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El voto continuo

El voto continuo

Con el gusto de la historia por los vaivenes, la democracia de urna continua ha llegado para acabar con la constricción de la participación ciudadana a las elecciones periódicas. Ahora se impone la ecuación de "a más voto más democracia", lo que incluye la consulta incesante como mecanismo de toma de decisiones, que amenaza con encoger la democracia representativa a sus límites más reducidos.

Lo que sabemos de esas consultas -que proliferan, por ejemplo, en una aparente apertura de los partidos a la militancia- es que en la práctica totalidad de los casos las gana quien las convoca. Aceptada la excepción de David Cameron, cuya derrota es un justo castigo por el uso torticero de un referéndum para resolver los problemas domésticos de los conservadores británicos, esas llamadas a las urnas son trajes cortados a medida para reforzar a sus promotores. Unas veces el truco está en la forma de preguntar y otras en la forma de evaluar la contestación, pero siempre parte con ventaja la respuesta que más conviene a quien manda.

Cuando eso ocurre, lo que se presenta como una profundización de la democracia se limita en realidad a un mecanismo suplementario de imposición de los gobiernos. Por ello, urnas, las justas y referendos en casos bien justificados, con las reglas claras y ponderadas acorde con la decisión que se somete a la ciudadanía.

La reducción de la democracia al ejercicio del voto continuo deriva en un empobrecimiento político equiparable al monolitismo sordo que se pretende combatir. La mejora de la calidad democrática consiste en ampliar al máximo el conjunto de derechos ciudadanos, sin focalizarlo todo en el de sufragio. Sin embargo, no son tiempos de finura que ponga la política a la altura de la complejidad de la sociedad, carencia que comparten tantos los nuevos como los viejos partidos. Y así se impondrá esa visión elemental de que todo en democracia debe pasar por las urnas, desde las farolas del barrio hasta la política exterior.

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