Me levanto de sábado no muy temprano y nada más encender el móvil me aparece un mensaje de Junquera: «Falleció Dioni». Me quedé helado. Lo último que sabía, por Lola, era que te habían puesto un marcapasos y que ibas bastante bien. No salgo de mi asombro y no dejo de pensar en la muerte y recordar que me decías «yes un cagón», «háblente de alguien que tien no se qué y ya lo tienes tú, ja, ja, ja, ja...».

Te contaba que no era a la muerte en sí, a la que temo, sino a la forma, y cada día me reafirmo más en ello y me da que pensar en lo mal que lo pasan los viejinos cuando les llega el momento, y de manera especial los que están solos.

Lo tuyo es anormal, joven y rodeado de gente que te quería: Lola, Marina, David, etcétera, pero ¿y llegar a los 80 un poco tocado del ala y sin nadie que te mime?

De ahí que muchas veces me sorprendas hablando con mi güela; y, mira, ahora que estarás cerca de ella voy a presentártela, de paso charro un poco con ella, se llama Adela.

Hola abuela: ésti ye Dionisio, ye buen chaval, enséñale un poco a andar por aquí y si hay algún sitiu en donde tomar un culín va presta-y. A mamá ya la conocía, dale un beso de mi parte y espero también que se haya adaptado a ese lugar hacia donde ya quería irse hace unos cuantos años, todo lo contrario que Dioni.

Me acordaba de vosotras porque no acabo de entender la posición de los políticos, de una u otra tendencia, en torno a las personas mayores.

Tu hija, porque tuvo la inmensa fortuna de contar con tres hijas que a turnos, como en Ensidesa, no se apartaron ni un instante de ella, de lo contrario no me quiero imaginar sus últimos 15 años.

¿Cómo es posible que, a sabiendas de que todos sin excepción vamos pasando por ese período de oxidación que inexorablemente nos conducirá a la muerte, los políticos mantengan pensiones de 240 o 300 euros?

¿Cómo es posible que tras toda una vida de trabajo permitan que una persona en sus últimos años no tenga un vida digna, con un sueldo que le permita vivir tan desahogadamente como para poder contratar un par de asistentas si fuera necesario?

No sabes la pena que siento cuando veo, en la calle, señorinas rebuscando en la basura, no son rumanas precisamente, y que notas que están a punto de su último telediario.

¿Por qué obrarán así aquellos que tienen en sus manos el cambiar la situación?

¡Ay, Danielín! Ya te lo dije alguna vez, «eres un poco inocente», y te voy a contar algo que me decía tu güelu Benjamín. Me contaba que en aquella época, haz más de 50 años, llegaba de visita un ministro y su secretariu a Gijón y fueron al Hogar de San José, escucharon las peticiones del director que, para un mejor funcionamiento del colegio, pedía 200.000 pesetas de ayuda, pa tapar unes goteres, pa utensilios de cocina y pa libros. El ministro habla en voz baja con su secretario y le dice: «Apunte 100.000 pesetes», creo que van sobrados. Más tarde visitan la cárcel provincial y el director les pide una ayuda económica de dos millones de pesetas. Los presos exigen mejoras como una sala de juegos, ping-pong; billar, futbolín, etcétera, sala de gimnasio y masajes con piscina incluida y una sala de cine para poder ver los últimos estrenos. El ministro se vuelve a su secretario y le susurra: «Apunte, 6 millones pa esti proyecto».

Cuando regresaban a Madrid el secretario, un tanto extrañado y tras darle muchas vueltas al tema, se atreve y pregunta: «¿Perdone, señor ministro, ¿por qué a los chavalinos del colegio que piden 200.000 pesetas les subvenciona con tan sólo la mitad y, sin embargo, a los chorizos de la cárcel les da el triple de lo que pedían?». «Ay, Bernabé, qué iluso es usted, ¿acaso cree que usted y yo volveremos alguna vez al colegio?».

Pues esto es lo mismo, los que mandan, ninguno se va a jubilar con 30.000 pesetas al mes, de ahí que no les preocupe en absoluto las penalidades de la gente mayor, cuya mayoría malvive pidiendo irse cuanto antes de esi mundo.

Yo fui afortunada con mis hijos y tu madre con los suyos, especialmente con las hijas, pero la mayoría nadie mira para los viejos y ya les pesará cuando les llegue su momento porque ya sabes, «a cada gochín-y llega su sanmartín», y el final es igual pa todos.

Otra vez más creo que tienes razón. Hasta otra, abuela, y cuida de mamá y de Dionisio, ¿vale?

Daniel Rodríguez, Radio Gijón COPE.