Cuando el movimiento surrealista, una de las tendencias más determinantes en la conformación del arte del siglo veinte, alcanzaba la plenitud de su influencia, la segunda guerra mundial trajo como consecuencia el comienzo de su desintegración, en buena parte debido al diferente destino seguido por sus figuras más relevantes. Exiliados a América en su mayoría, Bretón, Tanguy, Ernst, Dalí , Matta..., donde como se sabe tuvieron una importante influencia en el expresionismo abstracto, otros, Picasso, Domínguez, Bellemer, en París, Magritte en Bélgica, siguieron en Europa una evolución personal y diferenciada, lo que unido a rencillas y enfrentamientos malograron, terminada la guerra, los intentos de reagrupamiento de la tendencia.

Entre los que permanecieron en París estaba Víctor Brauner (Piatra-Neant, Rumania, 1903 - París, 1966), pintor, escultor y poeta, uno de los surrealistas más interesante intelectual y plásticamente, y también, aunque reflexivo y solitario menos excéntrico, pese a lo cual el destino quiso que la historia le recuerde sobre todo por un episodio que podría figurar entre los más destacados en la historia el «malditismo» en el arte del pasado siglo, pese a los muchos suicidios y otros tremendismos registrados en ese tiempo: Un día de 1938, su amigo el pintor tinerfeño Oscar Domínguez lanza un vaso contra Esteban Francés durante una reyerta pero acaba con uno de l os ojos del rumano. La trágica escena, sucedió, en una casa de Montparnasse que la víctima había fotografiado no mucho antes con una cámara prestada por su compatriota Brancussi. Pero lo que añade tintes especialmente dramáticos e inquietantes es que siete años atrás, en 1931, Brauner había pintado un, ¿premonitorio?, «Autorretrato con el ojo extirpado», precisamente también el izquierdo.

Por otra parte, Víctor Brauner había estado siempre obsesionado por premoniciones y ocultismos, desde que de niño participara en sesiones de espiritismo en Rumanía. Su primer cuadro se tituló «La ciudad mediúmnica» y como surrealista figuró entre los teóricos más interesados en el llamado «azar objetivo», el azar como señal premonitoria del destino que también inspirara el lenguaje de la escritura automática.

Mucho se podría escribir sobre esto, pero temo haberme incluso excedido ya, y por otra parte tiene el lector amplio comentario en el catálogo que se edita con esta exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias, primera celebrada en un museo, y en el que escriben Gruillermo de Osma, director de la galería que colabora con la muestra, José María Parreño y Alfonso Palacio, con un muy interesante texto sobre las relaciones entre Víctor Brauner, Óscar Domínguez y nuestro Luis Fernández con quien mantuvo una larga relación de amistad en París.

Con independencia de estas cuestiones, que también son parte relevante de la historia del arte, esta exposición que incluye óleos, acuarelas guaches, tintas y ceras, a las que Brauner le dedicó especialmente en sus últimos años, ofrece mucho interés y muchos atractivos. Por una parte, las imágenes totémicas (del autor del cuadro «Totem de la subjetividad herida»), las anatomías míticas, efigies de carácter onírico que fusionan lo real y lo m imaginario en formas muy personales, irracionales, en la vertiente del realismo fantástico. Personalmente disfruté con las obras de simbolismo gráfico, sugestivamente primitivas y subrayadas por el humor; sobre todo, piezas como «Le Pêcheur» o «La Piage»; imágenes que en su diseño esquemático, la estructura geométrica, la síntesis lineal y los acordes cromáticos me trasmitieron sugestiones evocadoras de Klee. De Klee, sin embargo, no podría, decirse que fuera aún más surrealista en su vida que en su obra, como se dijo de Brauner, un pintor reflexivo, solitario, entregado a l a intimidad y orgulloso de llamarse Víctor.