Rufina Ruiz Cabrerizo sintió una molestia en el vientre. Parecía una contracción, pero no podía ser. Aún faltaban dos meses para que llegara su bebé. Se tumbó en la cama, intentó dormir, pero la molestia se tornó en dolor. Un dolor insoportable. Dos pujos, y parió a un niño precioso. Ella sola amarró el cordón umbilical con una maestría que más tarde asombró al médico. Así nació Lolo y una vocación: desde ese día, Rufina Ruiz Cabrerizo se dedicó a atender a las parturientas de Oyanco. Ayudó a más de doscientos bebés a llegar al mundo. Pero no fue una partera al uso, aconsejaba a las mujeres desde la primera falta hasta el final de la cuarentena. Fue, sin saberlo, como las actuales "doulas": mujeres que ofrecen acompañamiento durante el embarazo, el parto y el puerperio. Pionera sin querer, defiende sin tapujos el parto natural. "Parir sabemos todas", afirma.

Tiene 87 años y una salud de hierro. Forjada, dice, de no descansar: "Yo trabajé pintando, poniendo papel, vendiendo cupones de tiendas; en todo lo que podía, hija, que había muchas bocas que alimentar y el mi marido ganaba poco". Tuvo siete hijos sanos, tras tres abortos y dos niños que murieron poco después de nacer. Ella lo atribuye a la vida en su Alamedilla (Granada) natal, una vida de calor y campo: "Estábamos reventados por cuatro duros". Su marido, Isaac Molero, le dijo que quería trabajar en Asturias, en la mina, y ella le siguió "a ojos cerrados". Llegó en un tren de madera a Moreda, y vomitó en el arcén. Así supo que su hija mayor, Araceli, estaba en camino.

La primera de una gran familia. Luego llegaron Mari, Manolo, Lolo, Isaac, Encarna y Paulita. Rufina Ruiz tiene trece nietos y siete bisnietos. Su casa está casi siempre llena de gente, hoy la ha visitado Isaac. Le despide con un beso que resuena en toda la casa.

- ¿Le gustaban mucho los niños?

-Me gustaban, pero tuve tantos porque entonces no había las trampas que hay hoy.

Y porque su marido la adoraba. Falleció hace unos años, pero los requiebros, las caricias y los besos nunca envejecieron: "Me decía, 'Rufina, mira que hay mujeres guapas. Pero, como tú, ninguna'". En Oyanco también dicen que es única. Que siempre estaba, que corría a ayudar a una mujer a cualquier hora del día. Durante el embarazo las aconsejaba, les decía cuando tenían que ir al médico. Para los partos siempre estaba disponible: "Yo apartaba la pota, o dejaba de coser, o salía de la cama. Porque los niños no esperan", asegura.

Lo dice con conocimiento de causa. Era el año 1954, pero parece que fue ayer. Una vecina embarazada la llamó: "Rufina, yo voy al hospital. Dicen que estoy mala del riñón, pero yo creo que voy a parir. Por favor, no me dejes sola". Subió al coche en Moreda. Conducía el marido, la mujer iba en el asiento trasero con Rufina. "Llegamos a Caborana y parió, no habíamos recorrido ni tres kilómetros". Rufina Ruiz salió del coche y corrió a una casa, al otro lado de la carretera: "La mujer de aquella casa, Lucita se llamaba, me dio de todo; gasas, toallas". Amarró el cordón umbilical para llegar al hospital de Murias, que se acababa de inaugurar.

La aventura de aquel parto no había hecho más que empezar. "El hombre estaba tan nervioso que se olvidó de echar gasolina, el coche nos dejó tirados en la subida a Murias", ríe, aunque asegura que aquel día aguantó el llanto. Una pareja que pasaba por la carretera les dejó subir en su coche y llegaron al centro hospitalario. "Dos enfermeras nos dijeron que no podían coger a la madre, porque aún no estaba inaugurado el paritorio. Ahí ya me planté y les dije que de eso nada, que la mujer se tenía que quedar". Cuando el médico vio cómo había atado el cordón umbilical, miró a Rufina con una sonrisa: "Este no es el primer zorro que degüella".

No era el primero, pero sí el que más nerviosa la puso. Todos los niños que ayudó a traer al mundo nacieron sanos, aunque el parto en el coche no fue el único susto. También recuerda con aflicción a una mamá de Oyanco que tenía albúmina: "El médico me dijo que había tenido suerte, que la mujer podía haber muerto, ahí se me puso un nudo en la garganta". Poco después, dejó su labor de partera. Pero siguió ayudando en el postparto, curando heridas y aconsejando a las primerizas si parecían aturdidas.

Cuando le preguntan por el movimiento actual que defiende el parto natural, sin intervención y a ser posible en casa, sonríe: "Es lo más normal del mundo". También es firme defensora de la lactancia, ella dio el pecho a sus siete hijos: "El médico me dijo que tengo las mamas de una de veinte, que no me haga más mamografías". Recoge unas rosquillas que están en la encimera, es su especialidad y le encanta cocinar postres para regalarlos. Siempre cuidando a los demás. Baja las escaleras y, en el portal, se encuentra con una vecina.

- ¿Que vas a salir en el periódico? Normal, si tuviéramos vergüenza en Oyanco teníamos que hacerte un monumento, con todo lo que hiciste por nosotras.

-No fue para tanto, yo sólo estaba allí por si acaso. Parió la Virgen, parir sabemos todas.