Le preguntaron a Pep Guardiola después de la hazaña del lunes sobre otro cinco a cero al Real Madrid, aquel en el que era jugador. Guardiola dijo que no se acordaba de los sentimientos que había acaparado entonces. No hay que dudar de que el entrenador de lo políticamente correcto decía la verdad. Entonces, el grado de agresividad y las ansias eran muy inferiores a las actuales. Los jugadores del Barcelona celebraron su victoria con más ímpetu que el título del Mundial de Sudáfrica. Porque el rival, para el Barcelona y para tantos otros, no es otro que el Real Madrid. Un ex jugador del Barcelona de cuyo nombre no quiero acordarme lo reconocía no hace tanto: «Nuestro error era que con ganar al Madrid hacíamos la temporada».

El Madrid, atontolinado toda la noche, pudo comenzar a perder cuando Mourinho declaraba que el «clásico» era el «clásico», pero no era la Champions. Primer error del sabio de Setúbal. Parece mentira que, pese a haber estado tres años en el banquillo culé, no recuerde el significado de estos partidos para los dueños del Camp Nou. Los ojos inyectados en sangre, los gritos, las reacciones de cada jugador azulgrana mostraban lo que sentían en juego. Y si se mira bien y dando por sentado que la Liga se ha sacado pasaporte escocés (dos en la pelea y los demás, de mirandas), un uno a cero en el Bernabeu en el encuentro de la segunda vuelta dará el título al Real Madrid. Así es, si así os parece, de caprichoso el fútbol. Pero pase lo que pase en la Liga y hasta en la Liga de Campeones, el Barcelona ya ha hecho el año.

Porque ha logrado lo mismo que en estos años atrás: ha sembrado las dudas en el Real Madrid. Mourinho, el número uno del mundo, ha sido humillado por el juego y el resultado. Pero, sobre todo, ha sido humillado por tantos titulares que, en efecto, hablan de la gran victoria sobre el portugués, no sobre el Real Madrid. Cristiano Ronaldo, según las mismas valoraciones, no aparece en los partidos claves. Özil es un niño y Sergio Ramos, una especie de bandolero que ha llegado de Sierra Morena. Las dudas ya están sembradas. Ahora habrá que ir viendo si el sabio de Setúbal es capaz de ir recomponiendo la confianza perdida.

El Real Madrid entra en dudas y da la impresión de replegarse sobre sí mismo. Pero haría bien en preguntarse qué hubiera pasado si son los ultras blancos quienes rompen la luna del autocar del Barcelona. O si hubiera o hubiese sido Mourinho quien esconde la pelota, pongamos que a Messi. O si hubiera o hubiese sido Cristiano Ronaldo quien simula una agresión por codazo inexistente de un central rival. O si hubiera sido Pepe quien paseara por el campo con la mano en alto, con los cinco dedos bien visibles. Porque ya está bien de vender la imagen de la exquisitez y del buen gusto con detalles tan poco exquisitos, que suceden al silbido, y no gomero, de Pinto o a las broncas con otros colegas. La imagen es la imagen, pero el Madrid recula por miedo al que dicen odio de los campos que visita. El odio está en las miradas inyectadas en sangre en futbolistas, como el hijo predilecto de Fuentealbilla, que ven algo blanco y se tiran a la yugular. Como si una pócima mágica procedente de Brescia (Italia) hubiera añadido fuerzas a los luchadores contra el centralismo que roba a las pobres señoras que van al mercado.

Así las cosas, la victoria del Barcelona, aunque no en esos extremos, parecía cantada desde antes del partido. El nuevo Madrid lleva pocos meses de maduración. El trabajo de Mourinho se deja notar de forma muy favorable tanto en el campo como fuera de él, pero enfrente estaba un equipo que lleva jugando a lo mismo desde hace treinta y seis años, desde la llegada de Marinus Michels al banquillo y de Cruyff al equipo. Con matices, el Barcelona trabaja la misma partitura desde 1974, mientras que el Madrid ha cambiado cada año de partitura, de director de orquesta y de intérpretes. La ventaja azulgrana es el tiempo y, sobre todo, una generación irrepetible. Esa generación está manejada por uno de los más preclaros representantes del estilo Barcelona, el que le dio el primer título, en El Molinón gijonés precisamente, después de veinticuatro años de verlas venir desde la lejanía. Aquel equipo, en otra memorable noche, puso de moda los cinco a cero, pero aquella vez en un Bernabeu atónito. O sea, que no es nueva la paliza. Pero entonces no hubo ningún Piqué que paseara con pose desafiante.

El desafío está lanzado, pero el primero que sabe que el Real Madrid siempre vuelve es el Barcelona en pleno. Que no esperen los azulgranas una bajada de brazos o una rendición. El club blanco, con sus altibajos y sus, ahora sí, urgencias, si no históricas, sí recientes, volverá a la búsqueda del éxito, en casa o en el continente. Florentino Pérez le ha dado todo el poder a Mourinho, que es de los que no se entregan. El club y el entrenador han perdido un primer duelo, pero queda mucho en el caminar del fútbol español.

El Barcelona ha cobrado una exigua ventaja de dos puntos, nada decisivo, y quizás un coeficiente goleador. Y, sobre todo, habrá sembrado dudas en el mismo equipo y, sobre todo, en una afición que lleva mal estar en el segundo plano. Los insultos a jugadores en el aeropuerto de Barcelona en la noche del lunes es un síntoma claro del malestar popular. Un Madrid en su punto no puede permitir los rondos vividos en una de las noches tristes de la historia blanca. Porque, ésa es otra, todos los grandes clubes del mundo han vivido noches tristes, muy tristes. Por eso unos y otros, los de dentro y los de afuera, han de saber convivir con la euforia y la depresión. Guardiola y Mourinho tienen ahora un desafío, de mantener a los suyos uno y de recuperarlos el otro. Y, mientras, las buenas gentes del balompié discutirán sobre goleadas, manitas, rondos y número de títulos. Porque la vida es maravillosa y sigue adelante.