En la temporada 98-99, con Óscar Washington Tabárez como entrenador, el Real Oviedo terminó jugando la desaparecida promoción ante la Unión Deportiva Las Palmas. Explicación para los más jóvenes: la promoción era una eliminatoria a ida y vuelta entre los equipos de Primera y Segunda que habían quedado, respectivamente, tercero y cuarto por la cola y tercero y cuarto por arriba. Era una única ronda a ida y vuelta. El que ganaba jugaba en Primera la temporada siguiente. No había más historias.

El partido de ida se disputó en el antiguo Carlos Tartiere. El Oviedo jugó con rabia y pasión en una jornada que pudo ser trágica porque el estadio acogió mucha más gente de la que admitía el aforo. Con 3-0, el campo comenzó a hacer la ola. Finalizado el partido, hubo quien decidió bañarse en la Plaza de América. Los cronistas de la época destacaron un detalle que parecía sin importancia, pero que resultó capital: la ola había sacado al equipo del partido. El Oviedo podía haber machacado a su rival, pero la gente pensó que un 3-0 era suficiente. Unos días después, los que tuvimos que dejar de mirar la televisión porque el encuentro de vuelta se puso 3-1 nos acordábamos de aquel supuesto detalle sin importancia.

Una parte del oviedismo, tan bipolar como los que formamos parte de él, encajó con tristeza la derrota del domingo en Valladolid. "Nos bajaron de la nube", decía algún seguidor a la salida de Zorrilla. ¿Qué nube? Pues aquella que nos llevó a hacer la ola y vitorear con olés los pases de nuestro equipo y olvidarnos de que esto es una guerra con 38 batallas de 90 minutos. Llevamos más de diez años comiendo mierda y resulta que, en cuanto las cosas van bien, nos olvidamos de lo que hemos pasado y de lo largo que es el camino. Cuando otros equipos nos golearon y vitorearon con olés los pases de sus jugadores, fue doloroso para nosotros. Con la experiencia que hemos adquirido, guardemos los olés para cuando goleemos al Madrid y al Barça, y ayudemos al equipo a estar concentrado hasta el final de cada partido. Además, y esa debería ser una seña de identidad del oviedismo, nuestros rivales merecen un respeto. Se puede y se debe disfrutar, pero sin olvidar dónde estamos. Y si no se quiere hacer por respeto, que sea por puro egoísmo: evitemos una patada de enfado o de frustración sobre alguno de los nuestros (todos los que juegan pachangas sabrán a qué me refiero) o un escarnio innecesario de un equipo del que podemos depender a final de liga.

La derrota de Valladolid dejó muchas cosas positivas. Suena contradictorio pero es así. La primera que Egea se mostró como un técnico valiente. El cambio del minuto 30, con un 2-0 en contra, trastocó el partido y lanzó un mensaje muy claro al rival y a los nuestros. La segunda que el equipo, mentalmente, es muy maduro. Remontó hasta en dos ocasiones y terminó el encuentro en el área del rival. La tercera, que aunque la cosa se puso complicada, se siguió jugando al fútbol, algo que hacía años que no veíamos por aquí. Y la cuarta, que es un detalle pero es muy importante, que con una falta al borde del área, perdiendo y a falta de pocos minutos, se intentó una jugada ensayada: señal de que la plantilla confía en lo que hace. También está la parte mala, claro, y es que defensivamente estuvimos bastante despistados, pero eso es algo que se puede arreglar.

La Segunda B es una categoría horrible, en todos los sentidos. Se juega poco al fútbol, el rival puede llevarse el botín sin hacer apenas nada y te exige una concentración permanente, porque la técnica y la calidad no son definitivas. Desde la experiencia que tenemos, deberíamos ayudar al equipo a mantener la concentración los 90 minutos, desde la humildad y el respeto. Vayamos ganando por 4 o perdiendo por 2, no subamos a la nube ni bajemos al infierno, sigamos en el césped, que es el término medio donde se juegan los partidos. Porque nunca se sabe qué gol vas a echar de menos, o de más, cuando vengan los de la rula a preguntar.