Es la noche del 19 de mayo de 1938 y el langreano Cándido Adolfo Muriel López lleva casi seis horas caminando por el monte, con los pies descalzos, junto a otros tres tenientes del Ejército republicano fugados esa misma tarde del fuerte de Carchuna, controlado por las tropas franquistas y próximo a la localidad granadina de Motril. Detrás han dejado a otros 300 prisioneros, en su mayor parte asturianos, con el firme propósito de regresar a liberarlos si logran contactar con las líneas republicanas. Pero la noche avanza y siguen caminando a ciegas sin dar con los soldados de la 71.ª División, mandada por el también asturiano Luis Bárzana. A las tres de la madrugada, exhaustos, los encuentran. Apenas tres días después los cuatro tenientes, tres de ellos originarios de Langreo, cumplen su promesa y regresan a por su compañeros encarcelados para protagonizar una audaz operación, la gran evasión asturiana, una de las pocas acciones de comando vividas en la guerra civil.

Dorita y Félix Muriel son hijos de Adolfo Muriel y desde bien pequeños conocen la historia del fuerte de Carchuna. "Mi padre lo contaba como algo más que le pasó; no como algo grandioso, sin colgarse medallas", rememora Dorita. Su hermano, que era más pequeño, lo vivía de manera diferente: "Para mí era como un capítulo más de los tebeos de 'Hazañas bélicas' que solía leer. Lo que sí nos decía siempre es que tuvieron claro desde el principio que se fugaron para regresar a por sus compañeros".

Miembro de la CNT

Adolfo Muriel era de La Felguera y miembro de la CNT. Era chofer (trabajaba como taxista) y eso le sirvió para servir como enlace del Ejército republicano al estallar la guerra civil. Pasó por una academia militar y obtuvo el grado de teniente. Al caer el frente de Asturias fue hecho prisionero y trasladado a Carchuna. "Nos contaba que pasaban hambre y muchas penalidades", relata su hija.

Los prisioneros de Carchuna, casi todos asturianos y muchos de ellos de las comarcas mineras, eran utilizados en trabajos forzados para construir un aeródromo cercano y los caminos de acceso a las posiciones del frente. "Mi padre había sido enviado a recoger palmitos cuando sufrió una picadura de un alacrán. Lo mandaron ir a curarse y, mientras esperaba, hizo amistad con la persona que llevaba una cantina próxima; fue el quien le hizo un plano de la forma de escapar del fuerte".

El fuerte de Carchuna, defendido por una treintena de soldados, estaba relativamente cerca de las líneas republicanas. Joaquín Fernández Canga, de Sama; Secundino Álvarez Torres, también de Sama; Esteban Alonso García; y el propio Muriel tomaron la decisión de fugarse para volver con ayuda. El 19 de mayo, tras atacar a los guardias y lograr escapar, caminan en dirección contraria al frente republicano para despistar a las tropas nacionales. Después, descalzos, regresan sobre sus pasos para tratar de contactar con las fuerza de Bárzana. "Llegaron con los pies destrozados por los pinchos y las rocas después tantas horas a través del monte", asegura Dorita Muriel.

En tiempo récord, en apenas dos días, tras poner el caso en conocimiento de Bárzana, se prepara una operación para liberar a los poco más de 300 prisioneros que siguen en Carchuna. Treinta hombres componen el comando, entre ellos soldados republicanos, guerrilleros locales y dos miembros de la brigada Lincoln, Irving Goff y William Aalto, que habían sido entrenados para operaciones especiales y estaban destacados en Almería. También estaban los cuatro tenientes fugados.

El objetivo es hacer llegar por mar al comando desde Castell de Ferro, en la zona republicana, hasta la costa próxima al fuerte. A la una de la mañana del día 23 de mayo salen dos barcas a motor, pero una avería en una de ellas obliga a posponer la operación. Unas horas después, a las 22.00 horas del mismo 23 de mayo, se repite el intento con una motora y una barca de remos atada a ella. Tras cortar el tendido telefónico y tomar una chabola próxima al fuerte, ocultando en ella unas granadas, los asaltantes inician el asalto al fuerte. Todo fue muy rápido y los defensores apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Tras algún intercambio de disparos, acaban rindiéndose. Un alférez, tres sargentos y un cabo fueron fusilados tras ser identificados como los "verdugos" del fuerte.

La consigna del asalto era clara, actuar rápido y "disparar contra todo lo que se moviera de la parte contraria", según contó a su hija el teniente Muriel. Los fusiles y de la guarnición y las bombas de mano de repartieron entre voluntarios de los prisioneros liberados y se inició la marcha hacía las líneas amigas.

Ataque de distracción

De madrugada, desde el frente republicano se inició un ataque que tenía por objetivo distraer a las tropas franquistas y facilitar la llegada de los fugados. Otro langreano, Gerardo Menéndez, también participó en la ofensiva. "Mi padre estuvo en Carchuna; fue algo que lo dejó marcadísimo, pero no sabemos si formó parte del comando o del ataque posterior", relata su hija Rosa. Algunos de aquellos hombres cayeron en los combates posteriores y otros fueron hechos prisioneros de nuevos. "Mi padre fue estuvo en un campo en Alicante del que logró escapar otra vez, robando un camión con combustible. Logró llegar a Madrid, pero allí fue arrestado otra vez. Fue condenado a muerte, pero se le conmutó la pena y regresó a Asturias, donde hizo trabajos forzados en la mina. Después volvió a trabajar como chofer", detalla Dorita Muriel.

Motril acogerá el próximo fin de semana diferentes actos en los que se homenajeará a los 300 fugados y a sus familias. Rosa Menéndez no se lo perderá. "Me parece muy emotivo que se haga algo como esto ochenta años después. Tengo 74 años pero voy a estar allí como sea, aunque vaya en 'blablacar'", bromea.