Elecciones generales 23J

Así gobierna Sánchez: controla la estrategia al milímetro pero deja gestionar a sus ministros

El presidente ha cambiado de equipo en función de sus necesidades pero sin delegar nunca todas sus decisiones políticas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una comparecencia.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en una comparecencia. / José Luis Roca

Marisol Hernández / Juan Ruiz Sierra

Pedro Sánchez acaba de cumplir un lustro en la Moncloa. Las elecciones generales del 23 de julio dictaminarán si permanece más tiempo al frente del Gobierno. Estos años son ya suficientes para certificar un estilo propio de ejercer el poder, que no guarda similitudes con sus predecesores. Todos los presidentes se han enfrentado a enormes dificultades, que han resuelto con más o menos acierto. Pero sólo él, en los momentos más complicados, ha mostrado un instinto de supervivencia tan desarrollado. 

Esa pulsión marcó su trayectoria antes de presidir el Ejecutivo y le ha acompañado todos estos años. Quienes hablaron con él la noche electoral del 28M aseguran que muy poco después de la medianoche ya tenía resuelto que adelantaría los comicios. Sánchez siempre da un paso aunque parezca que no hay el camino y el peligro de mover un pie sea caer al vacío este 23J. Pero no es un líder impetuoso. Al contrario, es un dirigente reflexivo.

Ni resulta impenetrable ni está aislado. Le rodea un núcleo duro al que escucha y que ha ido variando en función de sus necesidades. Su jefe de gabinete, Óscar López, el segundo en Presidencia, Antonio Hernando (aunque ahora es cabeza de cartel por Almería y ya no ocupa este cargo), la vicesecretaria del PSOE y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, el ministro de Presidencia, Félix Bolaños, la portavoz del PSOE y ministra de Educación, Pilar Alegría, el secretario de Organización, Santos Cerdán, y el secretario de Estado de Comunicación, Francesc Vallés

Con este grupo debate sus siguientes movimientos. El presidente se deja aconsejar, oye lo que le dicen y, a veces, busca opiniones fuera de ese círculo. Pero rumia y adopta sus decisiones en solitario, sin compartirlas prácticamente hasta que las ha tomado. El estrepitoso fallo de percepción de Ferraz y de Moncloa, que no intuyó la ola de rechazo al Ejecutivo de coalición que fructificó el 28M, ha desatado la duda de si realmente su equipo no sabe leer lo que piensa la sociedad española o es que no se atreven a decírselo.

¿Le dicen la verdad al presidente?

Empieza a abrirse paso la tesis de que a Sánchez le tienen "miedo" porque el presidente acumula un reguero de cadáveres políticos, precisamente de personas que hasta dos años eran de su entera confianza. La defenestración de José Luis Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo, los primeros con bastante capacidad para ofrecer un criterio político propio, y posteriormente de Adriana Lastra, pesaría en la sinceridad de su órbita actual, según apuntan en la propia organización.

En cambio, quienes vivieron aquella crisis sostienen que existían razones fundadas para los relevos, que no fue un capricho: "Calvo estaba extenuada, después de un año con la salud menoscabada por el covid y su propio papel en el Ejecutivo desdibujado por la presencia del vicepresidente Iglesias". La marcha de Ábalos, añaden, "fue siempre un enigma, que ahora se resuelve volviendo a ser candidato, sin más explicaciones". En el caso de Redondo, después de confiar en él para impulsar la moción de censura y las victorias electorales de 2019, su salida "fue decantándose poco a poco" tras la fallida moción de censura en Murcia, cuya autoría "él siempre negó", y el "ridículo nacional por el efímero saludo entre Sánchez y Joe Biden, que sí que cocinó política y mediáticamente el director de gabinete". 

Aunque da igual quién esté a su lado porque Sánchez siempre tiene las riendas. Si durante un tiempo Iván Redondo fue alguien poderoso en España es porque él se lo permitió. Cada vez que se ha visto en problemas da un golpe de timón, sin que ni los más próximos sean capaces de intuirlo. Esta hegemonía contrasta con la autonomía que concede a sus ministros. Confía en ellos y les deja manos libres. El presidente, aseguran los que han trabajado con él, "se concentra en lo global, en lo estratégico y en la táctica, en la gestión de los Ministerios se mete poco". En cambio, en lo político está pendiente de absolutamente todo. Hasta el punto de ver el vídeo de uno de sus mítines en las redes sociales, darse cuenta de que en la producción han usado un plano nuevo y llamar al director de comunicación del PSOE para decirle que le ha gustado. 

La tensión con Podemos

Sin embargo, su afán controlador se ha topado esta legislatura con un importante obstáculo: el mantenimiento de la estabilidad del Ejecutivo de coalición con Unidas Podemos. Ha tenido que tragar quina para sostener unido el Gobierno. En contra incluso de la opinión de su propio equipo, ha dejado hacer a los ministros morados y en varias ocasiones como con la ley Trans o la del 'sólo sí es sí' ha decantado la balanza a favor de ellos. Estas concesiones también han rebelado a parte del partido pero hasta que Moncloa no percibió el daño electoral de las rebajas de penas de los delincuentes sexuales, el presidente no dio la orden de presentar una reforma legislativa con o sin Podemos. 

El Ejecutivo acaba roto, en lo político y en lo personal, con mucha incomprensión del bloque socialista al 'ruido' constante de Podemos y cierta decepción con Yolanda Díaz porque no se alineara más con ellos. La ruptura ha ido tan lejos que el Gobierno, en septiembre de 2022, votó dividido sobre la adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN. Algo que se repitió después con la ley del sólo sí es sí'. 

Pero para Sánchez hubo un antes y un después en la coalición con la marcha de Pablo Iglesias del Gobierno. La relación entre ellos siempre fue áspera, aunque el bienio de cohabitación les sirvió para conocerse mejor y respetarse mutuamente. Al los dos les tocaba desbloquear los conflictos más serios y han sido muchos. Con Díaz la comunicación ha resultado más fácil y se tienen más estima y confianza. 

El partido, abandonado

La disposición natural del PSOE ha sido intentar imponerse y pasar por encima de Podemos. Los morados no sólo no se dejaron, sino que han hecho constantemente bandera de que las medidas sociales se aprobaban gracias a ellos. El choque entre las dos formaciones ha marcado la legislatura. En el Congreso, los socialistas han mostrado el mismo ánimo, a pesar de su minoría. Han negociado pero entre quejas constantes de sus aliados, que les han reprochado muchas veces llevar las conversaciones al límite y dar por hecho su apoyo porque lo contrario era aliarse con PP y Vox. 

A falta de comprobar qué sucede el 23J, El traje de presidente ha concedido a Sánchez toda la autoridad en el partido. Tras su segunda victoria como secretario general, su llegada a la Moncloa acabó por acercar a los barones más críticos aunque la legislatura no ha estado exenta de reproches de dirigentes como Javier Lambán o Emiliano García Page, sobre todo por los pactos con ERC y Bildu. A pesar de que conoce bien el PSOE el presidente no ha prestado atención a la relación del Gobierno con los territorios socialistas. Los lazos eran muy deficientes con Iván Redondo al frente de su gabinete y, aunque mejoraron con Óscar López, la lejanía de Moncloa ha sido una queja constante de los barones. 

Imagen de dirigente soberbio

En los primeros años, Sánchez se distanció más del PSOE, optó por más fichajes de independientes y el Gobierno operaba de espaldas a Ferraz que, además, no acompañaba al Ejecutivo como refuerzo de su acción política. Esto se pulió, sobre todo con la marcha de Redondo que siempre percibió que "el líder era caballo ganador, con un empuje superior a las siglas históricas del partido", según destacan fuentes cercanas. Con esa idea de que "la locomotora era Sánchez y no su organización política" trabajó en Moncloa hasta su marcha. Junto a él, el periodista, Miguel Ángel Oliver, el primer secretario de Comunicación, y sin carné del PSOE.

En los sucesivos acontecimientos que le ha tocado vivir, la pandemia, la guerra de Ucrania, la negociación de los fondos europeos, de la excepción ibérica, se ha revelado como un buen gestor de crisis, con iniciativa. Pero, la ausencia de padecimiento gratuito, probablemente un elemento crucial del liderazgo, se ha convertido en algo negativo hasta dibujarle como alguien soberbio y deshumanizado. Una proyección que rebaten los más cercanos.

A lo largo de estos años no hizo caso a que esa imagen estaba calando. Y nunca ha explotado una parte de su personalidad -no es rencoroso, es capaz de reconciliarse con personas de las que se había alejado como López, Hernando y el propio expresidente José Luis Rodríguez Zapatero- que le podían haber presentado como un político más sentimental.

En su equipo limitaban el rechazo a su figura a algo estrictamente madrileño. El resultado del 28M demostró que no, que era mucho más transversal. En esta campaña ha optado por combatirlo acudiendo a algunos programas donde más se le ha criticado. En la última semana de campaña sigue en ello. Ahora el 23J dictaminará si llega demasiado tarde.