Cuca ALONSO

Son casualidades de la vida, pero este Alberto Cortina es singular en todos los sentidos; aparte de no llevar a su lado un cómplice del mismo nombre, tampoco se guarece de la lluvia con una gabardina de línea inglesa, sino que, desplegando un enorme paraguas, cobijó en él a su única esposa de toda la vida: María Teresa Arredondo. Tampoco parecen importarle demasiado las operaciones bursátiles, aunque el dinero ha pasado por sus manos con un fluir generoso y constante. Autodidacta de la vida, ¡qué bien ha sabido aprovechar su puñado de talentos!... hoy es un auténtico triunfador que no mide la proporción de sus éxitos a través del capital, que probablemente tenga, sino de las relaciones humanas; los cientos de amigos que no han perdido su referencia pese a los años transcurridos. Amigos de verdad, no de los falsarios que dice el tango, «cuando uno está en condición/ tiene amigos a granel,/ pero si el destino cruel/ hacia un abismo nos tira,/ vemos que todo es mentira...». Alberto Cortina es una de esas personas que nos hacen rescatar del vocabulario español un término casi olvidado: bonhomía.

Alto, fuerte, e inteligente, quizá lo más sorprendente de su personalidad sea ir descubriendo, a través de sus palabras, la enorme sensibilidad que atesora; tiene alma de poeta. Hijo único, nació en 1931 en Carrandena (Colunga), una aldea situada en las laderas del Sueve, próxima a Libardón, en la que apenas quedan vecinos. Tras cursar estudios en el colegio de los Hermanos La Salle, a los 16 años se trasladó a Gijón, solo, quizá huyendo de un hogar roto por la separación de sus padres. Su carrera laboral se inició en el Sanatorio Covadonga, como enfermero, sin dejar nunca de lado su gran pasión: el juego de pelota vasca.

-Pese a su nombre, la honradez se le presupone...

-Son cosas que no entiendo. Yo he sido muy amigo de José María Cortina Mauri, que fue ministro de Asuntos Exteriores. Lo conocí en Montevideo, cuando estábamos jugando el Campeonato del Mundo de pelota vasca. Era un hombre serio, riguroso, cabal, un vasco 10, aparentemente nada que ver con su hijo. Recuerdo que don José María se sentía como pez en el agua porque, entre otras cosas, la embajadora de España en Uruguay era de Guernica.

-¿Qué o quién le sacó de su trabajo en el sanatorio?

-Nada ni nadie porque en realidad no me he ido nunca. Sigue siendo mi casa, adoro a todas y cada una de las monjas, empezando por la hermana Margarita, que fue superiora, la hermana Presentación, la hermana Olga... El sanatorio supuso el gran escape de mi vida, y yo fui su alma. Si tengo la desgracia de enviudar, me voy a vivir con ellas al día siguiente. Soy respetuoso con la Iglesia, de la que soy hijo aunque no practique.

-¿Sus responsabilidades clínicas fueron evolucionando?

-Sí, primero obtuve el título de ATS, que hoy equivaldría a enfermero titular, para lo que fue preciso que antes terminara el Bachiller. Posteriormente entré en el equipo de anestesistas. Había decidido estudiar Medicina cuando se produjo un cambio sustancial que me obligó a modificar mis planes. Las anestesias comenzaron a aplicarlas médicos especializados que iban a dejarme fuera, así que consideré que ya era tarde, había perdido mi autobús. Durante varios años seguí colaborando con Colunga, Iglesias, Noval, Lozano, Lambás...

-Continuaba practicando la pelota vasca. ¿Dónde se inició?

-En Colunga, en el Colegio de La Salle había un frontón y era el deporte que despertaba más entusiasmo. Es una práctica dura y difícil y, al contrario que el fútbol, que le das un balón a un chaval y éste se las arregla, la pelota vasca precisa de un profesor durante mucho tiempo. Aparte, las instalaciones son caras, y el material también, por ser artesano. Al Mundial van doce especialidades de pelota vasca: pala, remonte, cesta punta, trinquete... Pero la madre de todas es la mano.

-¿En Gijón dónde practicaba?

-En el Grupo Covadonga, incluso participamos en el Campeonato de España. De pronto me vi como presidente de la Federación Asturiana. Era un primer paso porque a continuación mis compañeros se empeñaron en que me presentara a la Española. Tuve como adversarios a Enrique Bilbao y al general Sagardoy, pero gané fácilmente. Fui presidente de la Española durante doce años, y vicepresidente de la Internacional, otros diecisiete.

-Imposible seguir anestesiando...

-En efecto, porque en un viaje que hice por el Sur, ajeno al deporte, conocí a los distribuidores de Ginebra Rives, y me ofrecieron representar la marca en Asturias. No tenía ni idea de estas cuestiones, pero como dominaba Gijón, acepté. Fue un éxito total, al que siguió el whisky JB; pero mi vida estaba resultando demasiado dura al simultanear este trabajo con el sanatorio y el deporte. Tuve que optar por el abandono de las anestesias antes de asumir la Federación. Reconozco que he sido un personaje dentro de la pelota vasca y con ella viajé por todo el mundo.

-¿Ya casado?

-Sí, tenía 40 años cuando me casé con María Teresa; la conocí a través de su padre, José Arredondo, un médico dermatólogo de muy grata memoria. A las mujeres les gustan los hombres golfos, tiernos y espléndidos; yo he sido así.

-¿Muchas muescas en la culata de su revólver?

-Algunas... Tuve aventuras, pero siempre de buen rollo. Teresa me dio tranquilidad y estabilidad; desde pequeño había sido una máquina de ganar dinero y de gastarlo, pero ella me moderó. No hemos tenido hijos, así que seguimos dóciles a la ley de la vida. En compensación hay muchos niños a nuestro alrededor, hijos de los amigos, que constituyen nuestra auténtica familia.

-¿La pelota vasca no está muy localizada en una autonomía concreta?

-No sólo se practica en el País Vasco, sino que se extiende a Navarra, la Rioja, el País Vasco francés, y, en menor medida, por toda España. Dicen que es de origen egipcio, pero quienes la dieron a conocer al mundo han sido los vascos. Los partidos siempre se juegan por la mañana, y las finales al mediodía. Antes, a las 12, baja a la cancha un sacerdote acompañado del presidente, y se reza el ángelus. Esto, aún hoy, forma parte de la liturgia de la pelota vasca; sus jugadores son gente muy costumbrista.

-No siendo vasco, ¿nunca sintió en la nuca el aliento de la discordia?

-No, porque fui un presidente aglutinador, y los que más deseaban mi presencia eran los propios vascos, ya que entre ellos no se llevaban demasiado bien. Entendían que yo era el hombre adecuado para propagar este deporte y me apoyaron siempre, como mandatario y en el terreno personal.

-¿Cuánto tiempo lo practicó?

-Hasta los 50 años. De niño jugué con la mano y de mozo con pala corta. Cuando ganamos el Campeonato de España formé equipo con Puchi, Joaquín, Miguel Ángel, Miguel Villaverde... Asturias se convirtió en una provincia importante de pelota vasca. Vino un pelotari extraordinario, Alberto Ancizu, que se enamoró de Gijón y aquí sigue, pese a ser de Pamplona. Es como un hijo para mí.

-Profesionalmente, ¿qué le retribuía la pelota vasca?

-Cariño, relaciones humanas, prestigio, satisfacciones personales, conocimiento del mundo, pero ni un duro; al contrario, me costó un montón de dinero que con mucho gusto volvería a derrochar. Yo seguía con mi empresa de distribución, creciendo de modo espectacular. Era un trabajo que desconocía, pero descubrí que encajaba perfectamente con mi personalidad. El whisky JB fue la bomba. Luego vinieron las bodegas Muga, el pacharán Baines, las bodegas Luberri, que han ganado el premio nacional de maceración carbónica 2008, el cava Llopart, blanco y rosado, del Penedés, extraordinarios, y otras marcas. También trabajamos algo de alimentación, el foie de las Landas...

-Sigue usted al pie del cañón.

-Sí, aunque tengo unos comerciales estupendos y un administrador, José Manuel del Valle, genial. Trabaja conmigo desde muy joven y no sé qué haría sin él.

-¿Qué le supuso Gijón?

-Todo, me enamoró. Soy un hombre de Gijón hasta el absurdo, ciego de mi ciudad. Hace años, cuando estaba solo, sentía que me acompañaba el ambiente, hasta su olor. Quiero morir en Gijón media hora antes que Teresilla. Y amo al Sporting a muerte, deseo de todo corazón que regrese a Primera. Me gustaría decirles a los gijoneses que no han tenido la suerte de viajar como yo, que Gijón atesora una deportividad y un entusiasmo que no hay en ninguna otra parte. Quizá lo promueva la playa, tan hermosa que constituye una cancha natural, gratuita, enorme y preciosa; la playa ha hecho de Gijón una ciudad deportiva.

-Tenemos nuevo presidente en el Real Grupo Covadonga...

-Conozco a Quique Tamargo desde muy joven, y he participado en su campaña de modo activo. Es un chico estupendo, deportivamente perfecto; puede ser un presidente absolutamente representativo de lo que quiere la masa social, y a su vez desprovisto de lo que sea ajeno al deporte. Estoy seguro de que lo hará muy bien. El Grupo es un orgullo para Gijón y ha de seguir fiel al proyecto exclusivamente deportivo del señor Cifuentes, el fundador. En caso de cambiar yo me daría de baja, pese a ser socio desde 1948.

-Un deportista como usted, ¿cómo asume la edad?

-En el último tramo de mi vida juego al golf decentemente y con ilusión. Mi vida sin deporte no se entiende. Y colaboro con un albergue de animales abandonados, «San Francisco de Asís», en Venta las Ranas, tres veces por semana.

-Tanto que ha tratado a los vascos...

-Son un pueblo estupendo, simpático, cariñoso, trabajador y sano; respetan la vida, la música, el deporte. Volverán a ser lo que fueron, seguro, por el bien de ellos y de los que los queremos.