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Análisis | El crecimiento de la economía española y los factores externos

Vientos de cola para los cisnes negros

Vientos de cola para los cisnes negros

El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha desmenuzado las bases del crecimiento económico español y los resultados dejan en entredicho el discurso del Gobierno acerca de la audacia, profundidad y protagonismo en el despegue del producto interior bruto (PIB) de las "reformas estructurales" (eufemismo que se utiliza para denominar políticas económicas de oferta de enfoque liberal, como reducir salarios y otros costes, recortar el gasto y el tamaño del sector público o desregular actividades para favorecer la competencia). Las cuentas del FMI son estas: si el PIB español creció el 3,2% en 2016, 0,5 puntos resultaron del efecto del bajo precio del petróleo, que aligeró el coste de las importaciones y liberó rentas para empresas y hogares; un 0,5% puede atribuirse a los bajos tipos de interés, inducidos por la política monetaria ultraexpansiva del Banco Central Europeo (BCE), y el 0,4%, a que Bruselas abrió un poco el puño de la austeridad y permitió que el gasto público fuera mayor y con ello su impacto en el crecimiento. Así que como ha escrito el periodista Xavier Vidal-Folch, casi la mitad del crecimiento español (1,4%) vino de fuerzas de origen ajeno al país.

Esos "vientos de cola" fueron particularmente benéficos para España en 2016 por la alta dependencia energética exterior del país (en el caso del petróleo barato) y por el alto endeudamiento privado y público de la economía (en el caso de los tipos de interés). En 2017, los vientos a favor serán más bien brisas. El repunte del precio del petróleo desgastará el superávit exterior (diferencia positiva entre los ingresos procedentes de fuera y los pagos realizados a otros países) obtenido el pasado año (2%, máximo en décadas). Y reducirá el ahorro en costes de familias y empresas. El recorrido de los tipos de interés se agota: el euribor tocará fondo este año según los analistas y los intereses de la deuda pública están subiendo. Y la opción de sacar mayor partido a la depreciación del euro frente al dólar es limitada porque las exportaciones españolas siguen muy concentradas dentro de la UE. Viene por ello una desaceleración, aunque España volverá a crecer más que las otras economías grandes del euro, probablemente en torno al 2,5%, según el consenso de las casas de análisis.

Los números del FMI retratan por vía indirecta que parte del crecimiento español no tiene bases firmes y que persisten serios desequilibrios: una tasa de paro (18,63%) que es aún la segunda más alta de la UE e impropia de un país desarrollado y un nivel de endeudamiento -alto, aunque menguante, en el sector privado, y acelerado en el público- que nos expone a pasar apuros si, por ejemplo, el calendario electoral europeo (comicios holandeses, franceses, alemanes y puede que italianos) alumbrara resultados (victoria eurófoba en Holanda, de Le Pen en Francia...) que pusieran a templar de nuevo los cimientos del euro. O si el imprevisible Donald Trump prendiese algún incendio global.

El ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb acuñó la expresión "cisnes negros" para los acontecimientos impredecibles, rarezas que están fuera de las expectativas normales y que sacuden la economía y la historia, a menudo para mal. Como pasó con la crisis financiera de 2007, que nos cogió por sorpresa. Acaso sí se pueda predecir que el descontento ciudadano con la globalización, la desigualdad creciente y la seducción de los populismos son ahora vientos de cola a favor de los cisnes negros. Quizás por ello el presidente del BCE, Mario Draghi, no quiere ni oir hablar por el momento de replegar el arsenal monetario. Quizás por ello también España y la UE deberían mirar más allá del PIB y gobernar y legislar con la prioridad de conseguir un crecimiento más inclusivo y una sociedad menos vulnerable.

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