Uno de sus valedores, Sergi Lobera -ahora técnico del Tarrasa- ya había dicho de su pupilo Bojan Krkic que su sencillez, humildad y trabajo lo llevarían al éxito; pues la rapidez, habilidad y definición eran condiciones innatas en el joven jugador que le permitían, cada temporada, estar una categoría por encima de su tiempo real. Aunque nunca fue un obstáculo para estar también en su registro goleador y llegase a marcar más de 800 goles en las categorías inferiores del Barcelona. Un Barcelona al que accedía con sólo 8 años, tras pasar tres en la factoría-escuela que su padre había creado en Lérida. Un matrimonio que hacía que el joven Bojan no perdiese la brújula de las ilusiones ni de la realidad, porque mientras su padre le recordaba los valores del fútbol, su madre le cosía el resto a su corazón estudiante, donde las matemáticas fueron su triunfo compartido con la sensibilidad del violín y el piano.

Ahora puede batir un nuevo récord al ser el jugador más joven de la historia en debutar con la selección absoluta. Todo un éxito personal y de algunos más. Pero eso tampoco le hará cambiar su tierna mirada cuando el periodista, si cabe, le alabe por el hecho. Levantará su mirada y no dirá casi nada. Ya en el colegio hizo compatibles las matemáticas con el violín y el piano. Ahora, en el fútbol, se hace letal cuando compagina la ternura y la definición.