A poco de comenzar el nuevo tomo de su diario, esa elefantiásica empresa con la que pretende pasar a la historia de la literatura y al Libro Guinness de los Records, se refiere Andrés Trapiello a una reseña del amigo X que echa en falta cierto poema en su edición de la poesía completa de Enrique Díez-Canedo. Al tal amigo X «le gusta, como a su paisano Clarín, moralizar la crítica y la literatura con pellizcos de monja o sartenazos, según le pille». «¿Valía la pena -se queja Trapiello- gastar tres líneas de la reseña denunciando que falta ese poema, por lo demás intrascendente?».

Pero resulta que el prólogo alude expresamente a tal poema, «La frontera», y señala que alguna vez la nieta de Díez-Canedo lo encontrará «en el marasmo en que quedó su magnífica biblioteca a su muerte» y se podrá añadir a una nueva edición. El crítico X se limitó a decir que estaba ya publicado en la única antología del poeta aparecida hasta la fecha. Es discutible si valía la pena o no gastar tres líneas de la reseña en señalarlo, lo que no es discutible es que no valía la pena gastar bastantes más líneas de un diario publicado cinco años después en aludir crípticamente a ello.

De minucias semejantes están llenas estas innumerables páginas. No constituyen el mayor reparo que podría hacerse. Tampoco tiene gran interés señalar los errores puntuales, como atribuirle a Juan Ramón Jiménez el calificativo de «licenciado Vidriera» aplicado a Cernuda (es bien sabido que fue cosa de Pedro Salinas), aunque alguno de esos lapsus tiene su importancia. Cuando se devalúa por completo la poesía de José Hierro (antes se ha caricaturizado ferozmente al personaje), cuando se dice que en ninguno de sus poemas «parece que haya poesía», no conviene aludir despectivamente «al libro ese de los sonetos de Nueva York», porque «Cuaderno de Nueva York» no es un libro de sonetos y el lector podría pensar que a Trapiello le parece tan malo que ni siquiera lo ha hojeado (tampoco «Alegría» es el primer libro de Hierro, pero ya dije que resultaría aburrido entrar en precisiones).

Troppo vero es un libro en que Andrés Trapiello es más Andrés Trapiello que nunca. Seguro de sí mismo, dueño de su estilo, hace una prodigiosa exhibición de sus facultades y no duda en abusar de la paciencia de los fascinados lectores, que sabe que le perdonarán cualquier traspiés, que incluso lo considerarán un aliciente más.

Buena parte de esos lectores se han reunido en el volumen Vidario con el que Pre-Textos ha querido celebrar los veinte años de la publicación del Salón de los pasos perdidos. Comenzando por el propio editor, Manuel Borrás, y terminando por su mujer, Miriam Moreno (la M. de los diarios), casi medio centenar de críticos y creadores entonan el monótono coro de las alabanzas, algunos con inteligencia y buena prosa (José Muñoz Millanes, Juan Manuel Bonet), otros sin ni una cosa ni otra, la mayoría esforzándose en salir como pueden del obligado brindis laudatorio.

No diré yo que no resulten merecidas esas alabanzas. ¡Cuántas páginas admirables hay en Troppo vero, al igual que en los quince tomos anteriores! Aquí están los paseos por Sevilla y Cádiz, el ruiseñor que canta sobre un laurel, los regresos al León de la infancia, las viejas fotografías de la guerra civil, las gozosas caricaturas sobre los recitales en provincias, Ramón Gaya, las visitas al Rastro? Todo lo que el aficionado conoce bien y que nunca le cansa porque resulta siempre nuevo gracias a la magia de un escritor excepcional.

Pero no hay sólo eso. Andrés Trapiello ha tenido siempre la tentación de la desmesura y la despreocupación por la coherencia. En literatura quiere serlo todo: el poeta minoritario de estirpe juanramoniana y el novelista que acapara los premios más amañados y se encarama en la lista de los más vendidos, el articulista que le saca punta a la actualidad diaria y el erudito que reescribe la historia literaria, rescata autores olvidados e incluso le pone los puntos sobre las íes en ediciones quijotescas a Francisco Rico... Nada parece quedar fuera de su ambición y de su capacidad de trabajo. En Troppo vero incluso nos permite asistir a alguno de sus trapicheos con los vendedores del Rastro y los libreros de viejo. Especialmente ejemplares son las páginas en que consigue por diez veces menos de lo que pide el gitano que lo vende un cuadro por el que un coleccionista puede ofrecer hasta cinco veces más. Negocio redondo que debería estudiarse en las escuelas de economía.

José García Nieto, el benemérito garcilasista, presumió una vez de que él, si se lo proponía, en un cuarto de hora podía escribir un soneto sobre cualquier cosa, incluso sobre los gemelos de su camisa. También Andrés Trapiello, si se lo propone, puede escribir diez o veinte páginas sobre cualquier tema, sea una visita a Alfonso Guerra (que lee sus diarios, nunca se olvida de señalarlo si se trata de alguien importante), una charla con Barceló (que acaba de comprar tres libros suyos), una cena con no sé qué ministra (le dedica más páginas que Proust a sus cenas con la duquesa de Guermantes), un cuaderno que acaba de estrenar o una avería del coche. Y consigue el milagro de que esas divagaciones suyas se lean casi siempre con gusto.

Casi siempre. Por mucha maestría de la prosa que uno tenga acaban cansando las peripecias familiares (los hijos que pasan fuera la primera noche del año, el disgusto de las malas notas), las trifulcas con sus enemigos literarios (Gimferrer, a quien ya no creo se le pueda sacar más jugo cómico, Andrés Sánchez Robayna, Javier Marías), las diatribas contra el arte moderno, la más o menos melodramática historia de todo aquel con quien se encuentra... Andrés Trapiello sabe, como nadie, contarlo todo, pero el secreto de aburrir es, precisamente, contarlo todo.

Fascinante y abrumador, como un fenómeno de la naturaleza, Andrés Trapiello ha llegado a ese punto en que ya no admite el menor reparo. ¿A qué insistir entonces en que a este nuevo tomo de su diario, para ser una obra maestra, sólo le falta lo que a los bloques de mármol para ser una escultura de Miguel Ángel: quitarle todo lo que le sobra? (El amigo X, el crítico asturiano que gusta de dar sartenazos, diría que le sobran exactamente 327 páginas y 14 líneas: las ha contado).

No sé yo si Troppo vero es troppo vero, demasiado verdadero (no faltan las anécdotas de segunda mano, las ficciones estridentes o simplemente humorísticas, como la aparición divina en las primeras páginas), pero de lo que sí estoy seguro es de es Troppo Trapiello, Trapiello a tope.