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Análisis | El declive demográfico sitúa a Asturias ante su gran reto de futuro

Una tierra de muchos viejos y pocos niños

Una tierra de muchos viejos y pocos niños

En la campaña electoral se habla poco de demografía, pero junto al paro es probablemente el mayor reto al que Asturias se va a enfrentar en los próximos años. Un problema del que depende nuestra supervivencia como región. Nacen pocos niños, tenemos muchos ancianos y, en medio, una población decreciente que está en edad de cotizar y que agrupa a desempleados (92.000) y prejubilados.

Asturias presenta la mayor tasa de dependencia de España. Es un índice que sale de sumar a los menores de 16 años y los mayores de 64, y comparar esa suma con la de la población que se supone en edad de trabajar. Esa tasa queda establecida en el 54%. Es decir, por cada 100 asturianos con edades entre 16 y 64, hay 54 asturianos por debajo o por encima de esa franja cotizable. Son los dependientes del sistema social.

Se requieren ideas novedosas (y a ser posible urgentes) para atajar el declive, que lleva años condicionando la actividad productiva y, en definitiva, las cuentas de la región. Dos municipios asturianos están a la cabeza de España en tasa de dependencia. Taramundi tiene el 92,3% y Pesoz supera el 90%. En ellos, niños y ancianos son casi tantos como la población entre los 16 y los 64 años.

No son Taramundi y Pesoz una excepción, aunque sean los dos casos más llamativos. Otros 16 municipios presentan tasas de dependencia por encima del 70%, y tan solo tres (Oviedo, Siero y Llanera) están por debajo del cincuenta por ciento.

Ya no solo es que perdamos población (el crecimiento vegetativo asturiano es negativo desde hace 35 años). Lo peor es que el derrumbe demográfico se agrava, que el aporte inmigrante no compensa en los últimos años el número de los que se van y que la estructura estadística de población laboral es en muchos oficios casi pirámides invertidas, con poco trabajador joven y mucho trabajador con el horizonte de la jubilación ya cercano.

El principal mensaje político en términos demográficos es que Asturias es una región envejecida. Es verdad, pero en modo alguno es el principal problema. Con las estadísticas en la mano el Principado ocupa sólo el décimo lugar entre las provincias más envejecidas de España. Sin ir más lejos Lugo, Zamora o León tienen una tasa de envejecimiento superior. La más, Orense, con casi el 30% de la población total. En Asturias, por cada cien habitantes hay casi 24 por encima de los 64 años.

La estadística que sí debería preocupar a nuestros gestores es la que resulta de la relación entre los mayores de 64 y los menores de 16. Y ahí Asturias ocupa la primera posición en el ranking español. Y de largo. En números gruesos, por cada menor de 16 años hay dos mayores de 64. No se da en ninguna parte de España y en muy pocas de la Unión Europea. Es la descompensación que nos vuelve vulnerables.

En Castilla y León y en Galicia, por ejemplo, la relación es de 1,8. En el País Vasco, de 1,4, parecida cifra que en Cantabria. Todas tienen tantos viejos como Asturias, pero más niños. Dentro de lo que cabe están en proceso de recambio generacional.

Y aquí interviene otra estadística parcial que asusta: por cada asturiana menor de 20 años hay 2,5 asturianas mayores de 60. La baja natalidad responde a cuestiones sociales y económicas muy concretas. También a aspectos coyunturales como el grado de población inmigrante (que en el Principado no es significativo). Pero además se justifica en términos sociológicos por falta literal de masa crítica.

Con quince concejos asturianos por encima de un 35% de población de más de 64 años, urge un plan integral demográfico que debe apuntar a varias direcciones. La primera, una política activa de fijación de población en el medio rural porque la distancia demográfica entre la Asturias urbana y la Asturias rural se acrecienta día a día. Las inversiones en servicios sociales y en educación se vuelven aquí indispensables.

La segunda tiene que ver con el fomento a la natalidad. Olvidémonos de los muy electoralistas cheques-bebé. Donde se pusieron en marcha (Alemania o Francia) dieron escasos resultados. La idea de Rodríguez Zapatero en medio de la tormenta fue un brindis al sol que acabó en el cesto de los papeles.

El auténtico cheque-bebé hay que entenderlo como una batería transversal de medidas en apoyo de la familia, en cualquier de sus formas: vivienda, trabajo, escuela, conciliación familiar... De su eficacia depende el futuro de Asturias. Paraíso natural y, a este paso, desierto.

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