Cuenta Jorge Vestrynge que en sus tiempos de Alianza Popular Manuel Fraga le confesó que a Cataluña no había que tratar de seducirla, porque al fin y al cabo, el Principat era "tierra conquistada". Quizá las opiniones de Mariano Rajoy no disten mucho de las de su mentor, aunque las disimule algo mejor. La pregunta que cabe hacerse es, ¿y si el agresivo nacionalismo español de las derechas fuese paradójicamente la principal amenaza para la unidad de España? Un breve repaso a la historia de Catalunya parece indicar que cada ofensiva del nacionalismo español por "españolizar" Cataluña, por la vía del "ordeno y mando", ha acabado robusteciendo la identidad catalana. Pasó con la dictadura de Primo de Rivera, supresor de la modesta Mancomunidad de Cataluña, perseguidor de la lengua catalana y hasta de las sardanas. Tras ocho años de feroz anticatalanismo, Esquerra Repúblicana de Catalunya, arrasaba en las elecciones de abril de 1931 y proclamaba el Estado catalán de la futura República federal española. Otra dictadura, más larga y más implacable, suprimiría cuatro décadas la autonomía catalana. Sin embargo, el rechazo a la represión franquista desarrollaría y expandiría el mismo sentimiento de catalanidad que se pretendía extirpar.

El actual proceso independentista, no lo olvidemos, tiene en parte su origen en otra ofensiva de una derecha más preocupada por los votos que por la convivencia o el encaje territorial. En 2005, tras perder las elecciones, el mismo PP, que cuando hizo falta, habló catalán "en la intimidad", hace del anticatalanismo su principal bandera electoral, iniciando una cruzada contra el nuevo Estatut. Un Estatut fruto de delicados consensos y equilibrios, capaz de unir a nacionalistas y no nacionalistas en torno a una lectura federalista de la Constitución. El resultado de la ofensiva es conocido. El Tribunal Constitucional, de mayoría conservadora, tumba el Estatut. Las cartas están servidas para que el independentismo catalán, por entonces minoritario, presente la sentencia como una agresión de "España" al pueblo catalán. La crisis económica, el malestar social, la mayoría absoluta del PP, y la necesidad de reinventarse de un político neoliberal y corrupto, Artur Mas, harían el resto. En 2013 el sentimiento independentista se disparaba a máximos históricos.

El 18 de septiembre de 2014 Reino Unido dio una lección de democracia al mundo con el referéndum escocés. Laboristas y conservadores no dudaron en fajarse en la campaña para lograr una mayoría a favor de la unión. Lo consiguieron. Hoy toca en España hacer algo parecido. Tanto las encuestas como la doble victoria de En Comú Podem en las elecciones generales, apuntan a que una mayoría de la sociedad catalana puede estar dispuesta a querer seguir en España, pero no porque se lo impongan, sino porque lo decidan libremente en un referéndum con garantías. Esos millones de personas deberían ser nuestros aliados y aliadas en la construcción de un país compartido, más democrático, más moderno, más justo, y seguramente sin monarquía. Enviar a la Guardia Civil a cerrar colegios electorales no parece la mejor forma de construir complicidades, excepto si lo que se busca es justo todo lo contrario. Perpetuar una tensión territorial con la que los partidarios de la "mano dura" pretenden hacernos olvidar años y años de "mano blanda" con corruptos y corruptores.