¿Alguien puede asegurar que no sabía cómo rezarían los titulares de prensa, el texto de las pancartas y el runrún de los aledaños del estadio azulgrana si el Barça no ganaba al Manchester? Y no ganó. Jugo bien, con demasiado amago. Jugo bien, pero quedó eliminado. Y los epitafios y el «ya lo decía yo» se reflejaron en el barcelonismo apeado de los títulos domésticos. Todo previsible ya que todos sabían lo que les separaba de la realidad, puesto que la amargura 2007-08 se había quedado a unos metros del área. Y ése es el otro juego donde ya no valen excusas ni desmarques en diagonal ni de ruptura. El veredicto es sabido. El Valencia -por ejemplo- metido en la dinámica del miedo acortó distancias a base de goles y cambios oportunos que el bueno de Voro experimentó con éxito. Y al final de temporada lo previsible tendrá otras razones en la nueva estructura del club che porque algo ha cambiado; y, aunque no se sabe el qué, el color del cristal con goles tiene otro brillo de futuro. Ahora lo previsible pulula por Zaragoza, Pamplona, Valladolid o Huelva, en el caso de Primera División, con la tormenta de ideas precocinadas en espera del pitido final del próximo domingo, mientras se respeta la sintonía y la asociación de ideas una semana. En Segunda, la pugna es comparable, aunque hay margen para rectificar en más de una ocasión, la maniobra tiene más tiempo y el recorrido por el caos, en algunos casos, se suspende hasta nuevo aviso. Córdoba, Jerez, Ejido, Vigo...