Oviedo, L. Á. V.

La trama del 11-M es indisociable del tráfico de drogas. La financiación de los atentados y los fines que buscaban algunos de sus protagonistas, como el ex minero avilesino José Emilio Suárez Trashorras, están inseparablemente unidos a las sustancias ilegales. Pero la masacre fue también producto de un clima, el del barrio de El Arbolón y del mundo nocturno avilesino.

Hay que situarse en el primero de esos escenarios, el barrio donde creció Trashorras, atravesado por la calle de Llano Ponte, donde años atrás, en 1989, fue asesinado de forma impune el fotógrafo Alfredo Nuño Rato en un oscuro episodio en el que se mezclan las drogas y la militancia política. El Arbolón es una de las entradas de Avilés, pero también un barrio degradado, que acoge una extraña mezcla de trabajadores y elementos del lumpen, que no siempre ha hecho fácil la convivencia. En los años noventa, los vecinos denunciaron el trapicheo y la inseguridad vinculada a varios bloques de viviendas sociales. El menor G. M. V., «el Guaje» o «el Gitanillo», como le bautizaron los investigadores del atentado, procede de ese ambiente desestructurado, con problemas de absentismo escolar y paro.

Pero ¿y Suárez Trashorras? Puede decirse que creció entre algodones. Sin embargo, se cruzaron por el medio la enfermedad mental y el consumo de drogas. Quiso entrar en el Ejército, sin éxito, y su padre le buscó acomodo en una mina, a 60 kilómetros de Avilés, en el límite de Belmonte y Tineo. Trabajó poco tiempo allí, lo justo para terminar jubilándose por enfermedad mental. Esto le proporcionó dinero suficiente para vivir holgadamente y aficionarse, como él mismo reconoció alguna vez, a los vicios caros, como la coca, el alcohol y los coches caros. Poco antes de los atentados, como reconoció su ex mujer, Carmen Toro, llevaba una doble vida.

Por un lado, con su cuñado Antonio Toro, era capaz de gastarse millonadas en el club de alterne Horóscopo, mientras su mujer tenía que trabajar nueve horas como guarda de seguridad en una gran superficie avilesina. Terminó trapicheando con todo lo que había a su alcance, y eso incluía la dinamita, que, según el fugado José Ignacio Fernández Díaz, «Nayo», llegó a ofrecer a la banda ETA, aunque Trashorras, que se declara de derechas, niega cualquier relación con los terroristas.

Luego, a través de Rafa Zouhier, una amistad de la cárcel de su entonces cuñado, se cimentaron las amistades peligrosas del avilesino, como Jamal Ahmidan, al que terminaría entregando la dinamita del 11-M, posiblemente en pago a una deuda de drogas.

En los barrios del sur de Avilés Trashorras se rodeó de una cohorte de jóvenes sin mucho más horizonte que las juergas y el consumo de drogas. Jóvenes que, como Iván Reis y Sergio Álvarez, de los barrios de Las Vegas (Corvera) y Villalegre, con no menos problemas que El Arbolón, terminaron enredados en una tela de araña que les llevó finalmente a la cárcel. Para pagar sus deudas de drogas, estos jóvenes con empleos mal pagados, alejados de la protección familiar, accedieron a transportar a Madrid la dinamita que haría saltar los trenes, no sin que mediasen las amenazas, pistola en mano, de Antonio Toro y su mano izquierda, Ricardo Gutiérrez. Un precio demasiado alto por unos porros.