Cuando allá por junio de 1992 el juez gallego Luciano Varela hizo la alabanza de su colega Baltasar Garzón ante el público del Club Faro de Vigo, ninguno de los dos podía imaginar que casi veinte años después el presentador de entonces se convertiría en instructor y el conferenciante en encausado. Tanta era la familiaridad entre los dos magistrados que Varela llegó a bromear sobre su condición de «presentador oficial» de Garzón, tras servirle de telonero en casi todas las charlas que el juez de la Audiencia Nacional dio por aquella época en Galicia.

El destino ha vuelto a unirlos ahora en el mucho menos relajado ámbito del Tribunal Supremo, donde Varela ejerce de instructor de la causa que se sigue contra su colega y antiguo amigo por un presunto delito de prevaricación. A diferencia de lo que ocurrió con Humphrey Bogart y el policía de «Casablanca», éste bien podría ser el final de una vieja amistad que tan buen principio había tenido.

Adscritos ambos a la parte progresista de la judicatura, Varela y Garzón parecían coincidir en no pocos aspectos de su trayectoria. Si el juez gallego era -y es- un señalado miembro de Jueces para la Democracia, Garzón alcanzó también fama por la exitosa persecución internacional de tiranos de extrema derecha como Augusto Pinochet o el encausamiento del mismísimo general Franco y treinta de sus secuaces bajo la acusación de haber elaborado un «plan de exterminio» de sus oponentes que dejó, entre otras secuelas, un total de 100.000 personas desaparecidas.

Paradójicamente, este último es el caso que va a sentar en el banquillo a Baltasar Garzón. Entiende el instructor Varela en el auto con el que se abre la vía al procesamiento de su colega que éste se excedió al admitir la denuncia presentada contra el régimen franquista por la Asociación de la Memoria Histórica. A su juicio, Garzón fue consciente en todo momento de su falta de competencia sobre un asunto saldado ya por la amnistía y, a mayores, no dudó en calificar su iniciativa de «artificiosa» y en atribuirle el desconocimiento de «principios esenciales del Derecho Penal».

Para acentuar las aparentes incongruencias de este caso, la corporación progresista de Jueces para la Democracia -a la que Varela pertenece- salió en defensa de Garzón, mientras la conservadora Asociación Profesional de la Magistratura echaba su cuarto a espadas a favor de la instrucción «escrupulosa y regular» hecha por el juez gallego.

Más que en la política, la explicación bien podría residir en el muy distinto perfil de los dos jueces ahora enfrentados en el foro. Aunque los dos gasten fama de progresistas, tampoco es menos verdad que Varela se ha labrado una reputación de jurista técnico y hasta puntilloso, en contraste con un Garzón al que sus oponentes -y algunos que en teoría no debieran serlo- atribuyen cierta tendencia a la prisa y al descuido en la instrucción de los sumarios.

Muy diferente resulta también la actitud de uno y otro ante los medios. Varela no es exactamente el discreto juez de provincias que pudiera sugerir su larga estancia de 23 años en la Audiencia de Pontevedra, como acaso pruebe su papel de redactor de la ley del Jurado y la notoriedad que le proporcionaron su activa contribución a Jueces para la Democracia y la inusual costumbre de redactar sus sentencias en gallego. Pero tampoco parece en modo alguno un hombre al que seduzcan los focos de la tele.

Nada tiene que ver, desde luego, con un Baltasar Garzón que ingresó y tal vez inauguró por voluntad propia la galaxia de los llamados jueces-estrella. Un juez que no dudó en aprovechar la popularidad que le habían proporcionado las cámaras para subirse al tren de la política con billete de ida y vuelta como candidato escolta de Felipe González en las elecciones de 1993. Bien pudiera ocurrir que aquella experiencia en la que Garzón cambió el foro por el mitin sin alcanzar -pese al desgaste de imagen- los objetivos que al parecer se había propuesto abriese ya entonces los desencuentros con su antiguo presentador de conferencias.

No parece en todo caso que se trate de una cuestión personal, sino más bien de una diferencia de carácter entre los dos magistrados a los que el destino ha situado ahora frente a frente. Más allá de lo próximas que estén sus convicciones ideológicas con las de Garzón, Varela pasar por ser un juez técnico y meticuloso al que no inquieta el hecho de que la denuncia contra su colega haya sido presentada por una organización de la derecha tirando a extrema. Poco importa que el conferenciante al que hace años presentaba en distintos auditorios considere una «burda represalia» la acusación formulada por Manos Limpias si de ella deduce -como se desprende de su reciente auto- que a su juicio existió prevaricación.

Lo cierto es que, dieciocho años después de compartir con Garzón la silla de conferenciante, Varela acaba de sentarlo ahora en el banquillo. Para bien y para mal, son dos jueces predestinados a encontrarse.