Ni Guardia Civil vigilando que no se enciendan hogueras, ni denuncias de la Asociación Montaña de Babia y Luna ni tensiones con algún ganadero leonés. La fiesta del Puerto Pinos se desarrolló ayer sin sobresaltos. La tranquilidad y la armonía reinaron en este asentamiento ganadero convertido desde hace más de noventa años en el principal pastizal de Mieres pese a encontrarse ya en suelo de la provincia vecina. De hecho, la paz y la quietud fue tal que la celebración apenas se quedó en una reunión de viejos amigos.

Pinos amaneció ayer envuelto, casi oculto, entre la niebla. Con la extensa pradería empapada de agua, apenas medio centenar de personas acudieron a la cita leonesa. Los desencuentros con parte de los ganaderos leoneses por el uso de estos montes quedaron aparcados tras ser la causa de que hace dos años no se pudiera celebrar la tradicional fiesta, aunque eso no evitó entonces que un buen número de incondicionales se reuniesen en el enclave para al menos hacer acto de presencia. Con un tiempo muy desapacible, el veterano párroco Nicanor López Brugos, el célebre cura encargado de oficiar la misa, comenzó su habitual homilía alrededor del mediodía y bajo el sonido de las gaitas. Sin quererlo, se convirtió en protagonista, ya que el alcalde, Aníbal Vázquez, le tenía preparada una sorpresa. El religioso recibió una placa conmemorando sus 55 años de presencia en Pinos: "Estamos muy agradecidos y no sólo por su compromiso con esta fiesta, sino por la ayuda que siempre prestó a los mineros durante los tiempos difíciles", apuntó el regidor.

Tras la misa, hubo caldereta de cabrito junto a Casa Mieres, el emblemático refugió ganadero que por segundo verano consecutivo permanece cerrado. No faltó algún recuerdo para parte de la cabaña leonesa: "Lo único que pedimos es que respeten las normas de uso del puerto", subrayó un ganadero mierense