Golpe de efecto u órdago a la grande, depende del grado de credulidad del analista, el acuerdo sobre la fecha y las preguntas de la consulta catalana, fraguado esta semana por los partidos del frente soberanista (CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP), supone, antes que un paso más, el penúltimo, en el desafío al Gobierno de Rajoy, un año de prórroga para Mas al frente del Gobierno que lanza el desafío.

El acuerdo era imprescindible para que CiU pudiera sacar adelante los Presupuestos autonómicos de 2014, que la próxima semana se habrían quedado en el tintero del Parlament de no haber cedido Mas a la exigencia de ERC de incluir la palabra "independencia" en la pregunta -al final, preguntas- de la consulta. Pero, como esa exigencia era contraria a los deseos de Unió y de ICV -confederalista y federalista, respectivamente-, hubo que anteponer una pregunta filtro que deja en el limbo la opción que cabe elegir si no se desea que Cataluña sea un Estado, aunque se intuye que no sería otra que seguir como hasta ahora.

Sesgadas y ambiguas, las preguntas son el reflejo del deseo de los promotores del referéndum de obtener el "sí" a toda costa, sin perjuicio de que también sean la prueba más palmaria de sus prisas. Sobre todo, en los casos de Mas y Junqueras: el primero, porque de ello dependía la continuidad de su Gobierno, que ERC había amenazado con dejar caer si no había acuerdo sobre la consulta antes de final de año; el segundo, porque cuanto peor le vaya a Mas -cuanta más prisa tenga, cuanto más improvise-, mejor le irá a él.

Cuanto más se desgaste el líder de CiU, más disponible estará el de Esquerra para darle el relevo y acabar de rentabilizar un proceso político que ha sabido capitalizar sin moverse de los bancos de la oposición. Incluso ahora, cuando Mas ha cumplido lo pactado y ya hay fecha y doble pregunta para el referéndum, Junqueras se resiste a entrar en el Gobierno y sugiere que sólo lo hará si ello contribuye a afianzar el proceso soberanista.

Lo que es tanto como decir que quiere para ERC la Vicepresidencia y la Consejería de Interior, ambas en manos de Unió, su enemigo dentro del tripartito. O lo que es lo mismo: la implosión de CiU como partido. Una opción que nadie descarta ya, ni siquiera Duran.

El líder democristiano, único depositario del "seny" catalán, es realista por naturaleza, y con la misma lucidez con que ve que Mas se ha dejado secuestrar por Junqueras para no tener que levantarse de la poltrona -o porque quiere ser el primer presidente de la Cataluña independiente, quién sabe- ve también que el acuerdo rubricado el pasado jueves es pan para hoy y hambre para mañana.

La consulta no se celebrará, y no tanto porque el Gobierno vaya a impedirla como porque, a sabiendas de que lo hará, Mas se ha cansado de repetir que la quiere legal o "tolerada". ¿Quiere eso decir que no la quiere? No; quiere decir que la quiere -y más, si cabe- porque sabe que no se va a celebrar; porque su prohibición estimulará el victimismo y exacerbará aún más los ánimos: justo la parte del problema que Rajoy se niega a ver cuando se parapeta tras la Constitución y reclama a Mas lealtad institucional.

El camino más seguro para alcanzar la independencia es que esta primera andanada fracase, pues vendrán otras, quizá ya con ERC en el Gobierno, y eso dará tiempo a que las generaciones más jóvenes -las más desafectas al Estado autonómico, las que son fruto del sistema de inmersión lingüística y de treinta años de simposio "Espanya contra Catalunya"- crezcan hasta copar el censo electoral.

Es en este caladero donde ERC espera pescar los votos necesarios para hacer realidad su proyecto independentista. Sin embargo, como sabe que aún no hay bastantes peces, no quiere ni oír hablar -no todavía- de elecciones plebiscitarias. Todo lo contrario que Mas, que sufre las prisas propias de quien ve agotarse su capital político y, con tal de seguir al frente de la nave, acepta, paradójicamente, el riesgo de liquidarlo del todo en las urnas.