑA habla con cinco de los protagonistas de aquellas movilizaciones.

Quizá la protesta más vistosa fue la llamada "Marcha negra". Doscientos trabajadores de las minas públicas y privadas salían desde Asturias, Castilla y León y Aragón con destino a Madrid. Querían ser escuchados por el Gobierno e iban a llegar a pie hasta la misma puerta del Ministerio de Industria. Veintiún días de ruta en pleno verano, sin un solo respiro, con más de 30 grados y casi 40 grados en muchas de las etapas, y sin una noticia positiva que alentase su caminar. Aún así, llegaron.

Uno de esos mineros que participó en la "Marcha negra" fue Diego González. Salió de Mieres el día 22 de junio junto con otros 99 mineros. "Pensamos que con aquella marcha podríamos solucionar algo, pero al final, el resultado no fue el que esperábamos", asegura este minero que sigue trabajando donde estaba entonces, en el pozo María Luisa. Aunque cerrado, aún quedan labores por hacer, y Diego González es uno de los que aún permanece destinado en la explotación langreana. "Aquí quedamos cuatro amigos", señala.

Volviendo a sus recuerdos de las movilizaciones, explica que, "en 2012, pensamos que no aguantábamos seis meses abiertos, que la minería se iba al traste, pero de momento seguimos resistiendo". Y agrega que "de algo sí que sirvieron las protestas". Hay buenos recuerdos de compañerismo, de unión entre los mineros. "Hace poco todavía estuve en León y coincidí con un compañero de allí que había hecho la marcha, eso no se olvida y aquellos lazos están presentes todavía", indica Diego González.

Sobre el resultado de las movilizaciones, aunque duda antes de contestar, este trabajador acaba por convencerse de que sí tuvieron cierto éxito. "No sé, por una parte es verdad que llegamos a Madrid, no se solucionó nada, al día siguiente Rajoy sube el IVA... Pero es que por otra parte, después de levantarnos nosotros empezaron a surgir las mareas, los movimientos sociales..., creo que sí que sirvió nuestro esfuerzo", indica. Y respecto al futuro, incertidumbre. A Diego González todavía le quedarían 8 años de mina para poder prejubilarse. "Cumpliría a finales de 2025 y las cosas están muy complicadas... Hablan de la postminería, no sé, tenemos una gran incertidumbre", afirma. Eso sí, tiene una cosa clara: "Si hubiera que volver a defender el puesto de trabajo, volvería a hacer la marcha, aunque me volvieran a doler los pies".

Otra de las mineras que salió a la carretera fue Conchi Alonso. Para ella, aquellos meses de 2012, entre mayo y agosto, fueron muy intensos. "No soy mucho de hablar de la marcha minera ni de aquellas movilizaciones, porque resulta muy difícil trasladar lo que vivimos, el día a día, la convivencia, las noticias que iban llegando...", confiesa. "Hoy parece todo como muy lejano, pero la realidad es que tengo recuerdos de hasta los grafittis que había a nuestro paso", indica.

Cuando la marcha comenzó, los mineros asturianos ya tenían compañeros encerrados en los pozos, y ya se habían producido muchas protestas en las carreteras. "El mayor miedo que tenía era que pasara algo grave, porque la cosa se estaba descontrolando, personalmente me afectaba mucho", señala Alonso. Cuando inició la ruta hacia la capital de España, la minera del pozo Carrio, en Laviana, tenía un deseo que finalmente no se cumplió: "Tenía la esperanza que hubiera una solución a los cuatro o cinco días de marcha, antes de llegar a León".

Sin embargo, nada bueno llegaba de las conversaciones entre sindicatos y el Gobierno. "Una vez que pasamos de ahí ya tuve claro que íbamos a llegar a Madrid y que no se iba a solucionar nada", afirma Alonso, que reconoce que durante los 21 días "pasamos por muchos estados anímicos: sufrimiento, emoción, angustia por la situación laboral que teníamos...".

Al igual que Diego González, Conchi Alonso también entiende que las protestas sirvieron de algo. "Nos sentimos muy arropados en Madrid, no sabíamos si habría solución, pero sí teníamos el apoyo de mucha gente", explica. "En 2012 defendimos un sector en el que creíamos y creemos. Tenemos unas comarcas muy deprimidas y tenemos que seguir defendiendo lo nuestro. Podíamos tener oro, pero lo que tenemos es carbón y tenemos que defenderlo", sostiene. Y deja una reflexión: "Es verdad que la minería privada se hundió, pero, ¿cómo estaría la pública Hunosa hoy en día si no hubiésemos llegado a donde llegamos en 2012?".

La Marcha Minera no la hicieron sólo los trabajadores que cada día se calzaban las botas o los playeros para echarse a la carretera. Fueron muchos los actores que participaron: periodistas, gente anónima que los acompañaba en alguna etapa, políticos. Pero si había una figura importante para los mineros caminantes esos eran sus compañeros de la intendencia. Entre ellos estaba Marcos Miranda, trabajador del pozo María Luisa y hoy coordinador de IU en San Martín del Rey Aurelio. "Nosotros estábamos para echar una mano, para respaldar y para apoyar a los compañeros", señala Miranda, como le conocen en el mundillo minero.

Él era quien iba en una de las furgonetas de apoyo, cargando mochilas, comida, agua y lo que hiciera falta.De aquellos días de huelga y penurias recuerda "la tensión que se vivía". "Había mucha incertidumbre sobre el sector, y tampoco sabíamos a ciencia cierta el apoyo que teníamos de la gente", indica este fornido minero, que reconoce que "la estrategia del Gobierno era pasar de nosotros y tratar de quemarnos la moral poco a poco, pero resistimos".

La incertidumbre era tal, reconoce , que muchos mineros caminaban hacia Madrid con una idea que resultó ser equivocada. "Pensábamos que llegando allí se iba a solucionar algo, que iba a ser llegar, hablar con el Ministro y que todo volviera a la normalidad, pero luego la realidad fue otra. Poco se solucionó", confiesa.

Las protestas fueron para Miranda "una situación en la que se dan muchas sensaciones: estás incómodo porque tu trabajo peligra y no sabes que va a pasar, pero a la vez te sientes orgulloso de estar defendiendo con todo lo que tienes tu trabajo y que además la gente te muestra su apoyo cuando vas pasando por los pueblos".

Son varios los momentos que recuerda Miranda de su participación en la Marcha Negra, pero se queda con tres. Por un lado, el hecho de levantarse antes que los mineros que caminaban, prepararles el desayuno y armarles de ánimo para la etapa que les venía. "Tanto antes como después de caminar les dábamos la mano a todos para mostrarles nuestro ánimo y apoyo, porque hubo días muy duros en los que las negativas del Gobierno hacían mucho daño en lo moral", asegura. También recuerda Miranda otra vivencia emocionante: la llegada a Rosa Luxemburgo, urbanización donde Víctor Manuel y Luis Eduardo Aute les brindaron un concierto, y donde actrices como Pilar Bardem les dieron su apoyo. Esa es la foto favorita de Miranda, abrazado con sus compañeros de mina, sin importar el sindicato, y emocionados mientras escuchan la canción "Asturias" en la voz de Víctor Manuel, a pocos kilómetros de Madrid.

El tercer momento especial fue la entrada nocturna a la capital de España. Miranda lo tiene claro. "Eso respinga a cualquier ser vivo. Cuando ves los vídeos todavía se te pone la piel de gallina", confiesa.

El resultado final de las protestas fue para este minero "un revés", aunque el análisis debe de ir más allá. "Pensándolo fríamente te vas dando cuenta de que los mineros fuimos la punta de flecha de las movilizaciones de otros sectores", indica. En lo sectorial, afirma Miranda, "cinco años después la minería pública está viva de petaca, porque lo que es la privada está casi desaparecida". Y para el futuro, también lo tiene claro: "Demonizaron el carbón nacional y, guste o no guste, se va a seguir consumiendo carbón". "Hay que apostar por nuestro carbón y nuestros mineros", finaliza Miranda.

Si la Marcha Negra fue quizá la movilización más mediática, unas de las más duras fueron los encierros en los pozos. Durante los más de dos meses de huelga minera, casi una veintena de trabajadores se encerraron en los pozos Nicolasa, Candín y Santiago de Hunosa. Precisamente en esta última explotación estuvo durante cincuenta días con sus cincuenta noches Héctor Berrouet. No fue difícil tomar la decisión de encerrarse a decenas de metros bajo tierra y es que había pocas salidas. "Veíamos que la cosa se estaba poniendo bastante fea y pensamos que había que aumentar las medidas de presión", señala este minero allerano, hoy en la treintena, pero por entonces con 25 primaveras.

"Los días eran largos y oscuros. No hacías otra cosa que pasear, dormir, pensar e ir marcándote metas", afirma Berrouet. Si el "Cholo" Simeone va "partido a partido", los mineros encerrados iban "reunión a reunión". "Era la única forma de aguantar tantos días, porque si no te marcabas esos caminos cortos psicológicamente es muy duro. No es solo estar encerrado, sino que las noticias que van llegando no son buenas", rememora Héctor Berrouet.

Además de con otros tres compañeros, el minero allerano también estuvo encerrado con su hermano Jaime. "El sólo estuvo diez días y, cuando salió, para mí fue una liberación en cierta manera", confiesa Héctor. "Nos llevamos un año y nos conocemos muy bien. Yo sabía que él tenía problemas de ansiedad y cada día estaba peor, y quería que saliera. Cuando él tuvo que abandonar quedé liberado porque sabía que iba a estar bien y yo iba a luchar abajo por los dos", afirma.

Desde un primer momento tuvo claro que iba a encerrarse: "Acababa de entrar en la empresa desde una contrata y me había costado mucho trabajo. Tenía que defender el empleo por encima de mi cadáver, había que poner toda la carne en el asador". Ahora, cinco años después, Héctor Berrouet analiza la situación: "Nos bajaron el sueldo, cada vez la empresa va a menos...". A los 30 todavía le quedan unos cuantos años de mina. "Empecé la vida laboral de minero y quiero acabarla de minero", afirma. Con su edad no se prejubilaría hasta 2030. Se lo toma con humor: "Llevo 11 años en la mina y todavía me queda más mili que al palo de la bandera...".

Lo que tiene claro es que las movilizaciones merecieron la pena. "A lo mejor si no hubiéramos puesto tanto de nuestra parte igual ya hubiera cerrado todo...", dice, para agregar que se encerraría "una y cien veces más".

Las movilizaciones mineras de 2012 quizá hayan sido las últimas del sector, al menos a ese nivel. Y es que la reducción de plantillas y el cierre de empresas ha adelgazado el músculo de la minería hasta el extremo. Sin embargo, las generaciones posteriores podrán ver lo que se vivió aquellos días en Asturias. Lo podrán hacer en las hemerotecas de la prensa, pero también a través de la película documental "ReMine" que Marcos M. Merino grabó durante la revuelta.

Merino tenía un proyecto para grabar una película sobre la cultura minera, pero no tenía nada que ver con lo que finalmente resultó. "Estaba en Madrid y decidimos cambiar de vida. Y empezar a hacer películas y documentar todo el movimiento obrero. Nos trasladamos a Turón a vivir un tiempo y justo estalló la protesta. Teníamos otro guión y otra historia que contar, pero no dudamos en que aquello era una oportunidad única", rememora.

No fue fácil introducirse entre los mineros para lograr contar y transmitir todo lo que estaba pasando. "El mejor escenario para rodar la cultura del movimiento obrero es una huelga y ahí nos lanzamos", explica Marcos M. Merino. Aunque no estuvo exento de dificultades: "Fue raro, porque al principio, cuando llegaba con las cámaras, aquello no funcionaba, no fluía". El primer día en un corte de carretera en Santiago y en otra movilización en El Musel llegaron a pensar que yo era un policía infiltrado".

Sin embargo poco a poco se fue ganando a los mineros. "La memoria hay que contarla desde la realidad y las emociones, alejarnos del minerón y de la dinamita, enseñar a los seres humanos", señala Merino. A partir de ahí, la película fue surgiendo.

El director señala que cuando estaban rodando las protestas "no sabíamos que quizá fuera la última gran movilización minera". Por eso su película "debe de ser un legado, porque el movimiento obrero es una cuestión cíclica, la única salida para los trabajadores y los débiles es unirse, y aquí queda constancia de ello".

Lo que aún alucina a Merino es que aquel 2012 mucha gente no supiese lo que sucedía con los mineros. Incluso hoy hay gente que no conoce el problema del sector. "Hace un par de semanas tuvimos una proyección en Madrid, y mucha gente no sabía que había sucedido todo esto. Hubo a nivel nacional un apagón mediático y hay gente que hoy descubre un conflicto tan importante", concreta.

Marcos M. Merino todavía se reúne hoy con los protagonistas de la película. Quedan una vez al año. Cenan. Y confiesa que para él "es un baño de realidad, es poner los pies en el suelo. En el cine hay veces que los egos te pueden, y sentarte con los mineros y hablar con ellos te devuelve a la realidad".

Han pasado cinco años desde que el sector minero se levantase. Desde que aquella batalla tuviera un resultado muy distinto al esperado, con un Gobierno inflexible y un sector que se desangraba a la velocidad a la que los mineros caminaban hacia Madrid. La herida sigue abierta. La minería no tiene un pronóstico bueno. Pero mientras quede un minero en pie, la lucha por la supervivencia está asegurada. Al menos, así lo afirman sus protagonistas.

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