Con gran tristeza he recibido la noticia del fallecimiento del periodista de LA NUEVA ESPAÑA Celso Sanjulián después de varios días, al leer la carta tan cariñosa que su hijo, David, le escribía el pasado 1 de mayo. Pese a los días que han pasado, deseo de todo corazón sumarme a todas las muestras de condolencia que se han manifestado a sus familiares y amigos.

Tuve la fortuna de conocer a Celso por mi actividad como árbitro de fútbol. Concretamente fue al ascender a Tercera División cuando el contacto con Celso fue consolidándose. Desde el principio me pareció una persona que, tal como indica su hijo, David, portaba esos valores del respeto y la honestidad que le adornaban como persona, y que proyectaba como periodista deportivo. Celso era una de esas personas de las que das gracias a Dios por haberlas encontrado en el camino de la vida. Guardo un recuerdo suyo imborrable porque me mostró en tres episodios su compromiso con la verdad, su honradez y su respeto, así como su defensa del árbitro.

Mi primer encuentro con él tuvo lugar en el año 1996, cuando yo compaginaba la tarea de sacerdote con la de árbitro en Tercera División. Lo que para mí era algo irrelevante supuso para el bueno de Celso algo digno de mención dado que entonces no se sabía de nadie más que aglutinase ambas tareas. Comprometido con la noticia, se puso manos a la obra a pie de campo. Así, una tarde sabatina de septiembre del 96 Celso se presentó en el vestuario del campo de fútbol de Las Torres cuando yo llegaba para arbitrar un Pumarín-Gijón Industrial, esto es, con casi hora y media de anticipación. Su personalidad, tan fina, tan respetuosa y ese timbre de voz tan radiofónico terminaron por hacerme corresponderle como bien se merecía, y ya dentro del vestuario hizo su trabajo que luego publicó y que francamente me pareció impecable. Celso, lejos de chistes fáciles por lo novedoso de mis dos tareas, subrayó el aspecto más humano del árbitro que además era sacerdote. En el diálogo que mantuvimos en la entrevista me repetía -como muchas veces después lo haría- lo difícil que era arbitrar, lo meritorio de nuestra tarea. Después de este primer encuentro se gestó una conexión que duró hasta prácticamente su despedida: si iba a arbitrar al campo de El Nora de Colloto o al Estadio Universitario siempre se acercaba a saludarme, a interesarse por la persona, más allá de la tarea arbitral.

El segundo episodio que guardo con el mismo agradecimiento ocurrió en mi última temporada en Tercera División, en 2005. Al final de aquella temporada fui designado para un Mosconia-Ribadesella que resultó ser significativo para ambos dado que el equipo de Grado luchaba por no descender y el riosellano por alcanzar la promoción de ascenso a Segunda B. El encuentro se decidió en el minuto 85 con un gol de Mayordomo para el Ribadesella que fue muy protestado, por entender fuera de juego, tanto los futbolistas moscones como el respetable que se daba cita en el Vega de Anzo. Aquel partido se inició el domingo y estuvo en la prensa hasta el jueves siguiente. El lunes los medios cargaban contra el arbitraje por el gol concedido; el martes salió en LA NUEVA ESPAÑA el central moscón Oli, que manifestaba al bueno de Celso que el gol era legal y que él deshacía el fuera de juego. Inmediatamente Celso se puso en contacto telefónico conmigo, y al día siguiente miércoles nuevo capítulo del post-partido con mi agradecimiento a Oli por su gesto tan noble. Yo no sé si aquello influyó o no para que acabada esa temporada la Federación Asturiana tuviera a bien conceder el premio "Gesto Deportivo" en su gala anual al defensa Oli y a un servidor (creo que en lo que a mí toca, generosamente) de modo compartido. Lo que es irrefutable es que Celso sacó punta humana a este hecho en el que confluían deportistas modestos, el futbolista y el equipo arbitral, y salió a favor de la verdad. Así, tal distinción se escenificó donde la Federación dispuso aquella Gala de 2005.

El tercer episodio con Celso fue también gratificante y digno de aplauso para él una vez más, pues rescató el episodio antes citado del Mosconia-Ribadesella y la cola que trajo, ocho años después, en 2013. Una tarde de octubre de ese año Celso me llamó a casa al volver del Instituto y me explicó que estaba trabajando para el periódico en una sección en la que rescataba del baúl de los recuerdos balompédicos conductas del pasado enfocadas desde los valores morales; me volvió a recordar aquella tarde moscona de mayo de 2005, donde la figura arbitral queda rehabilitada por el gesto de nobleza, sinceridad y deportividad de Oli. Celso quería rescatar este hecho porque en esa temporada 2013-2014 Ander Herrera, del Athletic de Bilbao, había reconocido públicamente que intentó engañar al árbitro jugando contra el Getafe simulando un penalti. Los medios nacionales ponderaron al futbolista vasco y Celso "tiró" de archivo para recordarles a todos que en el fútbol patrio nacional y modesto un gesto similar ya había acontecido hacía años. Celso volvió a entrevistarnos para, una vez más, poner de manifiesto que en la vida en general, y en el mundo del fútbol en particular, la honradez, la verdad, prevalece a las múltiples jugarretas, engaños y conductas similares. El espíritu de este nuevo trabajo de Celso era didáctico, pedagógico, subrayando cómo el futbolista profesional es un espejo en el que se miran los niños; que quiérase o no son sus ídolos, sus líderes, cuyas conductas tienen consecuencias para quienes se encuentran en edad de formación, no sólo como deportistas, sino como personas íntegras. Celso en su publicación salía valedor por esos gestos de futbolistas humildes y modestos como Oli. Una vez más Celso lo clavaba, nada nuevo en él; una vez más le felicité cuando me llamó para preguntarme qué me había parecido su trabajo.

Querido Celso, me impresionó el lunes pasado, cuando me enteré, tu fallecimiento. Te vuelvo a decir gracias, como tantas veces hice cuando nos encontramos. Gracias por ser siempre una persona cuyo sello personal me permitía saber dónde estabas, en el compromiso con la verdad, con la humildad, con el respeto proyectando todo ello en tu pasión por el fútbol modesto. Ya no te relajas en ese Pedruño del que siempre me hablabas, ese "descanso del guerrero", ahora, querido Celso, descansas en ese cielo al que invocaba tu hijo David en su carta, ese Cielo nuevo, esa Tierra nueva desde la que a buen seguro nos contemplas. Gracias siempre. Descansa en paz, querido Celso.