Dice el escritor uruguayo Eduardo Galeano que los hinchas de fútbol, cuando termina el partido de nuestro equipo y abandonamos el estadio, volvemos al estado conocido como "melancólico yo". Lo hacemos después de pasar 90 minutos transformados en un "nosotros" compuesto por el grueso de la afición. Nos movemos al unísono con miles de almas a las que nos une una pasión. Celebramos los mismos goles, maldecimos las mismas decisiones del árbitro y buscamos un fin común: la victoria de los nuestros. Luego, tras una hora y media de excitación colectiva, regresamos a la soledad. Dejamos de ser "nosotros", volvemos al "yo".

Los seguidores tenemos unas dinámicas que, con el paso de los años, definen la relación que nos une al club. Hay quien queda para ir al fútbol con sus amigos y quien prefiere ir solo al estadio. Algunos repetimos el trayecto que nos llevó a la última victoria y otros llevan a cabo rituales previos al inicio de cada encuentro. Miles de pequeñas manías confluyen cada domingo en el Carlos Tartiere. Y las respetamos todas, porque son las manías de los nuestros, de aquellos a los que abrazaremos en el éxito y de aquellos que llorarán a nuestro lado en la derrota.

Sería algo así como una gran familia (bien avenida, se entiende) que se encuentra cada quince días en el Carlos Tartiere. No sabemos a qué se dedica el 99% de la gente que nos rodea, tampoco si son buenas o malas personas, si tienen problemas en casa o si son felices con su vida. Sabemos, eso sí, cuándo están contentos y cuándo están tristes, porque la balanza que lo define es la misma que la nuestra: el resultado de nuestro equipo. Si se suman las horas de sentimientos compartidos en tantas horas de fútbol en común, es bastante probable que el resultado sea algo cercano al compañerismo. Sufrir juntos une mucho. Gestionar miseria, que dicen los expertos en economía, es muy sencillo.

Lo que no se sabe si es tan normal o es producto de la pedrada mental azul que me acompaña es la extraña habilidad desarrollada a lo largo de los años para identificar a los "míos" allá donde estén. Para sentirlos como algo propio, para romper la barrera inicial con un sencillo "¿eres del Oviedo?" y que, a partir de ese momento, todo fluya con mayor facilidad. Hay dos tipos de aficiones, las que tienen sentido de pertenencia y de grupo y las que no, y la oviedista, a pesar del cainita que podemos llegar a ser, es de las primeras.

La tara mental llega incluso a hacerme encontrar la palabra "Oviedo" a las primeras de cambio en cualquier texto y a buscar, cuando sucede alguna desgracia, de qué equipo era el finado. Porque para que el "nosotros" del que habla Galeano se repita cada domingo es necesario que no falte nadie. Que estemos todos. Cuando entras en ese estado e interiorizas el club, cualquier ausencia la sientes como propia.

Alejandro Tuero, socio del Real Oviedo desde 1967 (es el número 304) se cayó frente a la puerta 17 del Carlos Tartiere el sábado 13 de diciembre, cuando se disponía a entrar al estadio para ver el encuentro ante el Compostela. Desde entonces, está en coma en el hospital. Conmovido por la historia, comencé a buscar información. Más que preocupación, es el interés de un oviedista por otro oviedista (si está leyendo esto y no es oviedista, no intente entenderlo, porque no se puede explicar). Y descubrí que Alejandro es un señor alto, de pelo canoso, mirada pícara y gafas. Que es abogado, que se sienta en la tribuna Lángara y que disfruta organizando viajes para ver al Oviedo de esos que vas el sábado a conocer la ciudad y a dar buena cuenta de la gastronomía local. Descubrí que su familia le pone de vez en cuando el himno del Oviedo y le lee las noticias relacionadas con el club. Y de repente descubrí que llevo cerca de dos meses preocupado por alguien a quien no conozco, pero que ha estado a mi lado casi todos los domingos de mi vida, que ha formado parte de un "nosotros" del que no quiero que se vaya. Y, bastante más a menudo de lo que cabría imaginar, me descubro pidiendo a no sé quién que por favor Alejandro se recupere, que vuelva a su asiento o que, de una mala, sea capaz de sentir, de la forma que sea, nuestro regreso al fútbol profesional.