El apoyo del magnate mexicano Carlos Slim al Real Oviedo ha llenado de satisfacción a sus seguidores, que por fin divisan en lontananza un horizonte más despejado. Después de diez largos años de travesía del desierto, con descensos incluidos a Tercera División, hay coincidencia en que ya correspondía que la tan leal como sufrida afición azul tuviese el derecho a soñar con algo mejor. La ayuda es además doblemente bien recibida porque llega desde México, país con el que Asturias ha mantenido de siempre unas estrechas relaciones por mor de la emigración. Esos lazos incluyen por supuesto al fútbol, con jugadores que cruzaron el Atlántico en uno y otro sentido.

Desde Carlos Laviada hasta Jaime Cuesta hijo, el intercambio de futbolistas entre Asturias y México se remonta ya a principios del siglo pasado. Laviada, de raíces asturianas, llegó de México para jugar en el Oviedo de antes de la Guerra Civil. Isidro Lángara hizo el viaje en sentido contrario y vistió la camiseta del Club España previo paso por el San Lorenzo argentino. Otro goleador azul, Carlos Muñoz, jugó con posterioridad en el Puebla y el Lobos. El actual seleccionador mexicano, Chepo de la Torre, dejó el sello de su calidad y acierto goleador en el Oviedo de la permanencia tras el último ascenso a Primera. Jaime Cuesta padre, al que años después siguió su hijo, se fue al Atlético Español tras vestir la elástica azul. Y también al Sporting de Gijón le alcanzan esas relaciones, pudiendo recordarse que vistieron de rojiblanco el goleador «Lucho» Flores y el fino centrocampista Negrete.

Pero si hay un nombre de inexcusable referencia cuando se habla de los lazos futbolísticos entre México y el Principado, ése es el de Fernando Marcos González, un hijo de la emigración astur que lo fue todo en el balompié del gran país norteamericano: futbolista internacional, árbitro, entrenador, seleccionador y periodista. Personaje polifacético donde los hubiere, ejerció además la abogacía y aún encontró tiempo para cultivar otra de sus aficiones, la de cineasta, escribiendo el guión de algunas películas de Cantinflas.

México ya le tenía en la máxima consideración, pero precisamente el pasado 14 de este noviembre oficializó su admiración por él. Desde ese día Marcos ya está presente en el Salón de la Fama del Fútbol, en la ciudad de Pachuca. Y por cierto, que a su lado figura otro asturmexicano que merece ser recordado: Juan Carreño, que fuera autor del primer gol de la selección mexicana en unos Juegos Olímpicos (Amsterdam, 1928) y en un Mundial (Uruguay, 1930).

A Marcos tuve oportunidad de hacerle una amplia entrevista telefónica apenas un mes antes de su fallecimiento, acaecido en julio de 2000 a la edad de 86 años. Aunque era asiduo del Centro Asturiano de México, le localicé en su domicilio, desde donde me atendió con total disposición. El personaje, historia viva del fútbol mexicano, tenía mucho que contar. Y lo contó, con la satisfacción de hacerlo además para un periódico, LA NUEVA ESPAÑA, que le llamaba desde la tierra de sus orígenes.

Recordaba con particular emoción su viaje a Asturias de 1934, durante el que se presentó en la localidad llanisca de Barro para conocer a su familia paterna. Su padre, Egidio, había salido de allí con 13 años y en México se había casado con una descendiente de emigrantes gallegos. Hizo este viaje al regreso de unos partidos de clasificación jugados por la selección mexicana con vistas al Mundial de Italia. Era Marcos un fijo en la «tricolor», que más adelante llegaría a dirigir. Como futbolista ganó tres ligas con el Club España, desde donde se fue a otro grande del fútbol mexicano de entonces, el Asturias. Allí sufrió la grave lesión que determinó su prematura retirada como jugador a los 24 años. Se hizo entonces árbitro, faceta en la que también dejaría huella aunque no pudo librarse de un pasaje bastante lamentable. El que fuera su último club como futbolista, el antes citado Asturias, había levantado en 1936 un estadio que era la admiración de todo México.

Se trataba del Parque Asturias, capaz de albergar a 22.000 espectadores sentados más otros 8.000 de pie. Pero el flamante recinto, magnífico y pintado de vivos colores, era todo él de madera. Tenía por ello un potencial peligro de arder, lo que se produjo sólo tres años después. En 1939 fue pasto de las llamas durante un partido por el liderato entre el Asturias y el Necaxa. El árbitro era precisamente Fernando Marcos, que transcurridos 60 años confesaba que aún no se le había pasado el disgusto. Un penalti contra el Necaxa desató la ira de sus seguidores, que literalmente prendieron fuego al campo. «Un desastre, pero el penalti lo fue», recordaba el anciano ex colegiado. El suceso marcó un hito en el fútbol mexicano, que desde entonces prohibió los estadios con graderío de madera.

En 1948 Marcos se pasa a los banquillos. Dirige al Asturias, y pronto también al Necaxa, prueba de que los pirómanos del 39 ya le habían perdonado. Toluca, Marte y América son otros conjuntos donde vuelca sus conocimientos; con este último gana vibrantes partidos contra el Chivas de Guadalajara, en lo que supondría el germen de unos derbis que desde entonces paralizan al país.

En 1959, cuando ya había ejercido como futbolista, árbitro y entrenador, le llega la oportunidad de ser seleccionador nacional. Otro asturmexicano, Guillermo Cañedo, por entonces presidente de la Federación, es quien le ofrece el puesto. Marcos acepta y consigue firmar una trayectoria impecable: ni una sola derrota en sus trece partidos al frente de la «tricolor». Por cierto, que uno de los puntales de aquel grupo era el portero Antonio Carvajal, otra leyenda del fútbol mexicano y que participó nada menos que en cinco Mundiales: desde Brasil-50 hasta Inglaterra-66.

Fernando Marcos no se desvinculó nunca del fútbol. Aunque fuera ya de los rectángulos de juego, no le faltaron foros desde los que seguir volcando toda su sapiencia. Fue columnista de prensa, comentarista radiofónico y televisivo, así como asiduo de tertulias varias. En la entrevista que me concedió poco antes de fallecer hizo hincapié en la gratitud que sentía hacia México, pues estimaba que sólo le había devuelto una mínima parte de lo mucho que el país le había dado a él. Respetado y admirado, aquel hijo de la emigración asturiana está considerado una de las más brillantes referencias deportivas de México. La nación hermana desde la que ahora llegan al rescate del Real Oviedo. Slim no pudo haber hecho mejor elección.