Como decíamos en el número anterior, para realizar esta travesía es necesario contar con un vehículo de apoyo, ya que continuaremos la travesía hasta el pueblo de Llozana. Desde allí, por carretera, descenderemos hasta Infiesto.

Desde la collada d'Arniciu (916 metros), famosa por celebrarse en ella el último fin de semana de agosto el certamen del queso casín, lugar al que, siempre que la panorámica se multiplique con decisión sobre la niebla, vale la pena acercarse en cualquier época del año únicamente para contemplar la compleja sucesión de montes que conforman el maravilloso parque natural de Redes. Arniciu es un espacio con abundantes pastos donde suenan apacibles los cencerros del ganado; zona que, por su belleza, abandonamos con pesar, para descender por la calzada en dirección a Infiesto alrededor de ochocientos metros. Cuando la carretera da un giro pronunciado a la izquierda encontramos el camino que parte hacia la derecha, señalado en la corteza de un roble con una señal medio borrosa, apto en su primera parte para vehículos todoterreno, ruta que ya no abandonaremos hasta el final de nuestra travesía. Casi por llano, a la sombra de avellanos, espineras, hayas y robles, avanzamos hasta encontrar una cabaña a la izquierda de la pista. Unos metros más adelante, la vista se abre espléndida por la sierra de Xiblaniella y los pastizales del Frieru; el camino se inclina a la derecha, siempre a la sombra, y desciende hasta alcanzar la fuente con abrevadero de la riega les Escobes. Embarrado casi todo el año, el camino asciende entre prados cercados hasta las cabañas de Les Campes. Antes de llegar a ellas dos perros pastor salen a nuestro encuentro con amenazantes ladridos, de los que pronto se olvidan para acompañarnos, moviendo alegremente la cola en señal de amistad, hasta la puerta de la cabaña, donde su dueño, un ganadero de Tozu que asciende en quad para atender las reses, nos espera para dedicar unos minutos a la conversación amable y contarnos que al atardecer del día anterior siete venados pastaban tranquilamente a escasos metros: las empinadas laderas de La Colladiella, L'Horru y El Facéu guardan abundante simiente de estos cérvidos y son ideales para, a finales de septiembre, contemplar la berrea.

Camín adelante proseguimos hasta las praderas que amparan la antigua venta del Frieru, edificio en lamentable estado de conservación, aunque aún perviven estructura y dependencias que dieron cobijo a tantos viajeros. No quisiera que lo que voy a decir sentara mal a nadie, pero, para nuestra desgracia, una de las señas de identidad de los asturianos es no valorar, no sé si por ignorancia o desidia, unos testimonios históricos quizás no tan importantes como los templos si exclusivamente catalogamos su arquitectura, pero sí tan relevantes en cuanto a su destacado papel a través de los siglos. Es evidente que si permitimos devastar el territorio cercano a las joyas del arte prerrománico del Naranco y mostramos indiferencia plena con el futuro inmediato de los monasterios de Obona, Bárcena y la colegiata de Teverga, tan sólo por citar unos ejemplos sangrantes, para qué nos vamos a preocupar de unas ventas que durante cientos de años prestaron auxilio a los viajeros que atravesaban un solar fragoso con el repique de campanas los días de niebla y brindaron alimento y reposo a personas y caballerías en tiempos en que la arriería desempeñaba el mismo papel que actualmente desempeñan las agencias de transporte. Creo que la venta del Frieru depende en la actualidad del Ayuntamiento de Caso, pues aún en los tiempos de crisis que padecemos limpiar la maleza que rodea este edificio emblemático y rehabilitar puertas y techumbre bien poco supondría al presupuesto municipal. Si a esto añadimos un cartel, sobre un soporte acorde con el entorno, que relate su historia, miel sobre hojuelas.

El Ayuntamiento de Caso proponía una terna a la casa de Caso, para que esta eligiera al vecino que durante cuatro años se iba a encargar de dar cobijo a los viajeros que transitaran por el puerto. El casero pagaba cincuenta ducados anuales como propina al Ayuntamiento, además de entregar una carga de vino al señor. En el año 1650 los vecinos de Bueres mantuvieron un prolongado pleito con don Gaspar de Caso sobre la alberguería de Frieru y a quién correspondía su propiedad. A la vez que recordamos la singular historia de esta vía, avanzamos por el camino que pronto nos traslada al conjunto de cabañas de La Llinar, reunión de vetustas construcciones que, al estar unidas vivienda y cuadra, prestan doble servicio, se conservan en buen estado y se encuentran a la sombra de frondosas hileras de fresnos. Entre ellas encontramos a la vera de un arce una fuente con abrevadero construida en 1969, aunque, actualmente, el agua brilla por su ausencia.

Prosigue la calzada, casi por llano, hasta que el camino se bifurca por la izquierda, a la vera de una cabaña, para descender a El Tozu, poblado más septentrional del concejo de Caso. Nosotros debemos seguir por la derecha, en sentido ascendente, por la senda que poco a poco se va arrimando a la ladera del Picu Facéu (1.227 metros). La caja del camino comienza a mostrarse por completo, a la vez que nos enseña, en algunos tramos, el primitivo empedrado. Cuando llegamos al alto, la belleza que se extiende ante nuestros ojos hace que nos detengamos para contemplar con calma su esplendor. A nuestros pies, El Tozu, Cabecín, Les Tables...; cortando la línea del horizonte asoman las Ubiñas; por el medio, un enjambre de erguidos picos pugnan por destacar sobre el resto, estirando lo más que pueden sus cumbres hacia el cielo, estructuras abruptas que, en muchas ocasiones, redoblan su belleza por encima del celaje. Las riegas, repletas de arbolado, matorral y agua, cobijan principalmente ciervos, corzos y jabalíes, tan abundantes por estos montes.

La travesía es larga, y debemos reanudar la marcha, nuestros pasos se dirigen por el camino que ahora tuerce a la derecha, y comienza el descenso a mitad de ladera, se introduce entre dos peñascos, para comenzar a bajar con prontitud mientras asoman en el fondo del valle las casas de Argañal, Tables y Moru, desde este último pueblo sube una pista a encontrarse con el Camín Real. Tal vez estamos en uno de los tramos mejor conservados del camino; la caja, comida por los derrumbes de la ladera, muestra sobre el precipicio su construcción jalonada por piedras verticales, una de ellas todavía conserva grabada la firma del cantero.

Llegamos a la confluencia con la pista que parte del pueblo de Moro cuando la calzada cambia de valle, asomando con celeridad sobre las praderas donde se encuentran las ruinas de la ermita de Nuestra Señora del Sellón. En el centro de los pastos, en lo más profundo del sumidero que allí se forma, hay una fuente con abrevadero.

(En el próximo número continuaremos la excursión desde la ermita del Sellón hasta Infiesto, en una tercera y última entrega)