El vestuario madridista se ha convertido esta campaña en un polvorín que amenaza de continuo con estallar. Ha abierto Mourinho tantas brechas, tantos frentes de batalla entre su propia gente, que tan cierto puede ser que lo que se cuenta que se cuece en el vestuario blanco no sea verdad, como que la verdad sea peor que lo que se cuenta. Grave, en todo caso, lo contado; tanto que obligó ayer a Florentino a comparecer con casco, hacha y manguera para sofocar un nuevo incendio, quizás sin saber muy bien si lo apagaba o si lo avivaba. No hay por qué no creer al presidente y a los capitanes cuando aseguran que en la reunión del pasado martes no plantearon ningún ultimátum contra el técnico, pero se hace difícil creer que no plantearan alguna queja.

El Madrid puede que haya perdido muy pronto la Liga, pero no puede permitirse tirar la temporada. La Copa y, sobre todo, la Liga de Campeones son objetivos suficientemente importantes como para que Florentino, Mourinho y la plantilla templen gaitas de aquí a junio. Son unos meses en los que están condenados a entenderse -soportarse al menos-, antes de que la caldera estalle. Si París bien valió una misa, la «Décima» bien vale un armisticio. Y en junio, veremos.