Los aficionados al fútbol se pasan la semana recibiendo mensajes negativos hacia el rival de su equipo preferido. Los jugadores, entrenadores y dirigentes apelan a menudo al enemigo exterior para disimular sus miserias. Y algunos medios de comunicación, sobre todo desde que reina el periodismo de bufanda, predisponen a los hinchas a convertirse en forofos radicales. Por eso resultó tan sorprendente como elogiable la respuesta del madridismo a la celebración de Messi tras marcar el gol de la victoria en el último Clásico. Quizás influyera la conmoción del momento, pero con el argentino enarbolando su camiseta a un par de metros de la valla no cayó ni un solo objeto. El lenguaje gestual de los seguidores blancos tampoco descubre reacciones destempladas y, lo más sorprendente, se aprecia cómo espectadores identificados con los colores azulgranas, que salpicaban la marea blanca, celebran sin problemas. Fue la mejor respuesta para todos esos predicadores del odio, para los que viven de la manipulación y disfrutan metiendo el dedo en el ojo ajeno. El Madrid perdió el partido, pero su gente, al menos la de ese fondo que vio tan cerca el 2-3, ganó la batalla a los que pisotean el deporte.