Cuca ALONSO

Estamos ante un señor de pelo blanco, no en vano acaba de cumplir 80 años, amable, jovial y hablador, diríamos que a primera vista es el prototipo de un venerable abuelo, aunque las apariencias engañan muchas veces. Servidora ha navegado ya por los mares más variados, y como en la mar, sabe que nunca debemos confiarnos. En este caso, a fuerza de remar contracorriente fui descubriendo todo un «renard argenté»; en francés suena más elegante y, sobre todo, quita dureza a una expresión que pretende ser cariñosa. Vamos a ver, hay personas, pocas, que acceden a ser entrevistadas, pero negándose a hablar de sí mismas. En tal caso hay que establecer ciertas bases, «considere usted, señor mío, que es imposible entablar un diálogo con alguien que existe sólo como voz en off; hace falta un sujeto con cuerpo y entidad». Esto era únicamente el principio de la lucha, ¿y al final qué pasó? Juzguen ustedes.

-A sí mismo, ¿cómo se definiría?

-Soy lo que pienso, y como ciudadano me considero una parte pequeñísima del entramado de la vida humana.

-Parajón Posada, o sea PP. ¿Vota usted al Partido Popular?

-No obligatoriamente; las raíces de mis pensamientos son los derechos humanos sin distracción. Para mí no hay derechas ni izquierdas, sino una constante reivindicación de equidad.

Emilio Parajón nació en Lieres en febrero de 1928, el mayor de tres hermanos. Sus estudios en el Seminario de Oviedo concluyeron con su ordenación sacerdotal. «Me fui al Seminario en contra de la voluntad de mi padre; él era minero y consideraba a la Iglesia como una aliada del capital. Hoy me da pena haberme enfrentado a él, sobre todo después de saber lo que supone un hijo». Ejerció su ministerio en las parroquias de Turón y Pendueles antes de viajar a América. Allí, como cura obrero desplegó toda clase de actividades -soldador, tornero, peluquero...- haciendo promociones en los barrios más pobres, en las favelas, en las villas miseria... «De Buenos Aires nos expulsó el Obispo porque nuestra labor era social, no proselitista».

-Así que un cura rojo...

-Sí, estuve en ese bando. La defensa de los derechos sociales nos situaba en contra de unos pocos que nos veían mal. A los 40 años dejé el sacerdocio. Vivía en Madrid y para sobrevivir me puse a descargar fruta en el mercado de Legazpi, al mismo tiempo que estudiaba Magisterio en la Escuela Normal. Tuve suerte porque, de acuerdo con mi expediente, conseguí el ingreso directo en el cuerpo y me dieron plaza en un colegio de Móstoles. En determinado momento vi que corría peligro mi empleo, y durante un tiempo solapé mis actividades subversivas contra el régimen de Franco; me puse a estudiar Medicina.

-¿Acabó la carrera?

-No, la seguí durante tres años, y al dejarlo quedé en ATS. Alternaba la docencia con el trabajo en el Hospital de la Paz. Varios años más tarde, siendo ya director del mismo colegio de Móstoles, y Javier Solana ministro de Educación, entré a formar parte, como coordinador, de un grupo asesor de drogodependencia organizado por Educación.

-¿Tenía experiencia en esa lacra?

-Era un fenómeno nuevo y nos estábamos preparando para afrontarlo, de manera que volví a tener en la mano una herramienta de vida, de salud en un concepto muy amplio; biológica, psicológica, social... Y supe que la salud del planeta es mi propia salud.

-¿Y sus pensamientos, por dónde derrotaron?

-Espiritualmente sigo viviendo el don del sacerdocio, aunque no estoy de acuerdo con la jerarquía eclesiástica. En el orden personal, me he casado dos veces. Tuve una esposa estupenda que me dio un hijo digno de ella, muy brillante en sus estudios; es neurocirujano. He vivido una enorme riqueza al descubrir lo que significa la compañía de una mujer. Incluso su enfermedad me abrió el camino de una ternura muy especial. Cuando ella falleció sentí un vacío enorme. Posteriormente, en un viaje a Buenos Aires conocí a una viuda con la que contraje nuevo matrimonio.

-¿Se deduce que Gijón ha sido el destino elegido para su jubilación?

-En efecto, vivo aquí desde hace 15 años, al cumplir los 65. Enseguida me enredé en varias causas, asociación de vecinos, asociaciones de padres... Son instrumentos de participación ciudadana. He colaborado en el Proyecto Hombre atendiendo a chicos que no tienen el Graduado Escolar; por lo menos, si buscan trabajo... También con los objetores de conciencia, muchachos de lo mejor, incluso algunos colaboran de forma voluntaria en obras sociales, y con los que he entablado amistad, como es el caso de Roberto Quiroga, mediador de «A pie de barrio».

-¿Qué es «A pie de barrio»?

-Una red social para la promoción de la salud. Durante tres años he sido presidente de la Asociación de Vecinos de La Arena. Había surgido el problema del «botellón», y la gente protestaba por el comportamiento de los chavales. Los responsables vecinales de entonces decían que si aquello era el Bronx, que si era necesaria más Policía... Cada fin de semana acudían chicos pertenecientes a otras entidades -Conceyu de la Mocedá, Abierto hasta el amanecer, Siloé...-, para tratar de solucionar el problema, mezclándose entre ellos. Cuando asumimos nosotros la junta pensamos en cambiar el sistema; yo tenía mucha experiencia en cómo abordar los problemas de la droga, y el mayor no era que molestase a los demás, sino la salud de esos jóvenes. Llamamos a los líderes de los grupos de ayuda e hicimos un proyecto de intervención social.

-¿Con buenos resultados?

-En principio se generó una red social al incorporarse otras asociaciones vecinales que sufren dificultades parecidas.

-¿En qué se basaba dicha intervención?

-No más policías, sí más educación, con educadores en la calle para hacer seguimiento a adolescentes en alto riesgo, aunque esto último no los conseguimos. Pero así nació «A pie de barrio», de un equipo de la Asociación de Vecinos de La Arena para hacer frente a la mala fama del barrio.

-¿Logran cambiar las cosas?

-Hay chicos estupendos, muchos más buenos que malos, aunque éstos alborotan más. Comprobamos que muchas asociaciones de vecinos están cerradas en sí mismas, atienden a sus socios muy bien, pero sólo en labores de asistencia, no de promoción para tratar de fortalecer las partes positivas. Decidimos, respetando la autonomía de cada asociación, trabajar conjuntamente mediante un foro de encuentros, «Aula abierta», donde se aprovecha la riqueza humana intangible, organizándonos con un fin: la promoción de la salud.

-Enumérelos.

-El medio ambiente, la biología humana, los estilos de vida, como la buena relación con la familia, los derechos humanos... Es un proyecto de innovación que pretende cambiar la manera de participar en red. Si se piensa que existen en Gijón unas 1.400 asociaciones, entre vecinales, deportivas, culturales, políticas... De igual manera que Arquímedes, decimos que el cúmulo de estas sociedad es el punto de apoyo y la palanca, la red; no moveríamos el mundo, pero sí se lograría que cambiaran muchas cosas. Éste es un sistema vivo y eficaz, carente de protagonismos.

-¿Qué pretenden cambiar?

-Nada, pero sí hacer promoción de lo bueno, de las oportunidades de salud que brinda la vida. El concepto de salud no abarca sólo la ausencia de enfermedad, sino que se refiere también al bienestar físico, mental y social; a una manera de vivir más solidaria; a la capacidad de desarrollar el propio potencial de cada uno y responder de forma positiva a los retos del ambiente.

-¿Cuentan con ayudas concretas de la Administración?

-Hemos establecido un convenio con la Consejería de Salud; están muy interesados en que los planes de salud no dependan exclusivamente de ellos, y necesitan un soporte, un educador social para conectar con las asociaciones y financiación de su contrato.

-¿Cómo es su salud?

-Recuerdo a un jesuita de El Chaco, en Argentina, que decía que cuántas hambres se podrían calmar con las migajas que caen de la mesa de un rico Epulón. Muchas veces pienso que yo soy ese rico Epulón, ya que con mi modesta pensión de maestro puedo vivir con normalidad, pero si todos los seres humanos tuvieran la misma calidad de vida que yo tengo no habría recursos en el planeta para sostenerla. Esto me da mucha pena, y mueve mi conciencia.

«De Buenos Aires nos expulsó el Obispo porque nuestra labor en las parroquias era social y no proselitista»

«Viví una enorme riqueza al descubrir la compañía de una mujer e incluso su enfermedad me abrió a una ternura especial»

Nacido hace 80 años en Lieres (Siero), Emilio Parajón se estableció en el barrio de La Arena con su experiencia como sacerdote, como sanitario y como docente. Hoy se implica en Aula Abierta, un movimiento que trata de mejorar la salud pública.

«Aula Abierta aprovecha la riqueza humana intangible y nos organizamos con el fin de promocionar la salud»