Gijón, M. D. B.

A estas horas, Juanele debería de estar en Madrid, asistiendo al curso nacional de entrenadores reservado a ex futbolistas profesionales. Era un proyecto atractivo para una persona necesitada de encarrilar su vida. El balón sacó a flote al «Pichón de Roces» y podía volver a ser su salvavidas. Un proyecto que se fue al garete porque Juanele lleva una semana ingresado en la Unidad Terapéutica y Educativa (UTE) de la cárcel de Villabona, pagando las consecuencias del carácter indisciplinado que ya le marcó en su etapa de futbolista.

Hace tiempo que Juan Castaño Quirós (Gijón, 10-4-71) no es noticia por sus hazañas en los campos de fútbol, sino por sus problemas fuera. Primero de salud y ahora, quizá como consecuencia de lo anterior, con la Justicia. Juanele no cumplió el requerimiento para presentarse los días 1 y 15 de cada mes en los juzgados de Poniente, secuela del arresto que sufrió en febrero por un confuso episodio en el aparcamiento del Grupo Covadonga.

Como siempre en la vida de Juanele, el fútbol estuvo en el origen de todo. En la temporada 2003-04, cuando jugaba en el Zaragoza, un entrenador le privó del balón, el instrumento que daba sentido a su día a día. Paco Flores le apartó de la plantilla y Juanele se vino abajo: «Fue bastante duro porque me entrenaba solo. Y luego algún pequeño problema familiar», explicaba año y medio después en LA NUEVA ESPAÑA el «Pichón de Roces», de nuevo en Gijón tras el frustrado intento de relanzar su carrera en el Tarrasa.

Juan Manuel Lillo, su entrenador en el equipo catalán en la temporada 2004-05, conocía los riesgos de fichar a Juanele, pero pesó más el recuerdo de su anterior coincidencia en el Tenerife. «Llegó francamente bien a Tarrasa, pero se confió y recayó», decía entonces Lillo. La recaída se tradujo en su desaparición repentina de los entrenamientos del equipo. Juanele, deprimido, se pasaba los días sin salir de casa. No volvió a jugar profesionalmente al fútbol. El regreso a Gijón, de donde había salido en 1994, podía ser la mejor medicina.

En su ambiente, en el barrio donde creció, a Juanele volvió a picarle el gusanillo del fútbol. Abrió una escuela en La Camocha junto a sus amigos Iván Iglesias y José Antonio Novo, que en principio le llenaba: «Disfruto yo más que los chavales». Pero no pudo resistirse al encanto de la competición, primero en Tercera División con el Avilés y después en categorías regionales con el Camocha y el TSK Roces, su último equipo.

Lo siguiente que se supo de Juanele fue alarmante. A finales de abril de 2008 ingresó en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital de Cabueñes aquejado de «toxicidad medicamentosa». Según explicaron los médicos, el ya ex futbolista había tomado una cantidad excesiva de pastillas de litio, indicadas para el trastorno bipolar. Esta enfermedad provoca cambios bruscos del estado de ánimo, de la depresión a la euforia.

Juanele recibió el alta el 5 de mayo y su familia le ingresó en un centro privado para completar su recuperación. Sin secuelas aparentes, Juanele intentó volver a la normalidad, algo imposible en su caso sin el fútbol. La separación de su mujer, Verónica, fue otro golpe en la línea de flotación del «Pichón de Roces». Privado de los dos grandes soportes de su vida, Juanele se quedó fuera de juego. En febrero de este año, una información de la Policía devolvió bruscamente su nombre a la actualidad. Un directivo del Grupo Covadonga le denunció por causar daños en su coche, que supuestamente Juanele confundió con el de su ex mujer.

Tras pasar la noche en el calabozo, Juanele fue condenado a visitar el juzgado dos veces al mes. Como en otros episodios de rebeldía bien conocidos en los ambientes futboleros, el «Pichón de Roces» voló por libre. Incluso se dejó ver en El Molinón, para comentar en una emisora de radio canaria el partido entre el Sporting B y el Tenerife, uno de sus ex equipos. También viajó al partido del primer equipo en La Romareda, el 6 de noviembre, para visitar a sus amigos de Zaragoza.

Ahora conoce otro mundo, muy diferente a aquel que encumbró su tremenda calidad. Entonces era un espíritu libre, un jugador diferente. Ahora, al «Pichón» le han cortado las alas.