Gran día para el «mourinhismo», quizás incluso mejor que el de la final de la Copa ganada al Barcelona el año pasado, porque si bien aquel partido supuso un título, imponerse en el Nou Camp tiene un sabor muy especial (y, si no, que lo diga el mismo Mourinho, del cual han quedado grabadas aquellas imágenes de euforia tras la clasificación del Inter a costa del Barcelona para la final de la Liga de Campeones), máxime cuando, como en este caso, bien vale una Liga. Y es que el Madrid de Mourinho supo por fin dominar al Barcelona, y no sólo en el resultado. Aun sin mostrarse como un equipo avasallador, con iniciativa plena, el planteamiento del portugués atornilló al Barcelona. No fue el equipo de Guardiola el de las grandes ocasiones, ni mucho menos, ni siquiera el de esas menores en las que arrincona al rival aunque no acabe de rematarlo por exceso de filigrana. Y no lo fue porque, con independencia de errores propios, el rival, sobre todo, se lo impidió, y los azulgranas acabaron convertidos en un equipo descafeinado, que es de lo peor que se puede decir de los de Guardiola, que por marcar hasta marcaron en una acción «fea», ellos siempre tan estilistas y refinados. No es casualidad que Messi por una vez no brillase frente a los blancos. De la misma forma tampoco parece casual que Cristiano Ronaldo consiguiese el gol decisivo, precisamente el jugador tan criticado por destacar en tantos partidos menores y desaparecer en tantos grandes.

Así que, día feliz para todo un sistema concebido para acabar con la «dictadura» barcelonista, que, por otro lado, bien pobre es como punto de partida, porque hay ocasiones oyendo a responsables del Madrid en las que parece que el primer equipo blanco viene de no ganar nada en años y años, cuando, evidentemente, no es así. A ver, por otra parte, cuántos entrenadores del Madrid que hayan estado dos temporadas completas no han ganado una Liga, por no acudir al ya mentado éxito de la temporada pasada.

Mourinho sale reforzado en esta ocasión del templo barcelonista, el mismo en el que vivió, por lo demás, uno de los días más duros de su carrera, cuando no fue para nada de «mourinho» y salió con 5-0 en contra.

«Nunca da la cara en los momentos importantes...», y el sambenito se quedó asociado a la imagen de Cristiano Ronaldo. Más ansioso que de costumbre en las citas con el Barça, muchos empezaron a dudar de sus facultades en los momentos más importantes. Daba igual que hubiera marcado en la final de la Liga de Campeones que ganó el Manchester contra el Chelsea, ni que en la siguiente en Roma ante el Barça fuera el más destacado de los «red devils». Tampoco sus frecuentes exhibiciones en los encuentros decisivos de la Premier League contaban en su currículum.

Si en la final de Copa el gol de la victoria fue de Cristiano Ronaldo sería por pura casualidad. El portugués pasaba por allí y se encontró un centro medido de Di María. «Con Valdés eso no era gol», afirmaron los más puntillosos. Contra el Atlético el argumento empezó a menguar.

Llegaba el Madrid a casa del eterno rival con la moral tocada, un perseguidor pisándole los talones y la ansiedad por bandera. El luso respondió con tres goles y una asistencia.

En Barcelona lo de Cristiano no fue una exhibición, ni mucho menos, simplemente hizo de ariete en un sistema bien pensado. Trabajó, bregó y supo esperar su momento, que llegaría en el tramo más complicado para el Madrid. Özil, nunca bien ponderado en el sistema del Madrid, encontró un resquicio para servir un dulce al área. Cristiano no falló. Anotó con la misma frialdad que celebró el tanto, pidiendo calma, poniendo el orden en una Liga que se había pintado de blanco desde hacía varias jornadas. No fue el mejor gol de su palmarés, pero fue en el escenario más deseado (el quinto al Barça, por cierto, aunque no dé la cara en los momentos clave...), el que da la Liga a los blancos.

Cristiano volvió a aparecer cuando el Madrid le necesitaba. No se preocupen, cuando vuelva a flaquear ante las cámaras hay quien retomará el viejo argumento de su escasa contribución en los momentos calientes. Ahora le queda la Liga de Campeones para seguir derribando mitos. Con calma, con mucha calma, como en su celebración.