La Copa del Rey podría ser la competición más espectacular del fútbol español y, por la dejadez de unos (federación) y el egoísmo de otros (los grandes clubes) no genera más que indeferencia y polémica. La fórmula del doble partido provoca chascos como los de las recientes semifinales, con dos campos semivacíos ante la contundencia de los resultados de la ida. Y, llegados a este punto, la polémica estéril de todos los años a cuenta de la sede de la final. Vale que aquí no haya un Wembley, pero quien corresponda debería de buscar una fórmula para que los Joan Gaspart de turno dejen de tocar las narices y los Florentino Pérez de toda la vida sigan buscando excusas para no ceder el campo que, por ubicación y capacidad, sería el escenario ideal.