Hay filmes que en su estreno pasan casi desapercibidos pero que son pequeñas-grandes historias y que disponibles en DVD merecen una meditación novelada. La nuestra es la siguiente.

No hace aún muchos meses, un fin de semana, un viejo amigo mío fue a ver esta película a ese nuevo templo del capitalismo que son las «grandes superficies». Pero lo que voy a relatar podía haber sucedido en casi cualquier parte de nuestro «Primer Mundo». Un mundo rico a pesar de la crisis pero a la vez tan lleno de penas, las mismas que se ven en la pantalla y que cuando un filme nos atrapa hacen que nos olvidemos por unos momentos de nuestras propias vidas. Mas expongámoslo de forma literaria, que sonará menos existencialista.

«Cierto amigo decidió pasar así la tarde de un sábado encandilado por el título de tal obra y por sus protagonistas: una Emma Thompson de un tremendo encanto por sus interpretaciones y un muy veterano Dustin Hoffman. Pero según se iba desarrollando la bonita, sencilla y muy creíble trama argumental él se fue sintiendo cada vez más emocionado. Los efectos de la mimesis, la participación, la peripecia y, sobre todo, del reconocimiento y la catarsis fueron poniéndole un nudo en la garganta. No era la primera vez que le pasaba ante una película con tema amoroso de por medio, y recordó lo vivencia de Los puentes de Madison o la clásica Casablanca. Además, algo sabe esta persona sobre dichos procesos poéticos y psicológicos, del alma humana, en suma, pues Platón y Aristóteles no le son desconocidos. Qué clásico y qué actual, qué fábula tan puntual y a la vez tan universalizable. Dos biografías que llevan sobre sus conciencias sus propias circunstancias, limitaciones y fracasos se encuentran de forma fortuita en un mundo cada vez más estresado por los puentes aéreos, «jet lag» y los teléfonos móviles: esas nuevas prótesis imprescindibles. Todo muy real, todo muy de Hollywood. ¿Cómo no acordarse de los errores y frustraciones propias cuando uno ve en la pantalla eso que los yanquis llaman un «perdedor»? Porque lo que está en juego en la película es la «última oportunidad para Harvey», pero también, tal vez, la «última oportunidad para Kate».

Ya que ese compositor mediocre y frustrado pianista de jazz que está a punto de quedarse sin trabajo, y además sin la que fue su esposa, no ha ejercido de padre y está totalmente arrinconado en la boda de una hija a la que casi ya no conoce. Esa persona, digo, con toda su humanidad a cuestas cual pesada losa, se convirtió por un instante en la transida alma de este amigo mío. Y es que, como el protagonista, tampoco nunca es tarde para comenzar a tener dignidad. Mas lo bueno de Harvey, a la inversa de lo que le sucede a este azorado camarada de infortunios, es que a pesar de tener un muy mal día atesora algo de esa sabiduría vital que no se aprende en ningún sesudo tratado de ética. Sabe cómo «entrarle con naturalidad» a una mujer circunspecta y desconocida en una situación cotidiana bien trivial. Para ciertas personalidades lo aparentemente más sencillo es lo más difícil. Hay personas, como ésta mi «máscara», que vivimos la vida como constante y punzante «pathos» cuasi trágico en lo que se refiere a las relaciones con el otro sexo. Porque, ¡claro!, Kate es una señorita seria, muy británica, absorbida por su madre y su trabajo, y que también sabe devolver una respuesta cortante sin descomponer su rostro.

Pero Harvey insiste con soltura, con seguridad, no se arredra, no se pone sentimental ni implora llorón a los cinco minutos de ver a una mujer bonita, aunque sospeche al instante que allí Cupido pueda estar tendiendo su arco y preparando su aguda flecha. Así, he de confesar que lo que le sucede a éste, a mi sombra, es que necesita urgentemente enamorarse del Amor, y que esta urgencia, según los años van pasando, cada vez le angustia más. Ya que sabe, con el platonismo y el cristianismo, que cuando uno se enamora y es correspondido en la misma medida se produce una profunda transformación de la propia identidad. Con Platón entiende que enamorarse es siempre enamorarse del Amor mismo o, lo que es igual, de la mejor parte de uno, que es a veces un virgen territorio inexplorado de la propia personalidad; un ámbito existencial donde habitan la ternura, el sentido y la sensibilidad. Fallecer con la consciencia de que, mutilados, no hemos sido capaces de aprender a amar, de darnos a los demás, es una faena muy gorda, una amarga tragedia.

Por eso los dos personajes del filme son entrañables, y uno con ellos se compadece. Es decir, padece su propio padecimiento y su renacimiento a la vida por identificación cordial, y en ellos también se redime un poco. Es ésta una de las esencias del cristianismo. No todos podemos ser tan fuertes como Spinoza, que pensaba que arrepentirse de nada sirve y que nos muestra doblemente miserables e impotentes. Porque otra de las esencias de la cristiandad (desde las Confesiones de San Agustín) es que el arrepentimiento, como toma de conciencia sufriente, es un camino de perfección espiritual. Aquí radica una de las claves del sentido del sufrimiento y también de la purificación, en este caso, a través del arte. Por todo lo expuesto, al acabar el filme, enmudecí, y meditando ya este artículo salió del bullicioso centro comercial. En la pantalla, un «happy end» anunciaba una historia que comienza y que nos deja un sabor a esperanza. Por ello esta meditación sobre el cine y la vida, que en el fondo son la misma sustancia. Pues en materia de Amor, que no de sexo, ¿quién no sueña despierto? quién, como Harvey y Kate, no busca su última oportunidad? ¿O no estás de acuerdo querida??