En poco más de año y medio, Zinedine Zidane ha pasado de ser un capricho más del florentinismo a un entrenador como la copa de un pino. Al margen del puñado de trofeos que ha instalado en las vitrinas del Santiago Bernabéu, cada decisión de Zizou parece más acertada que la anterior. Y eso que, tras unos primeros meses con el piloto automático, no duda en meter mano para mejorar al equipo. El último ejemplo, la ida de la Supercopa en el Camp Nou. Detrás de los golazos de Cristiano Ronado y Asensio, del indeseable protagonismo arbitral, no puede ignorarse el intervencionismo de un entrenador que no para de crecer.

A Zidane le sale todo, dicho como elogio y no en alusión a la supuesta flor que se le adjudicó en sus primeros pasos en el banquillo blanco. Porque el francés tuvo mucho que ver en el convincente triunfo del Madrid en Barcelona. Privado de Modric por sanción -como ocurrió con muchos titulares la pasada temporada-, hizo de la necesidad virtud. No sólo le sustituyó por Kovacic, sino que convirtió al joven croata en la llave para desnudar al Barça. Kovacic anuló a Messi como nadie lo había conseguido hacer en la historia de los Clásicos: con espíritu de sacrificio, disciplina táctica, vigor, rapidez e inteligencia. Ni siquiera necesitó recurrir a la dureza, al contrario que algunos de sus predecesores.

El de Zidane no fue el típico recurso fácil de los entrenadores que sacrifican a uno de sus jugadores más discretos para anular a la figura del rival. Dado el amplio campo de acción de Messi, la vigilancia obligaba a un reajuste del centro del campo madridista. Zidane lo solucionó moviendo a Casemiro en función de la posición de Kovacic, mientras Kroos tapaba la banda derecha e Isco se escoraba a la izquierda. Kovacic, con la cobertura de sus compañeros, cumplió perfectamente con su misión a costa de un desgaste que le obligó a pedir el cambio a los 67 minutos.

Zidane también lo clavó con la gestión de los minutos de sus estrellas. Volvió a demostrar su personalidad al dejar por segundo partido consecutivo a Cristiano Ronaldo en el banquillo. Y le dio pista en el momento justo, cuando la labor de desgaste de sus compañeros y el 0-1 convertía al Barça en un equipo más vulnerable. Ajeno a los debates sobre la BBC, el técnico sacrificó a Benzema y mantuvo el 4-4-2 con el que el Madrid funciona de maravilla. Y cuando Kovacic dijo basta, en vez de apostar por otro jugador de perfil defensivo envió a Marco Asensio a explotar los espacios en la banda izquierda.

Por todo esto y, lógicamente, por unos resultados incontestables, Zinedine Zidane se ha ganado el reconocimiento general. Con James Rodríguez en Munich y Morata en Londres, ningún jugador de su amplia y contrastada plantilla se ha manifestado contra su política de rotaciones. En parte porque todos conocen su papel en el equipo y se sienten importantes. Y también porque, después de que Cristiano Ronaldo aceptase entrar en la rueda, resultaría extraño que se quejasen los que están uno o varios escalones por detrás.