Gijón, Mario D. BRAÑA

Por dos veces, más de 20.000 sportinguistas entraron en éxtasis ayer en El Molinón, mientras creían tocar el ascenso con las manos. Y por dos veces, ese instante de felicidad se interrumpió bruscamente. No valió el gol de Kike Mateo frente al Salamanca y tampoco el que hubiese puesto al Granada 74 en ventaja en San Sebastián. Se equivocó el ayudante de Pérez Riverol y el Sporting, tenso y pesado, no pudo evitar el primer tropiezo de las últimas cinco jornadas. Quizá la consecuencia de una semana desmadrada. Demasiada euforia, excesivos planes sobre fiestas y celebraciones. El Salamanca parecía un convidado de piedra, pero demostró ser uno más de los muchos equipos difíciles de ganar. Sobre todo cuando el favorito, en este caso el Sporting, pone muy poco para merecerlo.

Tal parecía que el Sporting se había paseado en las cuatro últimas jornadas cuando, en realidad, cada triunfo costó un riñón, excepto el del Sevilla. Cualquiera diría que la Real Sociedad estaba a diez puntos a falta de 15, cuando un simple vistazo a la tabla permitía adivinar su alargada sombra en cuanto los rojiblancos tuvieran un mínimo tropiezo. Así ha sido, sin que nadie se pueda extrañar. Los partidos en Segunda se suelen decidir por detalles. Ayer, por primera vez en mucho tiempo, casi todos jugaron en contra del Sporting.

Salvo por el grave error arbitral, al Sporting le conviene un ejercicio de autocrítica. Debe buscar la explicación a lo ocurrido en su propia incapacidad. Jugó muy poco, apenas remató a puerta y casi nunca marcó las distancias con un rival de la zona media-baja de la tabla. Salvo tres chavales de la casa (Jorge, Canella y Míchel), todos los jugadores rojiblancos estuvieron por debajo de sus prestaciones habituales. Fue un bajón generalizado y un anticipo de lo que espera en las cuatro últimas jornadas.

El primer tiempo fue del Salamanca porque dominó el centro del campo. Bruno y Cristian Bustos tuvieron más presencia en la construcción del juego que Míchel e Iván Hernández. Y eso que Míchel no se resignó y enseñó a sus compañeros el camino: balón al suelo, criterio en el pase y personalidad para asumir riesgos. Pero el lenense estuvo muy solo. Pedro y Diego Castro no hicieron daño por las bandas. Kike Mateo estuvo desaparecido. Y Bilic, aislado.

El control del partido era del Salamanca, que para las empresas mayores se encomendaba al de siempre, a Quique Martín. Pasan los años, incluso las décadas, y ahí sigue el avilesino, dando cursos de buen fútbol. De sus botas salieron, además, los únicos momentos de peligro para Roberto. Bendecido de nuevo por los postes, el guardameta gallego respondió con solvencia a los misiles del eterno «11» charro.

La réplica del Sporting fue escasa, pero contundente, como es habitual en las últimas jornadas. Jorge se encontró con un balón en el área, tras el rechace de un córner, y su remate parecía camino de la red cuando por allí apareció Kike Mateo, que acabó por empujarlo. Según el juez de línea, en fuera de juego. Para el sportinguismo, con la ayuda de la televisión, gol legal que se fue al limbo.

Pasa a la página siguiente